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jueves, septiembre 19, 2024

Carta a la Mtra. Doña Luisa María Alcalde

En la cual se discute que la 4T prometió a los mexicanos cambiar todo… ¡y al final no cambió nada!
Fernando Martí

EXCMA. MTRA. DOÑA LUISA MARÍA ALCALDE PRECOZ ABANDERADA DE LA CUARTA TRANSFORMACIÓN
Muy Morenísima Militante:

Me va a disculpar que encabece estas líneas con un término tan coloquial como morenísima pero creo recordar, a pesar de mi pésima memoria, que hace unos años fue protagonista de un promocional político en el cual, a bordo de un destartalado autobús, con un sabrosón ritmo tropical, cantaba un estribillo que decía más o menos así: ¡Morena hija! ¡Morena hermana! ¡Morena madre de la Nación!

Fue tras ese video, hasta donde alcanzo a columbrar, que la gente que la reconocía en la calle la saludaba con un ¡hola, morena!, y ese mismo apelativo usaban los camaradas de su movimiento. Y mire lo que es la vida: en pocos días o semanas será ungida como dirigente nacional de Morena, la formación política que monopoliza el poder de manera aplastante, por no decir asfixiante, a lo largo y ancho del país.

No deja de ser sospechoso que nadie quiera dirigirlo, pues entiendo que Su Mocedad fue la única candidata que se inscribió en el proceso, con lo cual tiene asegurado el cien por ciento de los delegados, cuando en realidad no necesitaba más que ¡un voto!, y hay indicios que hacen suponer que ese sufragio solitario lo tenía asegurado de antemano.

Todo esto me lleva a evocar que lo mismo sucedía en la época hegemónica del PRI, pues sus millones de militantes esperaban pasiva y dócilmente que el Gran Dedo señalara quien sería el mandamás del Invencible, tras lo cual entonaban loas y quemaban incienso, propalando a los cuatro vientos que la designación era resultado de una auscultación democrática ejemplar.

No estoy en condiciones de afirmar que ese mismo proceder, a la vez opaco y teatral, se haya gestado para llevarla hasta su nuevo encargo, aunque sí debo confiarle que no conozco a un solo morenista que haya sido encuestado, o consultado, o auscultado, o sondeado, o preguntado sobre sus simpatías para dirigir el instituto guinda, y vaya que, dado mi oficio de chismoso profesional, mi agenda y mi directorio están repletos de chairos y de amlovers.

Hay cosas que no cambian. A lo mejor tenemos un nuevo país, el pueblo es sabio, hubo una revolución de las conciencias, la gente está politizada y ya no se deja, como presume la 4T, pero en el caso de los partidos políticos sigue vigente la máxima del Marqués de Croix, aquel visionario virrey de la Nueva España cuya célebre sentencia nos aplicó sin miramientos la corona española, y luego Iturbide emperador, y enseguida Guerrero presidente, y Santa Anna dictador, y Juárez restaurador, y Don Porfirio perpetuo, y Obregón caudillo, y Calles jefe máximo, y PRI hegemónico, y PAN frívolo, y ahora Morena embaucador, y que dice más o menos así: “sepan los súbditos del gran monarca que han nacido para callar y obedecer, y no para opinar en los altos asuntos del gobierno.”

Aunque nunca he tenido la oportunidad de saludarla, Juvenil Morenaza, mucho me gustaba verla en televisión, cuando formaba parte de la nómina de comentaristas del programa “Es la hora de opinar”. Disfrutaba entonces de su desenvoltura, de su aplomo y desenfado, todo aunado a su notoria juventud, aunque siempre me parecieron ingenuos y hasta un poco fantasiosos sus augurios de que la democracia llegaría al país de la mano de su agrupación.

Y es que democracia, lo que se dice democracia, nunca hemos tenido en México. Algunos observadores, con algo de candidez, la confundieron con la alternancia de los tres sexenios precedentes, pero esa democracia siempre fue trucada porque el PAN y el PRI, como ahora Morena, usaron sin ningún pudor recursos públicos para inducir, para controlar, y cuando fue necesario, para comprar el voto.

Además, si Vuestra Lozanía me permite opinar en los altos asuntos del gobierno, la democracia es mucho más que una jornada electoral. Es, para empezar, el imperio de la ley, premisa que les ha valido gorro a todos los gobernantes que en este país han sido. Es también, y hasta donde se pueda, división de poderes (no bancadas sumisas, no jueces a modo, no gobernadores virreyes), rendición de cuentas (no expedientes secretos, no desfalcos encubiertos), garantías individuales (no abusos de poder), certidumbre jurídica (no transas, no arreglos en lo oscurito), y si me apura mucho, respeto y tolerancia por los adversarios, preceptos que su gurú político se pasa con notorio deleite por el arco del triunfo.

Hasta donde se pueda, que no siempre es mucho. Mas ya entrados en materia, déjeme le digo, entonces me parecían quiméricos sus vaticinios sobre el control del narco. También se me antojaban exagerados, para qué le miento, sus pronósticos de crecimiento económico. Tampoco me convencían, lo confieso sin dobleces, sus recetas de combate a la corrupción. Y siempre me puso nervioso, se lo digo derecho, la adoración que los morenistas profesaban a su líder, esa sombra del caudillo que parecen traer tatuada en la piel.

Para quienes ya sumamos algunos decenios de existencia, Sonriente Secretaria, ese mundo feliz no puede llevarnos más que a un triste recuerdo: el pasado. Morena no es el primer partido que promete y no cumple: eso lo hacía el PRI cada sexenio (y lo hizo el PAN en los dos que tuvo chance). Tampoco será el primero que abuse de su fuerza: del fondo de mi oxidada materia gris rescato la imagen del PRI-aplanadora que, de manera reiterada, recurría al atropello para preservar sus mañosas mayorías, y luego, de manera sistemática, invocaba al mayoriteo para imponer su voluntad, o más bien, para imponer a rajatabla las aberraciones de un sólo hombre, el Señor Presidente de la República, que siempre eran presumidas como las exigencias de la voluntad popular.

Hay cosas que no cambian: cualquier semejanza con el caótico fin del actual sexenio no es mera coincidencia.

***

Antes de desearle suerte y éxito en su próxima encomienda, déjeme contarle que el sexenio que agoniza me hizo recordar una novela que leí en mi juventud, cuando usted ni siquiera había nacido. Se llama “El gatopardo”, fue escrita por Tomasi de Lampedusa, y cuenta la historia de un príncipe siciliano, Don Fabrizio, cuyo mundo se ve trastocado por la invasión de las tropas republicanas de Garibaldi. Un drama muy bien contado, pero no pasó a la historia por su mérito literario, sino porque en uno de sus pasajes el sobrino Tancredi le dice a su tío aristócrata: “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”.

Tan sencillo aserto tuvo suerte, pues acabó por convertirse en vocablo académico, y es materia de estudio en las escuelas de ciencias políticas. Gatopardismo, se llama. Los diccionarios de sociología lo definen como “reformismo oportunista y aparente”, y se puede resumir en una frase: que todo cambie, para que todo siga igual.

¿No será ese el caso de Morena? Todo indica que hoy, aunque se presuma diferente, es una copia al carbón del viejo PRI, con idénticas reglas de operación: sumisión al mando presidencial, ideología acomodaticia, lealtad a cambio de metálico. A lo mejor se ofende Vuestra Juventud por describir así a la esperanza de México, pero la prioridad del partido ya no parecen ser el cambio, ni los pobres, ni la justicia, ni la igualdad, sino lo mismo que animaba al PRI: la pura y dura retención del poder.

Mire si no el patrón de su militancia actual, donde están inscritos algunos de los pillos más renombrados del país, que en las filas del oficialismo no solo encontraron chamba, sino protección e impunidad para sus tropelías. Tránsfugas de la peor ralea, chapulines al mejor postor, prófugos de la justicia, negociantes de la política, todo cabe en esa maquinaria electoral, que no sólo mantiene abierta sus puertas al cinismo y a la hipocresía, sino que incluso celebra el ingreso de tanto forajido. Va usted a necesitar algo más que su luminosa sonrisa y su voz cantarina para controlar esa caterva.

Y ya encarrerados, como el régimen no puede ser sino el reflejo del partido, cómo le van a hacer para mover (o para cambiar) a este país. Ahí está el dilema de la 4T, tan buena para prometer, tan informal para cumplir, porque si se proclama que en 2018 todo cambió, hay que aceptar que en 2024 nada ha cambiado. La radiografía del país no muestra mejoría: bancadas serviles, jueces venales, gobernadores pícaros, contratos turbios, robos descarados, abusos de autoridad, narcos prepotentes, líderes charros, pobreza afrentosa, demagogia a raudales, etcétera, etcétera, etcétera.

Hasta parece que sigue gobernando el PRI.

Sólo que ahora se llama Morena…

Con ese nudo en la garganta me despido de usted, Triunfante Treintañera. Espero que me excuse por tanta impertinencia y desatino, producto inútil de mis enmohecidas neuronas, pero es que duele en el alma ver tanta confusión y desorden con la sospecha íntima de que todo seguirá igual. Con esa frustración en la lista de los agobios, reciba usted un saludo gatopardísimo de

Fernando Martí

#FernandoMartí

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