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martes, abril 15, 2025

Mijaíl A. Románov, zar por unas horas

Rajak B.Kadjieff / Moscú

*Nicolás II, el inútil emperador de Rusia que debió abdicar.
*“La Revolución rusa llegó como ladrón de la noche”.
*Se sabía que iba a llegar; pero no cuándo.
*Ilyia Movisenko recogió testimonios de la BBC.
*El último soberano de la dinastía no aprendió la lección.

El 15 de marzo de 2017 se cumplió un siglo de la abdicación del último zar de Rusia, Nicolás II Románov, recuerda Ilyia Movisenko en un ensayo publicado por la editorial Progreso de Moscú.
“La revolución rusa llegó como un ladrón de la noche. Sabíamos que iba a llegar, pero no teníamos idea cuándo. Y, de pronto, ya estaba ahí”, dice Movisenko al evocar una frase recogida en una grabación de archivo de la BBC, en un buen resumen de lo ocurrido en la ciudad rusa de Petrogrado -hoy San Petersburgo- en marzo de 1917.
Numerosas protestas habían estallado en la entonces capital rusa donde, hace más de cien años, se produjo uno de los acontecimientos más significativos del siglo XX, cuando después de siglos de gobierno autocrático, Rusia estaba al borde de la revolución.
La dinastía de Romanov, que había regido los destinos del país durante tres centurias, desde 1613, se tambaleaba como nunca, hasta que llegó el 15 de marzo de 1917, la fecha en que el zar Nicolás II -“emperador de todas las Rusias, rey de Polonia, y archiduque de Finlandia”- se vio obligado a anunciar su abdicación.
“Saqueos estallaron hace algunos días en Petrogrado. Lamentablemente algunos soldados han empezado a tomar parte en ellos”, había escrito tan sólo tres días antes en su diario el propio Nicolás II.
Y el apoyo de los soldados al levantamiento también sería mencionado en varios testimonios recogidos por la BBC algunas décadas más tarde, revelando la inutilidad e indolencia de Nicolás II.
“La gente cantaba, protegida por los soldados. Los recuerdo pasando frente a nuestra ventana gritando: ‘Esta es la primera revolución pacífica. No va a haber derramamiento de sangre’”, se escucha en uno de ellos.
“Pero al día siguiente, muchos policías habían sido asesinados, quemados vivos”, continúa el testimonio, parte de una serie de entrevistas con testigos rusos y británicos rescatadas por el programa Witness en ocasión del centenario de la abdicación del último zar.
La pregunta obligada es sencilla y sin mayores vueltas: ¿cómo llegaron las cosas a esta situación?
Y la respuesta es igualmente simple, reducida a dos palabras: por la pobreza y la desigualdad agudizadas por el soberano de mediana estatura que acostumbraba vestir un uniforme sencillo; pero que presidía una corte acostumbrada al derroche y al lujo desmedidos.
Y ese lujo no podía estar más distante de la vida cotidiana de la inmensa mayoría de los rusos.
“El lujo de la corte de Nicolás II contrastaba con la pobreza de la mayoría de los rusos. La diferencia entre pobres y ricos era como entre el día y la noche”, le contaría, años después, otro de los testigos de esa primera revolución rusa a la BBC.
Y efectivamente, mientras la mayoría de los trabajadores vivía en absoluta pobreza, según reportes de la época, un tren proveniente de la ciudad francesa de Niza llegaba todos los días a palacio con un cargamento de flores frescas para la zarina Alexandra Románova.
En esas circunstancias, edra de esperarse que el manejo de esas diferencias pusiera a Nicolás II en gravísimos y serios problemas; pero todo parece indicar que el último de los Romanov no había aprendido la lección, asegura Movisenko.
El académico reseña luego que el 9 de enero de 1905, las tropas habían abierto fuego en contra de una gigantesca manifestación de trabajadores que se había acercado de forma pacífica al Palacio de Invierno.
Sin embargo, eso sólo atizó las protestas, por lo que el zar se vio obligado a aceptar una serie de reformas, incluida la creación de una especie de parlamento, la Duma; pero Nicolás II pronto le quitó cualquier autoridad y se resistió a las demandas de cambio, que tardó doce años en retomar las banderas rojas y los cantos revolucionarios para, definitivamente, liquidar a la autocracia imperial.

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