Luis Alberto García / Petropávlovsk-Kamchatski, Rusia
* Sensación de desierto en la capital de Kamchatka.
* La ciudad tiene la misma edad de San Petersburgo.
* Aún se desconocen los misterios que guarda esta península.
* “Los precios son más agresivos que los ojos”: Adal Adalski.
* Un kilo de pepinos y pimientos cuesta hasta quince dólares.
* Memorias heroicas de una guerra perdida por Rusia en Crimea.
Aunque Petropávlovsk-Kamchatski y San Petersburgo fueron fundadas en la primera década del siglo XVIII y tienen casi la misma edad, la primera fue creada por los marinos que se aventuraron a ir a la caza de nutrias marinas al otro lado del mundo, y la segunda la inventó Pedro el Grande sobre una zona pantanosa del río Nevá, en la desembocadura del golfo de Finlandia y el mar Báltico.
Por ser urbes relativamente jóvenes, en ambas se tiene la impresión de que los humanos han estado viviendo en ellas no más de media centuria, en especial el puerto peninsular del que partían las expediciones hacia la “Rusia americana”, la Alaska entonces solitaria, despoblada y estéril.
Kamchatka, igualmente y desde aquellos tiempos, ha tenido bajos índices poblacionales –hay algo más de 450 mil habitantes y su capital alberga menos de 200 mil-, sin que haya en ella luces brillantes o la vida nocturna que se esperaría encontrar en una gran ciudad.
Hasta 1990, los extranjeros no podían pisar Kamchatka e incluso los rusos necesitaban un permiso especial para venir; pero ahora es territorio abierto, factor que permite conocer, junto con los ríos, valles y géiseres, las enormes calderas de los volcanes y los paisajes perpetuamente cambiantes después de sus erupciones.
Esto ha hecho de Kamchatka uno de los pocos lugares de la Tierra donde todavía uno puede sentirse explorador solitario, no obstante haber sido descubierta hace más de 300 años, sin que acabe de saberse cuántos misterios reserva al que la visita.
Lo cierto es que Kamchatka es un destino para aquellos que no pueden permitirse quedarse quietos: los boletos de avión de ida y vuelta desde Moscú cuestan 400 dólares, mientras que en el verano el más barato suele ser de mil 200.
“Cuidado, aquí los precios son más agresivos que los osos y mayores que en Moscú”, advierte y bromea el marino Adal Adalski: un viaje en helicóptero a los géiseres puede costar hasta mil 800 dólares; un litro de gasolina debe pagarse en un dólar; y la cuenta promedio de una buena comida en una cafetería local comienza en 20 dólares.
“Aquí hay más asombros para los turistas que osos y volcanes, como los altos precios”, explica por su parte el empresario importador Iósif Ayalov: “Un kilogramo de pepinos o pimientos rojos puede costar hasta 15 dólares, uno de pimientos rojos hasta 20, y un yogurt Danone cuesta cinco dólares en el mercado”.
Y para que quede claro, estos precios son todavía más altos que en cualquier otro lugar de Rusia, debido a que casi todo se importa, por la lejanía y costos de transportación, lo que provoca que la mayoría de los bienes de consumo se eleven excesivamente.
Aunque los salarios de algunos residentes locales, como los que sirven en el Ejército ruso oscilan entre 50 mil dólares, el sueldo promedio para los trabajadores es de aproximadamente 15 mil y, sin exagerar –resume Ayalov- unas vacaciones en Kamchatka equivalen al precio a un safari en Tanzania o a un crucero en Australia.
En lo referente a aspectos culturales, Trishka Landova, profesora del Instituto Kamchatkii, aporta una curiosidad histórica que los lugareños consideran de honor patrio, pues se trata de la única victoria de Rusia en la guerra de Crimea en 1854, perdida ante Inglaterra y Francia por el zar Nicolás I y su hijo Alejandro II, que ascendería al trono un año después.
Se le pregunta si ese conflicto bélico se libró tan lejos de Crimea, península ubicada en el litoral del mar Negro, en Ucrania: “Este hecho inesperado se percibe inicialmente con incredulidad, pero resulta ser cierto, y es que una victoria aquí se sintió como un rayo de sol en un día nublado, aunque en París en Londres fue un evento triste”, responde la académica de ojos verdes.
La guerra de Crimea surgió como consecuencia de la desintegración de la influencia turca en los Balcanes y la amenaza de desaparición del imperio turco, acelerada por el zarismo ruso, con diferencias entre Francia y Rusia, que reclamaban la custodia los Santos lugares: Inglaterra decidió aliarse a los franceses que decidieron ocupar el puerto de Sebastopol.
Lev Tólstoi, el más grande novelista ruso del siglo XIX, escribió un libro que narra las acciones, entre ellas la batalla de Balaklava y la conocida Carga de los 600, y fue entonces cuando la guerra de Crimea se trasladó hasta Kamchatka.
El desastroso resultado final sería una pérdida difícil para Rusia en su época de apogeo imperial; pero la pequeña guarnición de soldados de Petropávlovsk-Kamchatski venció y logró rechazar a las fuerzas superiores de un escuadrón anglo-francés que atacó el puerto infructuosamente, entonces el bastión principal del imperio zarista en el Lejano Oriente.
“Lo más curioso –establece la maestra Landova- es que la guerra de Crimea se insertó en los conflictos del Medio Oriente y el Sur de Rusia, lejísimos de Kamchatka, en una lucha compleja por el poder internacional entre los principales Estados europeos en relación con la decadencia de Turquía, considerada enemigo del zarismo desde el siglo XVI por razones geopolíticas”.
En búsqueda de más aspectos extraños y llamativos –“weirdest” (lo más raro en inglés), diría un hotelero de la localidad-, fue posible conocer algunos de ellos, sin poder salir del asombro, pues lo mismo hay miles de osos en los bosques, que recuerdos heroicos de una guerra remota que llegó a estas tierras a mediados de la década de 1850.
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