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jueves, septiembre 19, 2024

Kamchatka: abrigos de piel de importación

Luis Alberto García / Petropávlovsk-Kamchatki, Rusia

* Tan perdida y lejana, es colocada al final de los mapas.
* La abraza el Océano Pacífico, el mismo que se ve en Acapulco.
* Península enigmática como una tienda de pieles en la Ciudad de México.
* Las historias y anécdotas de don Guennadi, Klementina y Mijaíl.
* El encuentro de Vladímir Putin con un oso pardo en el río Bistraya.
* Pesca, entre los principales sectores de la economía de los kamchatkiis.

Kamchatka se encuentra al final del mapa de los husos horarios, según el Greenwich Meridian Time (GMT), lo que significa un +12 a la hora marcada en Londres; es decir, coincide en horario con las antípodas, en Wellington, capital de Nueva Zelanda, en donde sería la misma hora.

Los rusos saben mucho de ese tema, puesto que en su territorio hay nada menos que once husos horarios distintos, de Kalinin a Kamchatka: aquí nunca se verá un hotel, banco, negocio o escuela en el que no haya un reloj marcando la hora de San Petersburgo o Moscú.

Kamchatka es el territorio más enigmático que pueda imaginarse, cuyo nombre apareció en la década de 1950 en una casi desconocida calle del centro de la ciudad de México: los peatones de la gran capital latinoamericana se preguntaban qué querían decir esas nueve letras en color blanco puestas sobre una lámina azul claro.

Era nada más y nada menos que una tienda especializada en la venta de lujosísimos abrigos importados de Kamchatka –con un moderno refrigerador en el fondo, que permitía guardar las prendas a determinadas temperaturas-, propiedad de Guennadi Kouchuk, empresario peletero originario de Petropávlosk, quien llegó huyendo de Rusia después de la guerra civil posterior a la Revolución de 1917.

En su “non fiction novel”, “El vendedor de silencio” (Editorial Alfaguara, México, 2019) que narra la vida del periodista Carlos Denegri –genial y corrupto como ningún otro-, el escritor Enrique Serna refiere en la página 239 que “un duque vino expresamente de España para comprarle a su esposa un bellísimo abrigo de mink platino de la Casa Kamchatka”.

Klementina Ignatieva, hermosísima rusa de ojos negros residente en México, cuenta a su vez que en alguna ocasión, caminando por esa calle cercana al barrio chino capitalino, pidió a su esposo, el doctor Mijaíl Gavrilovich, que le comprara aunque fuese uno de los abrigos menos caros –los había de visón, mink, marta cibelina y armiño- y el marido respondió evasivo: “Mejor no, aquí los inviernos no son tan fríos”.

Ese frío fue una de las razones que llevaron a Kouchuk, a Klementina y al médico Mijaíl lejos de su Kamchatka, una de las regiones más frías del mundo, que permite pasar a Occidente y vivir un día demás, como lo hacía el trío de rusos asimilados a la nación mexicana, a quienes preguntaban por qué el negocio se llamaba así y qué era esa región tal lejana de Europa que pareciera ser el fin del mundo.

La respuesta de Kouchuk –nacido en 1921- a sus clientes siempre era la misma: “Es un pedazo de tierra abrazado por un mar que le permite alcanzar el continente americano a través del Océano Pacífico, el mismo que se ve en Mazatlán, Manzanillo y Acapulco”.

Sin embargo, había algo que don Guennadi (Genaro en español) no narraba: Kamchatka, península con pocos habitantes, necesitaba ser poblaba, al punto que el gobierno ruso hizo planes para promover la natalidad, bajísima en una región con precios sumamente altos y una vida cara.

Además –y eso sí lo platicaba el empresario en las tertulias en la casa de Rajak Bek Kadjieff, su compatriota y destilador clandestino de nalifka, el delicioso licor de los cosacos del Volga- era que los kamchatkiis fueron, en el escenario peninsular, protagonistas de la única batalla ganada por el Ejército del zar Nicolás I a Francia e Inglaterra en 1854.

Y hay otra anécdota de Borís Kouchuk, nieto de Guennadi: junto al río Bistraya tuvo lugar el encuentro de Vladimir Putin -quien pescaba en sus orillas-, con un oso pardo que lo doblaba en estatura, obligando al presidente de Rusia a huir y esconderse en el bosque antes que todo pasase a mayores.

Su geografía –refirió Borís- hace de la región un lugar espectacular; pero peligroso por ser de riesgo para los cazadores, y la anécdota que lo ejemplifica fue ésa, cuando Putin visitó el río Bistraya para pescar y grabar un documental en el que mostraba su atlética y juvenil figura.

Y es que –lo supo el descendiente de Guennadi Kouchuk- mientras era filmado pescando, el gesto del presidente dejó ver emoción y susto: la cámara se dio vuelta debido a que el oso enorme caminaba por la orilla del río, mientras el jefe de todas las Rusías salía corriendo raudo y veloz.

Esta península volcánica de mil 250 kilómetros de longitud está situada en el Extremo Oriente ruso, separada de Moscú por once husos horarios, y que, en forma de tenaza de cangrejo, es reconocible en cualquier mapamundi, al Sur del estrecho de Bering y al Norte de Japón.

A Klementina y Mijaíl –kamchatkiis orientales como el abuelo Kouchuk- les gustaba recordar a su patria: “Nuestra tierra es una unidad federal del Estado (krais en ruso), formada después de un referéndum que aprobó la fusión de la División Administrativa (óblast en ruso) de Kamchatka y Koriakia”.

Los óblast y los krais rusos son dos de las seis formas que tienen los sujetos federales rusos que difieren entre sí por el grado de autonomía; pero las unidades independientes del gobierno central son las 22 repúblicas que tienen su propia Constitución, presidente y Parlamento (Duma en ruso).

Están representadas por el gobierno federal en los asuntos internacionales y se consideran el hogar de una etnia minoritaria específica, luego vienen los óblast y los krais que tienen derechos similares.

La mayoría de los habitantes residen en Petropávlovsk-Kamchatski y, al contrario de la actividad que ejerció el dueño de la tienda de las pieles rusas más finas que se vendían en México, ellos pertenecen a sectores de potente actividad económica: la pesca, la silvicultura y el turismo en pleno crecimiento.

A través de la BBC de Londres, se supo de la urgencia para dotar de mayor población a esta región remota, informando que Vladímir Putin firmaría la escrituración de tierras a todos los habitantes de Rusia con una sola condición: utilizarlas y trabajarlas con fines productivos.

Otros datos de color se remiten al siglo XIX; pero no habría mejor modo de confirmarlos y vivirlos, sino conociendo, cuanto antes, la península de fuego de submarinos atómicos escondidos, osos que asustan a los presidentes, caviar bueno y barato, historias de batallas ganadas, mañanas glaciales y un Sol de medianoche capaz de iluminarnos el alma.

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