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sábado, noviembre 23, 2024

En tiempos de zopilotes Mea culpa

Rafael Serrano
“No es el fin del mundo. Pero es el fin de un mundo. Del mundo en el que habíamos vivido hasta ahora”
Castells

Se que perro no come perro, pero creo que los que nos hemos dedicado a la comunicación ya sea como periodistas, comunicadores, comentaristas, investigadores o profesores, debemos hacer una reflexión sobre el sistema de comunicación pública, hoy viviendo una crisis profunda de credibilidad y legitimidad y al mismo tiempo, realizar una profunda autocrítica sobre nuestro desempeño como profesionales de ese sistema. La pandemia viral ha aflorado la pobreza expresiva y comunicativa de sus medios y de sus mediadores: gobierno, radio, televisión y medios impresos, investigadores, profesores y escuelas de comunicación somos corresponsables del gran desorden informativo que hoy nos habita, otra crisis que aflora en tiempos turbios. La catástrofe del virus acarrea la catástrofe económica, social y política pero también la catástrofe mediática, informativa. Nunca antes en la historia de la humanidad habíamos sido tan opulentos en tecnologías para informarnos y nunca tan pobres para expresarnos y realmente comunicarnos.

La pandemia del Conavid19 nos ha mostrado la cara oscura del trabajo periodístico e informativo: la desinformación, la pérdida de la objetividad, la clausura del diálogo raciocinante, la tribalización de las discusiones (la crítica convertida en insulto y el bulo como narrativa para el golpeteo político interesado) y lo peor: la disolución de la opinión publica en granjas informativas alimentadas por comentaristas e influencers que recogen información en el mar de los sargazos de las posverdades y las fakes news alimentando comunidades que se auto-justifican y se auto-reafirman y que no aceptan el diálogo comprensivo que busca que el mejor argumento, objetivo, verdadero y relevante nos permita crear una sociedad de ciudadanos racionales y pacíficos. Una miseria expresiva intensa y expansiva.

La caverna mediática aparece con sus noticias virales que siembran confusión, ansiedad y se convierten en discursos tautológicos sobre la ineficacia e incapacidad de los gobiernos y dan foro, atizan, a los opositores que, por cierto, tampoco podrán hacer algo mejor de lo ya se está haciendo para mitigar la pandemia; pero hablan de una ciudadanía desprotegida que requiere de la tutela del gobierno, una narrativa que no muestra la complejidad y densidad de la catástrofe; la caverna no escuchó ni escucha a la OMS y las autoridades sanitarias para darse cuenta que cerrar fronteras, aeropuertos, usar a tontas y a locas el tapa bocas y comprar paranoicamente pruebas rápidas no detendrá la pandemia; son gastos inútiles, cuando lo que se requiere son médicos, enfermeras, instalaciones sanitarias, materiales como ventiladores y sobre todo, un aprendizaje social ciudadano para acatar la orden de aislarse y cuidarse individualmente. Ante una pandemia, nos dice la OMS, las respuestas no pueden ser homogéneas sino diferenciadas y en tiempos distintos porque el virus se propaga con ritmos diferentes. Para lo cual se requieren estrategias diferenciadas tomando en cuenta las debilidades y fortalezas de los países; su demografía, su sistema sanitario y los recursos financieros, etcétera.

Los medios no han contribuido a inculcar estas informaciones y se repite cansinamente la narrativa de una ciudadanía desprotegida por gobiernos ineptos, sin plan y a la deriva, actuando tardía y reactivamente; y nos muestran, por otra parte, una ciudadanía infante, viviendo en un pensamiento mágico y animista donde el concepto de virus es como entender el misterio de la Santísima Trinidad: baste con observar el incumplimiento de la medida de aislarse y preguntarse por qué algunas, muchas personas, consideran que este cierre de actividades son vacaciones y por qué se consideran invulnerables (¡¿?¡).

Estamos no sólo ante una tragedia sanitaria sino ante una tragedia cultural; ante el fin de un empeño civilizatorio y tal vez un quiebre de la democracia como sistema social: la ciudadanía es una abstracción, no hay tal, lo que hay es una población mayoritariamente compuesta de sujetos ignorantes, autoritarios que viven de opiniones prejuiciosas, alimentados por el guano de la caverna mediática, ahítos en el consumo que los ha hecho obesos, diabéticos e hipertensos: ya sea el guano informativo que producen los medios tradicionales o el que producen las redes virtuales en sus granjas informativas y que se convoca a votar cada tiempo para renovar un statu quo que reitere sus errores y que replica un modo de vivir que nos lleva a la muerte; envueltos en un halo de libertad y de sacralización narcisista de la individualidad (yes, you can).

La democracia en terapia intensiva: hoy convertida en un festín de opiniones banales, estereotipadas que se devoran (“conversan¨) a sí mismas proponiendo “soluciones” y criticando a todo y a todos, sin ánimo de llegar a un acuerdo que mire el bien común. Observar el canibalismo egocéntrico de los que “conversan” en las redes y el narcisismo verbal de los que desde un micrófono o desde un una pluma despliegan sus perjuicios e inundan con información sesgada regida por imponer narrativas y mostrar con “evidencias” cualquier hecho que abone en sus críticas y que presentan con datos “verdaderos” cuando generalmente son medias verdades, relativas y sin contexto y sin datos de contrastación; ni mucho menos se acepta la rectificación, muy raras veces la disculpa o el derecho de replica. Los medios aparecen como un espejo de narciso donde el diálogo raciocinante es una rara avis. El proyecto humanista de la ilustración se anula, el conocimiento no nos ha hecho mejores, más libres, más solidarios; nos hemos confinado a vernos a nosotros mismos como la única fuente de verdad y de certeza.

Algo se ha degradado o algo huele a podrido en Dinamarca (Shakespeare dixit). Cuando uno revisa los encabezados de los periódicos y las lecturas de los comentaristas de la radio o la TV sobre lo que sucede en el país o en el mundo se da cuenta que la consigna del Toronto Star, bad news are good news, no solamente es una estrategia para capturar lectores, audiencia o tele-espectadores sino una perversión que permite inculcar miedo y angustia en los públicos, incertidumbre e inseguridad. Esta vocación, en ocasiones enfermiza, de lo medios rebasa los fines de vigilancia social, de la crítica legítima y de alerta ante situaciones de crisis o de contingencia que es sin duda una de las funciones legítimas de los medios de comunicación pero que se vuelve paranoide y tautológica cuando nos invade una crisis ya sea económica, política, social, ecológica; o como ahora, sanitaria.

Se puede revisar el comportamiento la Prensa en México o en el mundo y lo que encontraremos son narrativas catastrofistas pobladas de posverdades y abonadas por intereses políticos salpicados de sesudos análisis que pocos leen y menos hacen caso; lo mismo sucede en la gran prensa norteamericana desde el liberal Washington Post hasta esa biblia del capitalismo que es el Wall Street Journal pasando por el elitista New York Times; o la mexicana que diario palea guano. Un ejemplo: leo en el periódico mexicano Reforma (5 de abril) los siguientes encabezados en su primera

plana: “Muestra IMSS vulnerabilidad; Fulmina Covid-19 a Cancún; suman 79 muertos, Rompe marzo record de violencia en el sexenio y Huyen del Coronavirus” un repertorio de bad news desde su narrativa casándrica y de filia partidista, ensarapada, para alarmar a su público sin ofrecer un servicio público de apoyo a las medidas de emergencia o buscar una conciliación nacional ante la crisis sanitaria, de racionalidad fraterna y solidaria; y reviso los reportajes y editoriales de la revista mexicana Proceso (4 de abril): la portada dice: El agobio y una fotografía de una persona con tapabocas y un fondo negro y un texto que dice “son tiempos de estar bien informados” y sus reportajes son un guion del desastre: “miedo, ansiedad, frustración…efectos colaterales de la pandemia”; “El humor en tiempos del coronavirus …ante la incertidumbre o el pánico…; “De Pandemias y burocracia…prioridades que matan”; “Ayer vulnerables hoy parias”, “Enfermedades crónicas, desabasto y sub-registro: el coctel de la pandemia”; “Una iglesia sin limosnas”; “contradicciones en la emergencia” etcétera y los editoriales en el festín de la crítica ácida de los opinión makers: “podrían perderse más de siete millones de empleos”, “la abyección”; “asuma el liderazgo presidente”, etcétera. ¿dónde quedó el periodismo alternativo que ejerció bajo la luz ética de Julio Scherer? Proceso derivó de un periodismo de investigación a un amarillismo de investigación. ¿cuál es su aportación solidaria para construir acciones para detener el pánico o disminuir la ansiedad que tanto nos anuncia? Más bien atizan los fuegos de la crisis.

También se difunden “buenas” prácticas para combatir las pandemias y se menciona que hay que seguir el ejemplo e Japón, Singapur o Alemania sin revisar la complejidad de la pandemia y sus diferenciados impactos, ni revisar la estrategia que ha aprobado la OMS para México con sensatez y sin descalificarla de antemano. Se menciona, no solamente en los medios sino en los comentaristas, incluso deportivos, que no tenemos estrategia y vamos tarde. Que hay que seguir el ejemplo de Corea o de China como países modelo, cuyas experiencias anti-virus deben seguirse a pie juntillas. Cuando se sabe que Corea y China no mitigaron la pandemia con muchas pruebas sino con un férreo control sanitario apoyado en el uso del Big Data y en medidas autoritarias dictatoriales para restringir la movilidad de la ciudadanía a través de las Tecnologías de la Información y de la Comunicación, una vigilancia Big Brother. ¿eso es replicable para México?

Y se polemiza al infinito sobre si usar o no usar una mascarilla sirve, se cuestiona a las autoridades sanitarias y se politizan las decisiones; las propuestas del gobierno son desacreditadas y sometidas a vértigos argumentales como: “…perdió, el presidente, una oportunidad histórica”; “sin rumbo, a destiempo, el actual gobierno se precipita al abismo”; “no hay liderazgo, no hay presidente”, etcétera. Los gobernantes se pelean por ser los primeros en afrontar la crisis y realizan acciones espectaculares para calmar al cotarro: compran pruebas rápidas que son inútiles (Jalisco); sanitizan hasta su alma y convocan a cerrar fronteras y amurallar sus paraísos urbanos (Nuevo León); dan de cintarazos a los que violan el aislamiento (India) o incluso se expiden órdenes para matar a los desobedientes (Filipinas); barren desde helicópteros a bañistas irresponsables en las playas (Brasil); o como en Corea, donde cazan a los virulentos como salmones. Esta fiebre sanitaria se politiza y aplica para España, Francia, Italia, Estados Unidos lo mismo que para Irán, México, Brasil o Turquía; en fin, para todo el mundo: se ha globalizado el miedo, la ansiedad y el agobio social y ha emergido la cara del autoritarismo en su versión asiática: como lo hace Singapur, que por cierto es una ínsula autoritaria enriquecida por la globalización. Adiós a las garantías individuales en función de lo que ahora se llama “estado de emergencia” que bien podría ser un estado de sitio light. La derecha mexicana sigue la misma pauta que la española, lo acompañan una cauda de inconformes y de opositores ingenuos, de medios y mediadores no tan ingenuos. No quieren mitigar la pandemia o superarla quieren derrocar un gobierno democrático: ¿cuál es la responsabilidad de los medios y de los mediadores?

Baste con observar como los reporteros, lo mediadores “profesionales”, muestran no sólo su bajo nivel educativo sino el fracaso de las escuelas de periodismo: no saben preguntar ni entienden ni comprenden lo que significa la objetividad, la verdad y la relevancia, su lenguaje y sus escritos son imprecisos y pobres en información; no se diga lo que sucede con esos habitantes del parque temático de la opinión pública que pueblan los espacios mediáticos y las redes virtuales: los comentaristas, columnistas, editorialistas y expertos que se han convertido en explicadores universales de todo y sobre todo, sembradores de confusión. Decía Fernando Benítez que cuando existe un periodismo donde abundan los comentaristas, columnistas, editorialistas, analistas y expertos tirando línea, la prensa ha perdido su función esencial: dar cuenta de lo que sucede en el mundo cotidianamente y dar voz a los más débiles que generalmente no tienen acceso a los medios de comunicación. Por supuesto, hay excepciones pero no son la norma. Un estudio nos habla de que en México hay más de un millar de mediadores en los medios con proyección nacional dedicados a editorializar los sucesos y para Godot: en un país donde casi nadie lee periódicos y cuyas audiencias prefieren el entrenamiento a oír o ver noticieros, demasiados interpretes, informadores de trascendidos y con poco trabajo de campo para una opinión pública tan diluida, fragmentada, dividida y despolitizada. ¿Éste es el periodismo que queremos?; ¿dónde está la labor pedagógica de los medios para alfabetizar a la ciudadanía?

El escritor neoyorkino Douglas Kennedy nos dice: “ (…) en tiempos de crisis, el flujo constante de información se convierte en una especie de rueda de hámster en tu cabeza. Gira y gira y gira, abrumándote con imágenes de un presente catastrófico, repitiéndote indefinidamente lo que ya sabes, causando pánico existencial en todas las direcciones. Y, como una rueda de hámster, no te lleva a ninguna parte. Es el mito de Sísifo en versión electrónica, exacerbado por nuestra edad sobre conectada.” El mismo escritor nos advierte: “ahora vivimos en una versión high-tech del capitalismo del siglo XIX, alimentada por un poderoso subtexto de darwinismo social. Dentro de algún tiempo, cuando todos seamos polvo, no me sorprendería que los historiadores del futuro escribieran: “Cuando una amenaza viral invisible se extendió por el país a principios de 2020, mostró con despiadada claridad lo moribundo que se había vuelto el tan elogiado sueño americano”.

Los estudios demuestran que está vocación por narrar la catástrofe y las incompetencias de los gobiernos y de sus instituciones esta anclada en una pobre capacidad expresiva, en una ataraxia tautológica que termina por disolver y confundir, apela a una narrativa mítica y mágica. Se menciona el mito de San Jorge y el Dragón como el modelo épico del que se sirven los medios para narrar lo que sucede: de la cueva sale el dragón con sus flamas incendiarias de los flagelos y las catástrofes que emergen para poner a prueba a la sociedad y el orden establecido, para ello cuentan con San Jorge y su espada que cercenará la cabeza del dragón y eliminará el peligro y nos devolverá el orden y la tranquilidad: la paz, la salud, el trabajo; pero se advierte que siempre habrá más dragones poniendo en peligro nuestro orden y nuestra paz. A veces los san Jorge caen en su intento o huyen cobardemente y no se enfrentan al dragón; pero siempre existirá algún caballero que tomé la espada y cercene la cabeza del dragón. Es decir una narrativa épica-mítica para el control social. Ahora el Conavid19, mañana la violencia o pasado mañana la devaluación de la moneda, el desempleo y la carestía, que requerirán a un san Jorge o buscaran eliminarlo porque no logra cortar la cabeza del dragón. El dragón del virus se comió al capitalismo neoliberal y ahora se busca otro san Jorge que podrá llamarse capitalismo de estado (Rifking) o comunismo reinventado (Zizek).

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