Mouris Salloum George
A iniciativa de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Cultura y la Ciencia (Unesco), en 1993 la Asamblea General instituyó el 3 de mayo como el Día Internacional de la Libertad de Prensa. Estamos a cinco días de esa conmemoración.
Desde hace más de dos décadas, para nosotros todos los días son de luto y reclamo de justicia por los colegas que han sido ejecutados en México y el mundo en cumplimiento de su misión periodística; por los que sobreviven a amenazas y atentados cumplidos; por sus familias y por los editores independientes cuyas instalaciones han sido sometidas a repetidos ataques, lo mismo por agentes de los poderes fácticos, que del Estado.
Lejos de ponernos a lamer las llagas, nos mantenemos en la vanguardia activa de aquellos que continúan en la brega por servir a una sociedad que requiere estar informada, tanto como sea necesario y posible, para su toma de decisiones: Damos por descontados los riesgos.
De la vieja escuela periodística a las Ciencias de la Comunicación
En la vieja escuela periodística mexicana, los maestros en la materia, de factura empírica, tomaron como prototipos del oficio a insignes practicantes que hicieron historia desde la primera mitad del siglo XIX y su modelo fue asumido por los combatientes contra la dictadura porfiriana.
En el Club de Periodistas de México -nuestra casa- tuvimos, tenemos, entre sus fundadores y sucesores, a auténticos campeones en la defensa del Derecho a la Información y de la Libertad de Expresión. Todos sabemos los costos.
La modernidad cultural y tecnológica nos trajo la institución del periodismo como carrera profesional, después de Ciencias de la Comunicación. En sus programas se incluyen entre sus textos de consulta obras como La historia del periodismo en los Estados Unidos, que recorre la época en que su ejercicio gozó de indiscutible respetabilidad en el vecino país.
El hombre que contribuyó al derrumbe del mito de Joe McCarthy
Al tema de hoy da pie un reciente texto de la periodista sonorense, Dolia Estévez, desde hace décadas radicada en Washington como corresponsal de diversos medios mexicanos y ahora presente en algunas barras informativas y de opinión en la capital estadunidense.
No puede ser más elocuente el título de ese texto que lleva entre sus palabras, la de réquiem. Se refiere, sobre todo, a los presentadores de televisión. La TV norteamericana no los identifica como líderes de opinión. Sencillamente, “presentadores”.
Dos personajes centrales ocupan la narrativa de Estévez: El senador republicano Joe McCarthy, en su momento -los años cincuenta- oficiante del terror anticomunista que puso a temblar a militantes democratizadores y aun a sus propios correligionarios en su partido y en el gobierno.
Antípoda del colérico McCarthy, fue el periodista Edward Murrow, titular de una barra de noticias en la cadena CBS.
La autora leída considera que su trabajo contribuyó al derrumbe del hombre que escribió una de las etapas más oscuras de la historia estadunidense.
El personaje de Estévez, a juicio de ésta, logró cambiar la historia con dos herramientas disminuidas en la actualidad: Credibilidad y compromiso.
Hora de replantear las relaciones Estado-Medios de Comunicación
Los presentadores ahora, con escasa excepción, concluye la paisana sonorense, son simples lectores de noticias y boletines, siempre al dictado de sus empleadores.
Notas, las anteriores, para la obligada reflexión en días en que las relaciones Estado-Medios de Comunicación en México pasan por una etapa crítica, que hace insostenible el sistema de premios y castigos que caracterizó al viejo régimen y no acaba de colocarse la última lápida sobre las tumbas de colegas que no han acatado la bárbara ley plata o plomo, y siguen sucumbiendo a fuerza de impunidad. Vale.
(*) Director General del Club de Periodistas de México, A.C.
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