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sábado, noviembre 23, 2024

Viaje a una tierra indómita y desconocida

Luis Alberto García / Moscú, Rusia

* El destierro de Trotski se inició en Turquía y Noruega.
* Llegó al puerto de Tampico el 9 de enero de 1937.
* Tuvo el apoyo de Lázaro Cárdenas, Diego Rivera y Frida Kahlo.
* También lo ayudaron Octavio y Carlos Fernández Vilchis.
* Iósif Stalin exterminó a los cuadros revolucionarios de 1917.
* El homicida, condecorado en Moscú, murió en octubre de 1978.

Durante el exilio de Lev Davídovich Trotski en Turquía y Noruega entre 1929 y 1938 –con una estancia breve en Francia-, amigos, conocidos y desconocidos trataron de sacarlo de su periplo errante, obligado por el odio que le profesaba Iósif Stalin, un político que no tuvo ni siquiera un rol mediocre en las jornadas épicas de octubre de 1917.

Y así, lo apoyaron el periodista Antonio Hidalgo, los hermanos Octavio Nicolás y Carlos Fernández Vilchis, Félix Ibarra Martínez, el ya famoso y reconocido muralista mexicano Diego Rivera y su esposa, la inquietante Frida Kahlo, quienes tomaron la iniciativa para invitarlo a México y ser sus benefactores.

Con la participación del general Francisco J. Mújica, secretario de Estado, amigo y consejero del presidente Lázaro Cárdenas, lograron que el mandatario revolucionario de Michoacán decretara conceder el asilo político a la pareja, que llegó al puerto de Tampico el 9 de enero de 1937

A ese asilo se sumó tiempo después su nieto Esteban Volkov, cariñosamente llamado Seva, quien a los trece años de edad retomó una vida aparentemente normal bajo la vigilancia especial de sus guardias estadounidenses –Joseph Hansen, Harlold Robbins y Robert Sheldon Harte- luego de sufrir la misma persecución que padecieron sus familiares por cuenta del estalinismo criminal.

Seva, Vsevolod o Esteban Volkov, futuro ingeniero industrial, padre de cuatro hijas inteligentísimas que heredaron la carga genética del bisabuelo, superviviente de un primer asalto en el que fue secuestrado y asesinado Harte el 24 de mayo de 1940, estuvo entre quienes supieron que el cadáver de Sheldon fue encontrado en una casa por el camino al Desierto de los Leones.

De ese ataque armado y del homicidio fue responsabilizado el pintor Alfaro Siqueiros, en tanto Esteban fue designado albacea del legado de su abuelo, destacando por sus propias trayectorias científicas él, Verónica, Nora, Patricia y Natalia, procreadas con la española Palmira Fernández.

“Mi abuelo y Natalia -dice Seva, nacido en 1926-, llegaron a una tierra indómita y desconocida; pero tuvieron la fortuna de conocer a los hermanos Fernández Vilchis, los primeros en hacer guardia en la Casa Azul de Diego y Frida para protegerlos, transformándose en parte de nuestra familia y como colaboradores con la causa revolucionaria, brindándonos toda la ayuda que estuvo a su alcance”.

Los sicarios y asesinos profesionales al servicio del personaje que expresó tiránicamente su voluntad y estilo de matar desde lejos, iban más allá de las fronteras del mayor país de la Tierra para cumplir sus encomiendas y eliminar así a los enemigos que pusieran en riesgo la estabilidad del régimen impuesto en la Unión Soviética.

A su muerte y durante décadas, partidos y grupos se han hecho llamar trotskistas, algunos de cuyos dirigentes sostienen que, cuando Trotski se refugió en México el 9 de enero de 1937, las purgas de Stalin ya habían comenzado a prepararse, prologándose más de dos años, con el exterminio de los mejores cuadros de la Revolución y el movimiento de 1917.

Por ello, numerosos ciudadanos soviéticos considerados hostiles al régimen estalinista fueron ejecutados, internados en los campos de trabajo de Siberia y al oriente de Rusia, y forzados a exiliarse en naciones que difícilmente los aceptaban, ante el temor de que brazo asesino de Stalin llegara hasta ellas.

El 24 de mayo de 1940, Trotski escapó a un intento de asesinato cuando un comando con David Alfaro Siqueiros –otro célebre pintor mexicano- al frente, en complicidad con sus cuñados Luis y Leopoldo Arenal, irrumpió en su casa de Coyoacán, al sur de la Ciudad de México, y ametralló la habitación donde dormía con su esposa Natalia y su nieto Seva, que sobrevivieron al ataque.

Tres meses después, el 20 de agosto por la tarde, Ramón Mercader, comunista español estalinista nacido en 1913, quien se adiestró durante años como agente de la Unión Soviética, visitó diez veces la casa de Trotski con el pretexto de pedirle revisar un texto; pero en su última aparición, cuando éste estaba inclinado en su escritorio leyéndolo, el espía le clavó un piolet de alpinista en medio del cráneo.

Luego de un grito espantoso, bañado en sangre y con el homicida controlado por sus guardias, Lev Davídovich Trotski murió antes de las 07.30 de la noche del 21 de agosto de 1940 en el hospital de la Cruz Verde del centro de la Ciudad de México, 78 días antes de cumplir 61 años de edad.

Eduardo Téllez Vargas, conocido como el “El Güero”, fue el único periodista presente en Viena 19 quien, disfrazado, entre policías, médicos y enfermeras, pudo entrar al sitio en el cual fue operado Lev Trotski, hasta que la noche de ese 21 de agosto, la vida se le fue apagando como un cirio, sin permanecer encendido un instante más.

Se presumía que la cantidad de seguidores de Trotski era mínima; pero las calles del centro de la Ciudad de México se llenaron de mantas y banderas rojas en homenaje y despedida a un personaje cuya historia no acaba de escribirse.

El tiempo siguió su marcha, con Ramón Mercader del Río sentenciado a pasar veinte años preso en la cárcel preventiva de Lecumberri de la capital mexicana, y el resto de los protagonistas perdidos en las sombras del olvido.

En la existencia paralela que trazó Leonardo Padura en El hombre que amaba los perros, el cubano escribió que, hasta el fin de sus días, de vuelta a Moscú, fue condecorado; pero sin existir oficialmente en la historia de la nación de los sóviets.

El homicida residió en La Habana durante unos años, y murió en Moscú el 18 de octubre de 1978, casi cuatro decenios después de alzar y dejar caer el piolet asesino sobre Lev Davídovich, el profeta armado y desterrado, cuya historia no acaba de escribirse.

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