* Nuestros empresarios (no todos, lo repito) se solazan en su mezquindad y sus errores; cierran los ojos ante esa enorme corrupción que lo mismo los esquilma que los hace cómplices. ¿Necesitan, como Juan Collado, estar en la cárcel para denunciar esas extorsiones “institucionales” de que son objeto?
Gregorio Ortega Molina
La actitud de los grupos empresariales mexicanos es de vergüenza. Muchos de sus integrantes son pusilánimes, buscan ir a lo seguro y recuperar ganancias en lo inmediato. Pocos apuestan al largo plazo, y en número menor corren riesgos si en ello les va un mínimo porcentaje de su ganancia.
Pero lo más grave es que pocos, muy pocos se solidarizan con la suerte, el destino o los desafíos de esa enorme parte de la sociedad que es la razón de su existencia, puesto que son los que adquieren y puntualmente pagan los bienes y servicios de lo que producen, sobre todo si de alimentos y salud se trata. Disfrutan de una clientela “cautiva”, porque tiene pocas opciones para elegir con libertad, y poco o nada les interesa mantenerla viva.
Si de una u otra manera el gobierno castiga a sus causantes cautivos, a sus consumidores de energía, y además les incumple el mandato constitucional y los despoja de salud, educación, empleo, ese bienestar general tan necesario para soñar que se puede vivir con dignidad, ¿qué hacen los grupos empresariales para remediarlo, comprometerse con ellos y sumarse a las razones y acciones que esos agraviados puedan emprender para salir de esas repetidas crisis que parecen personales, pero son nacionales?
¿Dónde están los acusados por las supuestas irregularidades y abusos del cancelado aeropuerto en Texcoco? ¿Dónde los responsables del imaginario desorden de la adquisición de medicamentos y los abusos de los distribuidores? Su silencio es cómplice de las consecuencias de esos actos de gobierno que más afectan a los de siempre, ese México bueno y sabio hoy identificado como las mascotas (él lo dijo) presidenciales.
No necesitan comprometerse con el financiamiento a grupos armados ni a un levantamiento, pero sí se requiere su solidaridad con esa parte de la sociedad que le transfiere buena parte de sus ingresos al comprarles lo que producen y venden.
Nuestros empresarios (no todos, lo repito) se solazan en su mezquindad y sus errores; cierran los ojos ante esa enorme corrupción que lo mismo los esquilma que los hace cómplices. ¿Necesitan, como Juan Collado, estar en la cárcel para denunciar esas extorsiones “institucionales” de que son objeto? Doy poco por la vida del abogado de los famosos, por el lugar donde se encuentra.
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