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viernes, noviembre 22, 2024

NALIFKA, AROMA DE RUSIA: Qatar 2022: el torneo pertenece a la familia Al – Thani

Por: Rajak B. Kadjieff

  • El clan negoció con la FIFA la compra de la sede.
  • Joseph Blatter y Michel Platini, artífices de la operación.
  • Con Julio Grondona se embolsaron millones de dólares.
  • Mano de obra sumamente barata con inmigrantes extranjeros.
  • Trabajo inhumano para satisfacer a los nuevos ricos.
  • “El petróleo hizo milagros”, asegura Amnistía Internacional.

“Lo que mal comienza, mal termina”, dice el periodista Jon Kokura en un texto que circula libremente en las redes sociales titulado “Qatar 2022, el Mundial maldito”, al referirse a la época cuando la historia del XXI Campeonato Mundial de Fútbol a jugarse en Qatar, inició en Suiza el 15 de diciembre de 2010.

Kokura cuenta que fue una noche de invierno cuando, eufórico, el suizo Joseph Blatter, presidente de la Federación Internacional del Fútbol (FIFA) en aquellos años, anunciaba en Zurich que el torneo de 2022 se iba a jugar en la nación árabe.

Testigos de la ceremonia que sirvió para hacer tal anuncio, cuentan que los únicos que se movieron de sus lugares cuando Blatter dio la noticia, felices como nadie, fueron los integrantes de la dinastía familiar Al Thani, amos y señores de ese diminuto país cercado por el desierto y el mar.

Este pequeño territorio colocado a orillas del Golfo Pérsico, tiene una sola frontera terrestre con el poderoso reino de Arabia Saudita, con la cual los gobernantes qataríes se llevan bastante mal.

Para decirlo pronto y explicarnos su inmensa riqueza, Qatar reposa sobre la tercera reserva de gas y petróleo del mundo, con una población cercana al cuarto de millón de habitantes y aproximadamente dos millones 750.000 trabajadores inmigrantes; es decir que el 80% de sus ocupantes son extranjeros.

Otro detalle es que, en Qatar –a decir de Jon Kokura-, la palabra democracia es una broma de mal gusto, en vista de que quien manda en el nombre de Alá y Mahoma su profeta es la familia real Al Thani con el jeque Tamim Bin Hamad al frente, a los cuarenta y dos años y tres bellas esposas que mantener por el momento.

Los visitantes se preguntan cómo son los dueños de Qatar, si su patrimonio ronda los 350.000 millones de dólares, y como ya no saben qué hacer con tantos petrodólares, aparte de construir fastuosos y ultramodernos edificios, se les ocurrió ir a Europa a comprar clubes de fútbol como el París Saint Germain con todo y Lionel Messi y Neymar Junior juntos, entre otros artífices del balón.

Alguien les sugirió que financiaran a las organizaciones no gubernamentales que trabajan alimentando a los niños hambrientos del mundo; pero no hicieron el menor caso al consejo; es decir, que no les dieron pelota, como se dice en Sudamérica.

Un día los hombres de la familia Al Thani –las mujeres no pueden opinar, decir ni pío, son un cero a la izquierda- se preguntaron con seguridad: “¿Y si compramos el Campeonato Mundial de Fútbol FIFA de 2022?”.

“¡Comprémoslo”, contestaron al unísono todos los parientes y socios que los acompañan, y así adquirieron, con muchísimos petrodólares, el vigésimo primer torneo mundialista en la historia que, según las cuentas que hizo Kokura, les salió barato.

Le pagaron un millón de dólares a los delegados corruptos y codiciosos de la Concacaf (Centroamérica); un millón y medio a otros de la Conmebol (Sudamérica); un par de millones más por aquí y otro más por allá.

Dicen los críticos y cronistas especializados que el ex estrella francés Michel Platini, que se las daba de honesto, casto y puro, cobró siete millones y medio millones de dólares en comisiones por sus oficios de gestoría e intermediación, con Blatter siempre de la mano…

Y el capo di tutti capo, el argentino Julio Grondona -fallecido el 2014, unos días antes de la justa FIFA 2014 en Brasil- se embolsó diez millones de billetes verdes estadounidenses por dar el sí a Qatar para 2022.

Ni tarda ni perezosa, de inmediato, la realeza qatarí se puso manos a la obra, comprometiéndose a construir doce estadios de fútbol, en un territorio donde nadie jugaba al fútbol, destaca Jon Kokura en “Qatar 2022, el Mundial maldito”.

El proyecto original era levantar esa docena de estadios de la nada; pero quedaron en ocho desmontables, hechos con contenedores, que van a obsequiar a algún país –el reino saudita o los Emiratos Árabes Unidos- donde sí se juegue al fútbol en serio, con la participación de grandes jugadores y entrenadores extranjeros más que bien pagados.

Hay quienes sugieren a los mexicanos, a los que corresponderá compartir las sedes mundialistas de 2026 con Estados Unidos y Canadá, que escriban al Emir de Qatar, pues quién sabe si en una de esas les regalan un estadio desmontable.

El asunto fue que, para construir los ocho estadios, hoteles, aeropuertos, autopistas y centros comerciales, necesitaron mano de obra barata, muy barata, no obstante que están nadando literalmente en dólares.

Y que mejor idea para tan buenos jeques financieros que llevar trabajadores inmigrantes al por mayor, en un sistema de esclavitud llamado “Kafala” consistente en darle todo el poder a un administrador (negrero por decirlo suave) para que contrate inmigrantes y los explote reteniéndole los pasaportes.

Se demostró que los hicieron vivir hacinados y con horarios de trabajo de hasta veinte horas diarias sin derecho a protestar y, mucho menos, a cambiar de empleo.

Sin este sistema perverso, construir lo que se construyó en Qatar, con temperaturas que varían de 30° a 50° a la sombra era imposible, y se calcula que, desde 2010, murió en las faenas ingenieriles del desierto un promedio de doce obreros por semana.

Un total de 6.751 trabajadores inmigrantes murieron para que algunos desaforados griten “¡Viva el fútbol!; pero sin contar a los obreros de Kenia o Filipinas, donde no se llevan registros migratorios.

Las cifras de muertos aportadas por informes de The Guardian, la BBC de Inglaterra y Amnistía Internacional son las siguientes: India 2711… Nepal 1641… Bangladesh 1018…

Pakistán 824… Sri Lanka 557, y en ese sentido, un vocero de la organización humanitaria señaló con indignación: “A pesar de esas y otras desgracias, el petróleo hizo milagros”.

Esos milagros hicieron que se construyeran los ocho estadios espectaculares, pero manchados de vergüenza, indecencia y corrupción, tan cercanos el uno del otro, lo que siempre es bueno para andar en bicicleta recorriéndolos todos en poco más de medio día.

Kokura recordó que, en Irán, una joven mujer, Mahsa Amini murió a manos de la Policía Moral por usar mal el velo, causando una ola mundial de protestas, en un fenómeno de discriminación, como si en Qatar las mujeres se pudieran vestir como se les guste, como si no tuvieran derecho a decidir por si mismas o como si pudieran jugar o no al fútbol.

Sin embargo, el lado femenino de la FIFA crece día a día y las ligas de mujeres son cada vez más populares; pero el torneo mundial de 2022 se desarrolla en un territorio donde ellas tienen prohibido practicar cualquier deporte.

Entre otras muchas cosas, de dio el caso de que en Qatar la periodista mexicana Paola Schietekat, que trabajaba en la organización del encuentro mundial, tiene una condena de siete años de prisión, más cien latigazos por haber denunciado a un colega colombiano que la violó en territorio catarí.

El violador era casado, entonces la mujer violada es la culpable, y según la ley islámica que “controla” a las mujeres, Paola contravino la legislación civil y religiosa, así, sin más.

Un mes durará el Campeonato Mundial de Fútbol FIFA Qatar 2022, en treinta días en que todo estará funcionando al 100% para mantener el aire acondicionado en los estadios, hoteles, centros turísticos y comerciales, algo lejos de calor invernal que mata y agobia por igual.

Todo sea por la fiesta del fútbol, porque el deporte es salud; pero hay una sombra más siniestra sobre Qatar 2022, como la posibilidad latente de atentados terroristas porque los musulmanes no olvidan ni perdonan, aunque digan lo contrario, sin olvidar que la familia real de Qatar ha financiado a facciones fundamentalistas ligadas a Al Qaeda en Siria, Irak, Afganistán y Libia.

En Libia financiaron a los terroristas que asesinaron al líder Muamar el Gadafi en octubre de 2011 y existe la pregunta de por qué no van a arruinarle la fiesta a la monarquía qatarí no obstante ser pro yankee, socia de las grandes firmas de la Unión Americana y de las Siete Hermanas integradas en un monopolio petrolero en el siglo XX.

Sin embargo, de eso nadie habla y todos cruzan los dedos, rogando que ningún musulmán suicida se haga el mártir volándose en medio de la multitud fanatizada, de gente que va a divertirse sin pensar en otra cosa que en el fútbol y sus ejecutantes.

En Europa, ciertos grupos de activistas llaman al torneo balompédico de Qatar el “Mundial de la vergüenza”, y ya hay un movimiento en ciudades francesas para no poner pantallas gigantes en lugares públicos en París, Marsella, Burdeos y Estrasburgo como una forma de protestar contra algo que se llevó la vida y sueños de miles de trabajadores inmigrantes, que no le importaron a nadie.

Es seguro que desde el 22 de noviembre de 2022 los estadios fastuosos estarán repletos de aficionados y vacíos, para la eternidad por un capricho de la familia Al Thani, que en diciembre de 2010 compró un evento en un mundo en crisis, con millones de desplazados por hambre y con hambre, al borde de una guerra nuclear que tiene su eje en Kiev capital de Ucrania y su detonante en Moscú, capital de la madre Rusia

Con todo y ese presagio siniestro, hay millones de seres humanos que, despreocupados, mejor gritan “¡Viva el futbol!”.

 

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