CIUDAD DE MÉXICO.- El 19 de octubre de 1955, Diego Rivera se encontraba en Moscú. Ese día escribió una carta a su hija Ruth: “Estoy trabajando en croquis para ciencias químicas. Me tardé en volver a trabajar en el estadio, ese trabajo y el de ciencias químicas me interesan de más en más […]. Gran perspectiva de cantidad de horas de trabajo, pero es cuestión de organización y se puede llevar todo al mismo tiempo, lo estoy planeando así con cuidado”.
De acuerdo con un artículo e la Gaceta UNAM, el artista se acercaba a los 70 años de vida y había viajado a la Unión Soviética para tratarse un cáncer mediante radiaciones con bomba de cobalto para evitar que la enfermedad progresara. La debilidad física del artista; sin embargo, no mermaba su entusiasmo para echar a andar nuevos proyectos ni para continuar insistiendo en finalizar obras que permanecían inconclusas, como el mural del Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria y su serie de paneles murales en el corredor de Palacio Nacional.
El encargo propuesto a Rivera de realizar murales para los muros oriente y poniente del Edificio A de la Facultad de Química no se realizó y tras la muerte del artista, en noviembre de 1957, este proyecto cayó en el olvido. Afortunadamente, hay dos bocetos a lápiz, con anotaciones del artista, que dan una buena idea de las características del proyecto general.
Estas imágenes ofrecen una oportunidad para abordar la última etapa en la trayectoria artística de Rivera, el alcance de su participación en el plan artístico del magno proyecto urbano y arquitectónico de Ciudad Universitaria, el proceso creativo que siguió para sus murales y sus concepciones en torno al papel de la ciencia química en la sociedad.
El plan para realizar un proyecto en la Escuela Nacional de Ciencias Químicas supuso un gran reto debido a tres situaciones complejas: primero, los murales se ubicarían en paredes de dimensiones enormes, quizás las más grandes a las que se había enfrentado; segundo, debía garantizar la permanencia de la obra sobre superficies de concreto ubicadas a la intemperie; tercero, tendría que armonizar el tema y composición artística de los murales con la función del edificio, su forma y los materiales de construcción.
El proyecto para la Escuela Nacional de Ciencias Químicas se solicitó a Rivera en 1955, cuando habían transcurrido tres años de la inauguración oficial del campus universitario. Sin embargo, apenas en 1954 comenzaban a funcionar algunas escuelas; en cuanto a los alumnos de Ciencias Químicas, terminaron de trasladarse al nuevo campus hasta 1956.
El diseño arquitectónico de la actual Facultad de Química estuvo a cargo de Enrique Yáñez de la Fuente, Guillermo Rossell de la Lama y Enrique Guerrero Larrañaga, con la asesoría de los ingenieros químicos Guillermo Cortina, Rafael Illescas y Manuel Madrazo. La estética del conjunto de Ciencias Químicas armoniza con otras escuelas del campus central porque comparten una arquitectura de estilo internacional. Son edificios de líneas sencillas y volúmenes geométricos, construidos con concreto y acero y en cuyas fachadas predomina el vidrio. Este tipo de arquitectura se convirtió en un emblema de modernidad durante el gobierno de Miguel Alemán.
En el contexto de su participación como muralista en Ciudad Universitaria, Diego Rivera creyó que en este complejo debía buscarse una integración plástica entre artes plásticas y arquitectura que, más allá de la obra misma, armonizara con aspectos sociales, políticos y económicos. Siendo así, la opinión que Rivera tuvo del estilo internacional era negativa, pues veía este tipo de arquitectura como ajena a la realidad mexicana, que no guardaba ningún vínculo con la tradición de construcción local ni con el paisaje.
El artista calificó los edificios de este estilo como “huacales vítricos” y “cajones” y aseguró que respondían al interés perverso de los empresarios de hacer dinero por encima de las necesidades del pueblo. Por ello, surge la pregunta inevitable frente a los bocetos de la Escuela Nacional de Ciencias Químicas: ¿por qué aceptó Diego Rivera realizar un mural para un edifico de estilo internacional? La convicción del artista respecto a la ineludible complicidad que debía haber entre murales y arquitectura es determinante para entender la lógica detrás de sus decisiones artísticas. Para cada proyecto buscó soluciones que sortearan obstáculos de orden artístico, técnico e incluso ideológico.
Así, para su segundo encargo en Ciudad Universitaria, Rivera ideó estrategias para integrar sus murales a un edificio de concreto, vidrio y acero. La técnica artística propuesta fue el bajorrelieve en color, que logra un efecto tridimensional porque las formas sobresalen del fondo. Para ello, se debe rebajar levemente el muro, marcar el perímetro de las figuras para posteriormente tallarlas. Este tipo de relieve se usó en el Antiguo Egipto y aún pueden verse bajorrelieves de vivos colores en columnas y paredes de templos milenarios.
Rivera debió usar conscientemente esta referencia a la arquitectura de la Antigüedad porque creía que la integración plástica se logró cabalmente en civilizaciones antiguas, donde el trabajo fusionado del arquitecto-escultor-pintor se desarrolló de forma unificada con la cosmovisión de la sociedad.
Queda la incógnita de cómo implementaría Rivera esta propuesta en muros de concreto ya que el artista nunca antes realizó bajorrelieves. Un bajorrelieve hubiera presentado un reto interesante –y colosal dadas las dimensiones de los muros– en una etapa del muralismo en que hubo innovaciones importantes en el campo de las técnicas y los materiales.
Otro aspecto notable que develan los bocetos es que Rivera aprovechó la retícula que marcan las ventanas en las fachadas horizontales del edificio para estructurar una composición organizada en compartimentos, como estrategia para integrar la obra artística a un edificio de forma geométrica. Esta solución “disolvería” ópticamente el límite físico de los muros generando la ilusión de “ventanas” en el mural.
Así, las “ventanas pictóricas” de los murales invitarían al espectador a “asomarse” a las actividades desarrolladas por las y los químicos en la industria farmacéutica y metalúrgica. En este sentido, puede pensarse que las representaciones establecían identidades con lo que realmente sucedía al interior del edificio, es decir la experimentación, creación y enseñanza dentro de los laboratorios y las aulas.
Los bocetos dedicados a la Escuela Nacional de Ciencias Químicas muestran una composición racional que, en su orden y jerarquía, propone significados. Cada boceto presenta una figura alegórica de grandes proporciones que extiende su sentido simbólico sobre las actividades representadas. Estas alegorías están personificadas por un hombre y una mujer que entrañan significados que completan el planteamiento general de la obra.
La alegoría masculina ampara imágenes de la industria pesada, la minería y el trabajo metalúrgico, en los que participa el químico metalúrgico. En este boceto predomina la presencia masculina. Por el contrario, la alegoría femenina acoge escenas que aluden a la investigación bioquímica y farmacéutica, esenciales para el desarrollo de medicinas. Aquí también vemos imágenes que refieren el papel de la agroquímica en la producción de alimentos en el campo. En este boceto hay mayor presencia de mujeres.
En las imágenes de los bocetos, Rivera propone una sinergia entre el desarrollo industrial, la producción de bienes, la construcción de obras de infraestructura y el compromiso social y político de los científicos en “la defensa de la Patria y de la Libertad”.
La ideología comunista del artista determina su idea de la misión social, pero también política, que tiene que cumplir el conocimiento científico. Las diferentes actividades que realizan las mujeres y los hombres dibujados en los bocetos se alinean a la aspiración del progreso común a través del trabajo colectivo y organizado.
El quehacer técnico y científico, en el campo y en la ciudad, cumple una función específica que contribuye al avance del sistema económico. Asimismo, la interacción armoniosa entre máquinas y personas trasluce una imagen positiva de la industrialización como vehículo de prosperidad social. Aquí, como en otros ciclos murales de Rivera, se destaca la cadencia rítmica de cuerpos que realizan actividades laborales valiéndose de tecnología artesanal o industrial.
El proyecto de murales para la Escuela Nacional de Ciencias Químicas no se efectuó. La frágil salud de Rivera, los desencuentros entre muralistas y arquitectos, el radicalismo político del artista en estos años de Guerra Fría, la complejidad técnica de la empresa mural monumental, la insuficiencia de fondos para llevar a cabo el proyecto.
Alguna de estas causas, o el conjunto de ellas, tuvieron un papel en que esos dibujos no se convirtieron en algo más. Los dos bocetos realizados por Diego Rivera en 1955 en un hospital de Moscú quedaron como la huella primigenia de la existencia irrealizada de la obra material.
Aunque estos trazos no alcanzaron expresión plástica concreta, en el siglo XXI sus imágenes llegaron a uno de los muros que albergaría los murales cuando fueron proyectadas en un espectáculo multimedia, en el contexto de las conmemoraciones por los 105 años de la Escuela Nacional de Ciencias Químicas de la Universidad Nacional Autónoma de México.
AM.MX/fm
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