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viernes, noviembre 22, 2024

ANÁLISIS A FONDO: El virus del rifle

Francisco Gómez Maza

Por covid, 2,271 muertos en total; por violencia, 3,000 por mes

Es ese virus de la ambición y el odio que mata sin publicidad

¿Hay una desgracia más grave que la enfermedad del Covid-19, que acaba con la vida en unos cuantos días, en medio de dolores intensos y temperaturas abrasantes, entre la ausencia del amor familiar y la soledad de la muerte? Creo que sí, aunque usted no lo crea.

Algo más terrible resultaría que estando usted, con su familia, dormidos en casa, alguien abra la puerta con una llave maestra; entre y al martilleo de un rifle de alto poder acabe con todos, su mujer, sus hijos, su cachorro y usted mismo y cargue con todos los objetos de valor monetario.

En el primer caso, usted está en el hospital, atendido por médicos y enfermeras que en realidad son la única familia que tiene porque a la otra la ha perdido, pero la ha perdido por un bien que es no infectarla de la terrible enfermedad. La familia que lo atiende lo hace con mucho amor, también con el riesgo de contagiarse, pero sabe, está especializada en atenderlo. Le llega el momento de partir porque sus pulmones no dan para seguir aspirando el aire oxigenado que necesita su corazón y muere y todo se acabó. Pero no fue una bala ni el odio de un loco los autores materiales de su fallecimiento. Usted murió en paz. En la serenidad del encuentro con la oscuridad de la muerte. Se acabó el dolor, se acabó la ansiedad, terminó la enorme dificultad de respirar.

Sin embargo, imagine en su cuerpo una bala, o cientos de ellas, lanzadas por la locura, el miedo y el odio de un sicario que se coló en su casa y que no sólo se lo llevó a usted sino también a su esposa y a sus hijos pequeños y no hubo nadie que lo auxiliara. Como bien lo dice María Verza, reportera de la Prensa Asociada, una enfermedad puede causar miedo o no. Una bala siempre es una bala. Pero la enfermedad le permite pensar, hacer recuentos, pedir perdón a quienes uno ha ofendido, vivir los últimos momentos de la vida en paz interior. Partir con la conciencia tranquila, con la satisfacción y la serenidad que da la iluminación de un buda.

Pero vivir bajo el terror y el pánico de que, el cualquier momento, aparecerán los traficantes de la muerte, en medio de la violencia más despiadada de sicarios del horror y de la sangre derramada, sobre todo en aquellas zonas del mundo, de México especialmente, que son reinado de las bandas del crimen y de los negociantes de los peores narcóticos, es verdaderamente inquietante. No saber a qué hora ni cuándo, una bala atravesará el corazón o el cerebro y quedar ahí sin el cuidado de una esposa, de los hijos, de la familia, de una enfermera, de un médico, es lo peor que le puede ocurrir a un anciano principalmente.

Y en México esto ocurre todos los días. No dan para más las fuerzas de seguridad para parar el crimen, sobre todo en los rincones más aislados y violentos del país, donde narcotraficantes, criminales y grupos armados tienen más presencia que el Estado, como lo asegura Verza. En esos sitios, el nuevo coronavirus puede ser la última de las preocupaciones.

Y no hay que olvidar que, en este país, la muerte ha tenido permiso para matar desde hace muchos años. Han muerto miles con un tiro en el corazón o en la cabeza, que víctimas del Covid-19. Hasta este martes se contabilizaban 2,271 fallecimientos en medio del ahogo y de terribles sufrimientos. Hasta el año de 2019, había en México un promedio de cien asesinatos diarios y 3,000 por mes. Increíble que nos admiremos más de los 2,271 muertos que ha producido el virus, cuando el virus de la violencia criminal mata a 3,000 en un mes.

Y las autoridades es poco lo que pueden lograr para abatir la violencia criminal. Ni las policías, ni los soldados de las fuerzas armadas, ni toda la marina, ni la guardia nacional son suficientes para acabar con esta terrible enfermedad producida por el virus de la ambición y el odio. Y no hay que culpar a nadie. Quizá si queremos buscar culpables los culpables seríamos nosotros mismos que no tenemos ningún interés en construir una sociedad armónica y justa porque desde el seno familiar estamos modelando monstruos para el crimen, inculcándoles antivalores

La pandemia del coronavirus pasará más pronto de lo que imaginamos. En unos meses todo habrá concluido y todo el mundo podrá salir de su encierro y abrazar y besar a sus seres queridos. Habrá fiestas de alegría.

Pero… pero la pandemia del horror del crimen perpetrado por criminales vestidos de soldados o criminales de cuello blanco no habrá sido detenida. Las muertes, más abundantes de las causadas por el Covid seguirán al alza. Pero desgraciadamente no causan extrañeza ni dolor ni compasión en la sociedad. Estamos tan acostumbrados a ver en la televisión como un grupo de desalmados mata sin piedad a una familia integrada por papá, mamá y dos hijos pequeños. Y la escena no nos conmueve.

Los ciudadanos conscientes tendrán que exigirle al gobierno a redoblar las acciones policiaco militares para acabar con la violencia de las bandas criminales, tanto d las bandas que andan en las calles o en las montañas, como las que andan en los bancos, en los sistemas financieros, en las oficinas gubernamentales, en las iglesias y en todo este sistema diabólico, tanático de la sociedad de consumo-desperdicio.

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