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viernes, noviembre 29, 2024

ANÁLISIS A FONDO: Recesión

Francisco Gómez Maza,
AMLO tiene que definir el modelo económico

Si no hay reglas claras, no habrá inversiones

El presidente de México tiene que ser congruente y definirse en cuanto a qué modelo económico busca construir, porque el agua y el aceite jamás de mezclan.
El modelo de economía de libre mercado, fondomonetarista, manchesteriano, de la escuela de Chicago, salvajemente capitalista, apoyado por los detentadores del gran capital, es incompatible con el modelo desarrollista que trae en mente López Obrador y que no ha clarificado.
Mientras el mandatario navegue en las dos aguas, neoliberalismo y nacionalismo revolucionario, los grandes empresarios extranjeros y nacionales le dirán “fuchi caca”. No habrá crecimiento de los sectores productivos. Y los salarios volverán a perder su capacidad de compra, lo que también es un búmerang para los grandes empresarios.
Ésta es la razón por la que los grandes inversores no invierten en ramas manufactureras, y el producto interno bruto (PIB) está en el sótano. Esto es lo que dicta el capitalismo. La plusvalía sólo en beneficio de quienes detentan los grandes capitales.
Al mismo tiempo, es explicable que el presidente privilegie la redistribución de la riqueza – aunque no estoy de acuerdo con el reparto caritativo del dinero -, porque una economía que no lo logra es una economía fallida. Los capitalistas dicen que primero hay que acumular para después redistribuir esa riqueza acumulada. Pero han pasado los cientos de años y las relaciones económicas continúan ahondando las diferencias y aumentando la desigualdad.
Pero los grandes empresarios y la gente que tiene espíritu capitalista no lo ven, ni les importa ver: Lo que ellos privilegian son las ganancias fáciles y rápidas, a costa del bienestar de los trabajadores –producción de desechables para que los pobres sigan compra y compra-. Los capitalistas son cortoplacistas. O sea, abultar las ganancias exponencialmente y que quien venga atrás que arrée que, al fin, a los pobres siempre los tendréis de compañeros de este viaje misterioso que termina en la muerte eterna.
Quiero creer que López Obrador intenta redistribuir la riqueza entre los trabajadores y entre los pobres, que son muchos. Sin embargo, tiene que aceptar las reglas del juego de los capitales. (Si no acepta esas reglas, por qué organiza una cena con tamalitos de chipilín y les pasa la charola a los más importantes empresarios). Y si no, tiene que imponer las reglas del nacionalismo desarrollista. Percibo que hasta ahora ha sido incongruente.
Para construir una economía humanizada, que privilegie a ambos factores de la producción, el capital y el trabajo, tiene que haber una definición tajante del modelo económico. No unas veces socializante y otras veces neoliberal. Las ambigüedades son caminos que no llevan a ninguna parte. Si no, no habrá crecimiento del producto, y los inversionistas continuarán impávidos, muchos inclusive invirtiendo en otras economías.
Nadie duda, ni siquiera los detentadores del capital, que hay que construir un nuevo modelo económico, humano, justo, en el cual tengan cabida las mayorías de excluidos, que soy una enorme fuerza que, bien pagada, haría incrementar como la espuma los capitales.
Además, a quién le sirven tantos recursos generados por la maquinaria productiva, si se echan a perder, si los ricos no se los van a llevar a la tumba, y tienen que tirarse a la basura, cuando millones de personas mueren de enfermedades curables como el hambre.
El premio Nobel, Joseph Stiglitz, lo advierte y defiende la capacidad de regenerar al capitalismo para acabar con “un neoliberalismo que ha tenido resultados desastrosos”. Lo que se necesita es un nuevo contrato social. Un nuevo vínculo entre los mercados, el Gobierno y la sociedad civil. Se puede “domesticar al capitalismo”. Para ello hay que “frenar el poder del mercado” y acabar con los “desequilibrios políticos”, estableciendo un buen sistema de contrapesos.
Sí. De acuerdo. A López Obrador no le dice nada el comportamiento del producto. Está convencido de que, aunque el comportamiento del producto indique que hay recesión, la economía de los trabajadores está mucho mejor que el receso del producto. Sin embargo, este beneficio es pasajero, porque se impone la ley de la necesidad y del abuso.

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