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martes, octubre 7, 2025

Conspiración para convertir a Rusia en república bananera

Rajak B. Kadjieff / Moscú, Rusia

*Inminente choque armado en el Parlamento por victoria pírrica.
*Trapacerías, opacidad y sacrificios parlamentarios.
*Caos, desintegración y catástrofe, justificación anticonstitucional.
*Alianzas, destituciones y más amenazas de violencia.
*Se especuló con otro golpe de mano al estilo bolchevique.
*Posibilidad de una segunda guerra civil en el mismo siglo.

Los resultados de reuniones para esclarecer el panorama político de una Rusia que estrenaba gobierno posterior a la disolución de la Unión Soviética, no fueron más que un compromiso temporal, desatándose conflictos políticos de altísimo voltaje.
El recurso al referéndum al que había propuesto convocar Borís Yeltsin para dirimir las diferencias entre las instituciones fue resucitado por el gobernante; pero no todos los líderes políticos entraron en ese juego.
Durante tres meses, el presidente y los congresistas se enzarzaron en un frenesí de propuestas y contrapropuestas sobre las preguntas que debería incluir el referéndum múltiple.
Por lo demás, el poder legislativo encontraba excelente munición para sus andanadas en los escándalos económicos que proliferaban en el Ejecutivo, con Guennadi Búrbulis y otros dos altos funcionarios como principales sospechosos de manejos irregulares.
Esta incapacidad del Kremlin para cortar con la tradición de trapacería y opacidad en las gestiones del gobierno hizo un gran daño a Yeltsin, que se deslegitimaba para solicitar luego a la ciudadanía un sacrificio tras otro.
El 29 de marzo de 1993, un día después de fracasar por 72 votos una moción de destitución de Yeltsin y como remate a varias semanas de intensa lucha política en las que se habían cruzado las iniciativas para recortar los poderes del contrario, el pleno de una reunión parlamentaria estableció las cuestiones del referéndum que aquel había convocado por decreto para el 25 de abril.
En estos momentos, el bloque yeltsinista, denominado Coalición por las Reformas, sólo abarcaba el 33 % de los diputados, poco algo más que la Unidad Rusa de comunistas, ultranacionalistas y agrarios.
Entre medio, el amplio arco de fuerzas centristas, que iba a inclinar el fiel de la balanza a uno y otro lado cuando llegara el momento de la escaramuza final.
Los resultados del referéndum fueron como sigue: el 58 % de los votantes expresaron su confianza en el presidente; el 52,8 % lo hicieron en la política del Gobierno; el 31,6 % creyó oportuno adelantar las elecciones presidenciales y el 43,4 % opinó lo mismo con las legislativas.
En Moscú, el apoyo a Yeltsin y a las reformas del gobierno recibieron el 75 % y el 70 %, respectivamente, y en su Ekaterinburgo natal los apoyos alcanzaron el 88 %, y aunque los resultados le eran favorables, se le negó a reconocer su carácter vinculante.
El clima de moderación saltó por los aires cuando el FSN, que venía denunciando una “conspiración internacional para convertir a Rusia en una república bananera”, protagonizó una violenta demostración el 1 de mayo.
Las dos instituciones se adentraron en una nueva escalada de reproches, ahora en torno a la convocatoria de una Asamblea Constituyente, el modelo de Carta Magna y el adelanto de las elecciones.
En julio el Parlamento votó un presupuesto exageradamente deficitario que se interpretó como un desafío abierto a la política del gobierno.
El 1 de septiembre de 1993 Yeltsin destituyó a Rutskoi, que ya hacía un tiempo se había pasado al bando conservador de Jasbulátov, el 18 reintegró a Yégor Gaidar al gobierno como primer viceprimer ministro y el 21 cruzó el Rubicón político.
Con tono dramático, anunció por la televisión la imposición del mando presidencial directo, la disolución del Parlamento y el CDPR y la convocatoria de elecciones legislativas anticipadas.
El presidente justificó su acto inconstitucional para “salvar al país del caos, la desintegración y la catástrofe”, a los que los diputados le habían abocado con su “obstruccionismo sistemático” e “ignorancia de la voluntad del pueblo”.
La reacción de los congresistas fue atrincherarse en la Casa Blanca, destituir a Yeltsin, nombrar a Rutskoi “presidente en funciones” y llamar a la resistencia civil contra el “golpe de Estado presidencial”.
Yeltsin aplicó su inveterada táctica del “divide y vencerás”, provocando un goteo de deserciones de diputados con la zanahoria de prebendas institucionales.
Esto redujo la fuerza institucional de los rebeldes; pero acrecentó a los radicales irreductibles ansiosos de confrontación (como los exaltados militares Stanislav Terejov, presidente de la Unión de Oficiales del Ejército, Albert Makáshov, jefe del “Estado Mayor” de las fuerzas del Parlamento, y Vladislav Achalov, “ministro de Defensa”).
Coordinándose con los extremistas del FSN y otros grupos ultras de derecha e izquierda en el exterior, los tres arrastraron a Rutskoi, Jasbulátov y otros supuestos tibios a una aventura desesperada.
El 3 de octubre, al cabo de unos días extremadamente tensos, con indicios por ambas partes de preferir el desenlace violento como el de agosto de 1991 sobre el negociado, y a punto de expirar el ultimátum del Kremlin para que los diputados se rindieran, partidas armadas intentaron tomar edificios de Moscú con todos los visos de un golpe de mano al estilo bolchevique.
Yeltsin declaró el estado de excepción y ordenó a las tropas y unidades acorazadas del Ejército que rodeaban la Casa Blanca su captura sin reparar en medios, marcando así un punto de quiebre en la historia reciente de una nación que estuvo al filo de su segunda guerra civil en el siglo XX.

 

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