*Mónica Herranz
Justo con la llegada de diciembre comencé a sentir esta tristeza y esta melancolía. El sol por las mañanas ya no aparece como en los días de primavera o verano, ahora está todo sombrío, sombrío y triste como yo. Las hojas de los árboles se han caído, las plantas son sólo plantas sin flor y los días son cada vez más cortos.
Veo a la gente que camina apurada de un lado a otro para llegar pronto a sus destinos y entrar a un lugar más cálido donde el viento no les reseque la cara, los labios o las manos y observo también a los que van manejando. Seguro muchos irán a alguna reunión con amigos o a la famosa cena navideña de la oficina. No me gustan esas reuniones de empresa, el año pasado la de recepción terminó peleándose con la secretaria del director general por el centro de mesa, dos jefes de área resolvieron sus diferencias a puñetazos y sospecho que el bebé de la de conta es producto del coqueteo que tuvieron esa noche, ya con unas copitas de más, ella y el de recursos humanos. Y luego la rifa, nunca me toca nada que valga la pena. Habiendo pantallas, tabletas y hasta un viaje, me tiene que tocar la licuadora o el regalo de broma, un año me gané unos calzones, y luego hay que aguantar a todo mundo riéndose sobre el tema.
En fin, volviendo al tráfico, en él algunos lucen contentos, hay quienes hasta van cantando o riendo en el coche y yo sólo pienso, ¡cómo pueden ir tan contentos con este tráfico!. Y el tráfico me hace pensar en el smog y en la nata grisácea que se observaba por la ventana de la oficina. ¡La oficina! Y entonces pienso en el trabajo y en lo pesado que se vuelve en estos días. Al respecto hay de dos sopas, o hay muchísimo y no da tiempo ni de bajar a fumar un cigarrillo a la entrada, aunque al mismo tiempo pienso que para qué querría bajar con el frío que hace, o de plano no hay nada que hacer pero igual hay que estar ahí durante toda la jornada. Entonces el aburrimiento me hace desear bajar a fumar un cigarrillo a la entrada, pero para qué querría bajar con el frío que hace. Si no hay trabajo por hacer deberían dejarnos ir a casa, pero ¿a qué voy a casa? . No hay nadie esperándome allá, ni perro que me ladre. El año pasado todavía en pareja, cuando llegaba, se nivelaba el malestar del día y del trabajo, pero ahora ya no es así. ¡Oh! Ahora pienso en la pareja…
Recordé que el año pasado a estas alturas ya sabía qué iba a hacer para las festividades, el 24 la pasaríamos con mi familia, el 25 con la suya y el año nuevo nos fugaríamos juntos a alguna playa paradisíaca o a algún destino exótico. Pero este año no tengo pareja, y eso me lleva a pensar que en el mejor de los casos la pasaré todos esos días con mi familia. Mi linda, hermosa y compleja familia.
Yo ya no se qué pensar de las familias, y no sólo de la mía, sino de las familias en general. Claro que hay de todo, hay familias unidas, felices, rozagantes, o las hay como la mía, complicadas, complejas y aburridas. La última Navidad que pasé con ellos, a las once y media de la noche ya habíamos cenado y brindado y el último año nuevo a las doce y media, y en cuanto terminamos el abrazo reglamentario nos fuimos todos a dormir. ¿Por qué no me habrá tocado formar parte de una de esas familias que ríen o bailan hasta el amanecer?. Y entonces vuelvo a pensar en el amanecer de estos días, tan sombrío y triste como yo. En fin, tal vez este año decida quedarme en casa, en el sofá viendo tele o en cama, sin grandes festejos, y con las cobijas hasta el cuello. De ese modo nadie en la familia podrá cuestionarme qué pasó con ese ascenso en mi trabajo que no llegó, o que pasó con mi pareja, ni podrán decirme que cuándo me caso, o cuándo tendré hijos. Hijos dicen… estoy por cumplir cuarenta y aun no se si quiero tenerlos y para qué lo pienso, si ¡ni con quién tenerlos tengo!.
Tengo, esa palabra me hace pensar en lo que tengo, en lo que no tengo, en lo que quisiera tener, en lo que tuve y por lo tanto en lo que perdí. ¿Perder? Perdí mis llaves la semana pasada. Fui a la cerrajería que queda cerca de mi casa, no encontré a nadie, están de vacaciones.
Así que con todo esto veo el panorama bastante gris, la mañana es gris, la tarde es gris, la noche es oscura y mi ánimo tan negro como se puedan imaginar.
Y esto me pasa cada diciembre. Extrañamente todo el mundo se pone contento, amable, agradable, sonriente, y yo me siento entonces peor. Me siento mal por sentirme mal, me siento mal por no poder sentirme bien y me siento mal por sentir envidia del bienestar de los demás y desear que ojalá se sintieran al menos un poquito mal.
Fue recién una tarde de sábado, entre cobijas y perdiendo el tiempo, que me encontré aquella nota en internet que hablaba sobre la depresión estacional. Decía que este tipo de depresión viene con las estaciones, que por lo general comienza a finales de otoño o principios del invierno y desaparece con la primavera o el verano. Sus síntomas más comunes son: tristeza, ansiedad, sentimientos de desesperanza, pesimismo e irritación, pérdida de interés en actividades que antes se solían disfrutar, poca energía, dificultad para dormir o dormir demasiado, deseos de comer carbohidratos y aumento de peso y en casos sumamente extremos, deseos de muerte o suicidio.
No se conocen las causas exactas, aunque algunos investigadores plantean que tiene que ver con la serotonina y la melatonina, químicos del cerebro que regulan tanto el estado de ánimo como el sueño, y también con la disminución de la luz solar. ¡Todo cuadra! Yo comienzo a sentirme mal a principio de diciembre y después del día de reyes me empiezo a sentir mejor y la mejoría va aumentando hasta que para marzo vuelvo a sentirme francamente bien.
Que alivio haberme quedado en casa y encontrar esa nota, tal vez pueda ser que no sea yo tan grinch, ni que odie al mundo en diciembre, tal vez suceda que tengo depresión estacional. La nota también daba algunos tips para combatirla, entre ellos, tratar de que me de el sol lo más posible, sí como los bebés que los sacan a tomar baños de sol, pues igual. Tratar de hacer cosas que me gusten y me hagan sentir bien, para que pueda reir un poco y eso ayude con mi ánimo. También sugería consentirme, hacer algo de ejercicio, meditar o hacer yoga y contemplar la posibilidad de asistir a una psicoterapia. No se si eso de la psicoterapia sea para mí, pero lo voy a intentar. La nota decía que todo lo demás puede ayudar, pero que la psicoterapia podría resolver de fondo la situación y no encontrarme así diciembre tras diciembre. Sí, definitivamente, lo voy a intentar.
*Mónica Herranz
Psicología Clínica – Psicoanálisis
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