Por Mouris Salloum George*
Sin más ánimo que el de darle entorno editorial a un grave proyecto, como el de la reforma de la Justicia Penal en México, podemos colocarnos en los cuadrantes de la cultura occidental, en la que América fue insertada compulsivamente conforme la procedencia de los conquistadores y colonizadores.
Con independencia del origen de aquellos bárbaros expedicionarios, dos nociones del derecho importaron los ilustrados de Europa: 1) El milenario Derecho romano y los evangelios canónicos posteriores. Los segundos rigen al amparo del cristianismo. En México se ensayó el Derecho indiano.
La Justicia que el Siervo de la Nación soñó
Cristiano, el cura Morelos, quien optó por los pobres: Los indígenas, en cuyo caso proclamó su igualdad ante la ley, de la que se encargaría el Tribunal de Justicia Americano.
El siervo de la Nación, propuso una cláusula seminal: Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deberán ser las que obliguen a constancia y patriotismo y moderen la opulencia y la miseria.
Morelos fue tenaz en su empeño por abolir el régimen de castas. Desde el Derecho indiano hasta las constituciones liberal y revolucionaria se han imprimido las letras, bajo las cuales quedó enterrado el espíritu de los combatientes por la igualdad social.
Peña Nieto, un cruzado contra la corrupción y la impunidad
Como suele ocurrir desde la Edad Media hasta la posmodernidad en occidente, la justicia -lo acaba de decir en México el ministro presidente del Tribunal Constitucional, don Arturo Zaldívar- es un fruto que sólo arrancan y disfrutan los poderosos. Los que tienen con que.
Particularmente en el periodo neoliberal, la simulación de los detentadores del poder -político y económico- ha sido la constante.
Ilustremos la anterior afirmación. El 22 de diciembre de 2014, en su estado, Enrique Peña Nieto quiso conmemorar el 199 aniversario de la ejecución de Morelos, con casi todo su gabinete y los representantes de los poderes Legislativo y Judicial.
Peña Nieto mandó al atril al jefe de su oficina, Aurelio Nuño Mayer, quien de su ronco pecho soltó que El Siervo de la Nación era la inspiración de su jefe, y acto seguido convoco a los mexicanos:
“Hoy en día, sociedad y gobierno debemos luchar codo con codo en contra de los verdaderos enemigos de México: La impunidad, la pobreza, la desigualdad, la violencia… y la corrupción”. ¿Se puede expectorar más fétida cachaza?
Peña Nieto se sirvió sus secretarios, procuradores y jueces de consigna no sólo para proteger a sus aliados y secuaces, sino para blindar sus intereses personales y familiares.
¿Se puede esperar del Congreso racionalidad legislativa?
Se dice, que hoy no es como antes: El citado ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, presentó ayer un proyecto de reformas a nuestra Carta fundamental, centrando la iniciativa en siete artículos.
La primera sensación que nos produce ese anuncio, es que el doctor Arturo Zaldívar se pertrechó juiciosamente en la máxima: El que mucho abarca, poco aprieta, combinándola con la clásica sentencia: El buen juez por su casa empieza.
Ceñido escrupulosamente a su esfera de acción, el togado, no obstante su condición de constitucionalista, tomó para la iniciativa artículos que corresponden al Capítulo IV/ Del Poder Judicial.
Subrayamos el crédito de constitucionalista del doctor Zaldívar, porque el proyecto enfrentará en el Congreso a algunos zafios que, sintiéndose verdaderas rencarnaciones de Papiniano, Gayo y Ulpiniano juntos, no conocen ni la elemental sintaxis para redactar, ya no una jurisprudencia, sino una simple tesis.
Y una advertencia obliga: Hace una década, el doctor Sergio García Ramírez, que algo sabe de Constitución, precisamente al referirse a una reforma en materia penal, calificó el producto del legislador como El bebé de Rosemary. Es de confiarse que a tal lactante no le aparezca un hermanito. Vale.
(*) Director General del Club de Periodistas de México, A.C.
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