Mouris Salloum George*
Una revolución que transa, es una revolución perdida.
En el llano mexicano se abre el duelo a causa de la Decena trágica de febrero de 1913, iniciada con la sublevación de los traidores en La Ciudadela: El prócer civil, Francisco I. Madero, se encamina hacia el cadalso, presidiendo La marcha de la lealtad, un ensangrentado sendero que no tendrá retorno.
Días antes, 23 de enero, el Bloque Liberal Renovador en la XXVI Legislatura dirigió un memorial a Madero, en el que le advierte que las transacciones y complacencias con individuos del régimen político derrocado, son causa eficiente de la situación inestable en que se encuentra el gobierno emanado de la Revolución.
Todo eso es fruto, dice el texto, del nefasto del error primero, de la funesta conciliación, del hibridismo deforme que parece haberse adoptado como sistema de gobierno: Las llaves de la Iglesia han sido puesta en manos de Lutero, sostienen los diputados maderistas.
Taft ya había movilizado su flota armada contra México
El cuartelazo había sido fraguado en la Habana, con conexión en la prisión de San Juan de Ulúa, a la que había sido remitido el general Félix Díaz, sobrino del dictador depuesto. En la conjura estuvieron implicados los generales Manuel Mondragón y Gregorio Ruiz y el señor Cecilio Ocón. Se le puso una fecha alzamiento armado: 18 de febrero. Los acontecimientos se precipitaron el día 9, con un movimiento simultáneo en los cuarteles de Tlalpan y Tacubaya.
Nada en ese tipo de conspiraciones es espontáneo ni aislado: La sentencia ya estaba dictada desde Washington: El presidente Taft había dispuesto el desplazamiento de buques de guerra con tropas de desembarque en las costas de México, con la mira puesta en la capital de la República. Coartada: Los ciudadanos americanos y sus propiedades deben ser protegidos y respetados. (Sus reclamaciones serían satisfechas una década después, con los Tratados de Bucareli).
Las decisiones de Taft se fundan en los informes que le trasmite su embajador en México, Henry Lane Wilson, quien ha dedicado sus oficios a sonsacar a Victoriano Huerta, invitado frecuente a las tenidas alcohólicas en el recinto “diplomático”.
Las últimas líneas del memorial dirigido a Madero por los diputados renovadores, dicen: Es urgente e indispensable que los empleados de los diversos ministerios sean todos, sin excepción, personas de indiscutible criterio político revolucionario. Madero no escuchó: Marchó mansamente rumbo al martirologio. Trágico asunto.
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.
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