Aletia Molina
Es difícil definir al “populismo”, pero es, sin duda, fuente de inequidad social.
El populismo es a lo popular lo que la demagogia es a la democracia, es decir, su versión degenerada, corregida y aumentada. El líder popular no tiene porqué ser populista. Este, transforma lo popular en “insano populismo cuando se convierte en la habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo”. Tal problema se agrava cuando la popularidad, así degenerada, se funda en la alimentación de vicios culturales graves, como el racismo, el nacionalismo cerrado… un continuo círculo vicioso.
Precisamente el populismo necesita, no de un Pueblo que se exprese y sea a la vez conducido hacia el Bien Común por sus dirigentes democráticamente elegidos, sino de una “clientela”, es decir de un grupo dependiente, sea del fanatismo como de la dádiva, o de ambos… tal vez.
Allí donde se mire aumentan quienes creen en soluciones fáciles para los problemas complejos. Quienes desconfían de la política tradicional y de los partidos que han gobernado durante las últimas décadas. Quienes votan a demagogos que desdeñan la verdad y dicen lo que la gente quiere escuchar. Quienes deslegitiman las instituciones y se declaran depositarios de la confianza del pueblo.
Sería un error creer que estamos ante un fenómeno pasajero porque el virus que amenaza las democracias no es el Covid-19 sino la inseguridad de los ciudadanos que han perdido la esperanza de que el sistema podrá solucionar sus problemas. El aumento de la pobreza y de la desigualdad ha sido el terreno abonado sobre el que ha crecido el populismo.
El discurso político, y esto incluye también a los partidos políticos, se ha instalado en una retórica en la que la propaganda triunfa sobre la información.
Esta creciente dificultad para diferenciar los hechos de las opiniones es justamente lo que hace que los medios informativos sean más necesarios hoy que nunca.
Aseguraba Thomas Jefferson en una cita clásica: «Prefiero tener prensa sin democracia que democracia sin prensa». Una afirmación certera y que sigue siendo válida.
La indignación contra los populistas está muy bien, pero no es suficiente para derrotarlos. La razón es que no están planteando bien la batalla. El problema no son los populistas, sino saber por qué tantas personas los apoyan pese al riesgo que significa.
Este ascenso de los populistas autoritarios presagia un futuro negro para la democracia y la convivencia social, pero refleja también la existencia de un profundo deseo de cambio en nuestras sociedades. Ese deseo de cambio es el espíritu de nuestra década.
@AletiaMolina
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