Rajak B. Kadjieff / Moscú, Rusia
*Nueva clase de tecnócratas comenzaba a gobernar.
*Yégor Gaidar, Vasili Barchuk y Guennadi Búrbulis al comando.
*Había que poner fin a los lastres de viejo régimen.
*Estabilización del rublo ante una Inflación del 100 %.
*Saneamiento drástico, radical y completo de las finanzas del Estado.
*Política exterior complaciente con Occidente, EU, FMI y BM.
Los nuevos allegados a Boris Yeltsin, en su mayoría integrantes de un gabinete que intentaría cambiar la historia de una Rusia que quería dejar el pasado, presumían de características y personalidades que se proponían acabar con lastres que impedían el resurgimiento nacional.
Había que terminar -argumentaban- con la escasez de productos de consumo -crónica en todo el período soviético y agudizada en los años de gobierno de Mijaíl Gorbachov, absorber el exceso de masa monetaria circulante (la inflación ascendía ya al 100%) y recuperar para la actividad económica los capitales privados atesorados.
“Hay que hacer un drástico, radical y completo saneamiento de las finanzas del Estado”, era la premisa inicial, el arranque para una nueva era, la era de Yeltsin en la que, además, había que estabilizar el rublo como una moneda convertible y ajustada con las principales divisas internacionales.
No conformes con ello, se establecía como directiva impostergable la privatización de todas las empresas y actividades comerciales no estratégicas para el Estado en dos fases: primero mediante la emisión de bonos abierta a todos los particulares y luego permitiendo la compraventa de grandes cuotas accionarias.
Y por último, inculcar en una población adoctrinada contra el capitalismo durante siete décadas los espíritus de iniciativa empresarial, competitividad y prosperidad personal y, diplomáticamente, la orientación de la Rusia yeltsinista fue decididamente a Occidente.
La razón era, sobre todo, porque necesitaba vitalmente las ayudas y créditos de los países desarrollados y de las organizaciones financieras por ellos sustentadas, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM).
El recién designado titular del Ministerio de Exteriores, Andréi Kozyrev, era otro de los hombres de confianza del presidente y grato a Washington, Londres, Bonn o Bruselas, de modo que los encuentros que Yeltsin sostuvo con mandatarios occidentales a lo largo del año subrayaron el buen ánimo de Rusia.
Había que ver la disposición de aquellos países a prestar la ayuda demandada, aunque la administración de George W. Bush en Estados Unidos pareció complacerse en su auto concedido laurel de vencedor de la Guerra Fría y no elaboró una estrategia de ayudas masivas y preceptuadas.
Antes bien, en los primeros meses del año, dio prelación a los suministros humanitarios con carácter urgente, sobre todo alimentos para cubrir las penurias más acuciantes en las ciudades rusas.
El puente aéreo, que tomó el caritativo nombre de Proveer la Esperanza (Provide Hope), comenzó el 10 de febrero de 1992 con la participación de la Comunidad Europea (CE), Turquía y Japón, aunque la logística la puso Washington, que se ocupó de explotar los beneficios propagandísticos de la operación.
Al tratar a Rusia como un país del Tercer Mundo necesitado de subsistencias —aunque el enfoque no era del todo improcedente, pues el derrumbe de la producción y las rentas alcanzaban niveles desastrosos—, una parte importante de la población se sintió herida en su orgullo.
Este hecho añadió otra causa de rencor hacia un presidente Yeltsin que ya empezaba a ser cuestionado por autorizar la traumática terapia de choque de Guennadi Búrbulis, Yégor Gaidar y Vasili Barchuk, los poderosísimos y más influyentes personajes del entorno presidencial.
El caso fue que Borís Yeltsin debutó en la escena internacional con buen pie y ágil de reflejos, con la oferta de Bush de un desarme nuclear estratégico de gran alcance, unilateral y sujeto a negociación, que no tardó ni 24 horas en ser replicado por el Kremlin con propuestas no menos espectaculares.
El presidente ruso viajó el 30 de enero al Reino Unido y el 31 de febrero a Estados Unidos, para asistir a una cumbre de los 15 países del Consejo de Seguridad de la ONU y de paso reunirse con Bush, el 1 de febrero, en Camp David.
Washington estaba bastante satisfecho de las urgencias de Yeltsin a sus colegas de Bielorrusia, Kazajistán y, en especial, Ucrania para que desnuclearizaran totalmente sus repúblicas desprogramando y/o trasladando a Rusia los misiles de corto y largo alcance.
Esto incluía a los demás ingenios de esta panoplia de destrucción masiva, y el compromiso fue adquirido formalmente por las tres repúblicas ante Rusia y Estados Unidos en Lisboa el 23 de mayo.
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