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miércoles, julio 16, 2025

El Año Nuevo de los purhépechas

Luis Alberto García / Pátzcuaro, Mich.

*El Fuego Nuevo es para reivindicar la identidad.
*No se medía el tiempo como se hace en el calendario vigente.
*Se reunían alrededor de las Yácatas, centros ceremoniales.
*Esperaban a que la constelación del “Arado” se colocara a mitad del cielo.
*Los colores distintivos de cada región.

Así se indicaba que terminaba un año, en el calendario agrícola que ellos utilizaban y que tal vez pudiera ser el último, pues se pensaba que la Tierra y la vida contenida en ella hasta entonces, podían desaparecer por catástrofes como diluvios o terremotos.
Cuando la constelación de Orión o el Arado se inclinaba un poco y no sucedía nada, todos los presentes cantaban y bailaban y el sacerdote o Petámuti entonces subía al cerro más alto y frotando unas varitas o piedras de las llamadas “xinapu” o “querenda”.
En un ritual se encendía el fuego que daba luz al nuevo año, o “P’orhepecheri Jimbani Uéxurhini”, ceremonia que también tenía como objetivo unir a los antiguos pobladores del reino, quienes saludaban con ella el inicio de un nuevo ciclo en su devenir.
Esta ceremonia recuperada de la memoria tradicional por un grupo de promotores y profesionistas originarios de las cuatro subregiones purhépechas (La Ciénega, La Cañada, La Meseta y la Zona Lacustre), ha venido recorriendo el territorio durante medio siglo.
Los anfitriones son un número similar de poblaciones que se han comprometido a custodiar, de manera responsable, el “encendido” físico y simbólico que un Fuego que perpetúe los principios cosmogónicos de una cultura que se ha resistido a sucumbir en una sociedad globalizada y caracterizada por el valor, aprecio y consumo de lo material.
Antiguamente, la interacción que se suscitaba entre las manifestaciones de la naturaleza y los hombres en las culturas antiguas, transcurría en medio de los favores y de la observación, propios de los ciclos temporales que se sucedían, obviamente en lo agrícola.
Y se desarrollaba en espacios tangibles, donde el drama de la vida y de la muerte se concretaba en la corta y fructífera existencia de las milpas y otros cultivos como el amaranto, en el lapso que va desde la siembra de la semilla (aparentemente muerta) y la fecundación de ésta en la tierra por la lluvia, hasta la maduración del grano por el sol y luego la cosecha, pasada la cual, las plantas perecen.
El tata Pedro Márquez decía al respecto: “Son portadores más fieles de nuestra cultura, quienes están más cerca de la Naturaleza, de los recursos naturales propios de cada región y de cada pueblo.
“Los que están viendo todos los días y todas las noches el movimiento de las estrellas, de la luna… los que perciben, por los cinco sentidos, cuando llega un año bueno. Que, observando a la luna, saben cuándo llegarán las lluvias, cuándo hay que sembrar, cuándo hay que cortar un árbol para que éste dure y su madera no se apolille”.
“Los que siguen rezando cuando obtienen cosechas buenas de las semillas para el consumo durante el año… Los que enseñan la lengua con el método más natural, como se las enseñaron sus padres y abuelos.
“Que enseñan a cantar, a bailar, a disfrutar de los sabores de las comidas y de las bebidas…Las mujeres que guardan las costumbres y tradiciones… Los que realmente viven la vida…”.
La actual ceremonia -que dio inicio en Tzintzuntzan e Ihuatzio en 1973-, se celebra el día 1º. De febrero y hasta la madrugada del día 2, y cuenta con dos símbolos: como constancia calendárica, una piedra angular que significa “Unidad, Cimiento, Testimonio”, y en la que se han venido grabando todas las inscripciones conmemorativas del festejo.
Representan a la comunidad donde se realiza con un segundo símbolo, una bandera que representa la unidad de las comunidades de las cuatro regiones, plasmadas en los colores Amarillo: La Cañada; Verde, la Meseta; Morado, La Ciénega y Azul Claro, la Región de los Lagos.
Al centro de los cuatro colores, un bloque de obsidiana o pedernal que representa a Curicaueri (Dios Solar) y rodeándole, cuatro grupos de flechas, de las que la Relación de Michoacán, dice: “Estas flechas son dioses; con cada una mata nuestro Dios Curicaueri y no suelta dos flechas en vano”.
Mayordomos o Cargueros, apoyados por organizadores de cada comunidad (en esta ocasión de Santa Clara del Cobre), invitan a participar en las actividades que se tienen preparadas para esperar el encendido del Fuego Nuevo.
A partir de la mañana del día primero de febrero, se hace un recorrido por las calles de la comunidad, participando quienes llegan trasladando los símbolos desde la comunidad que “entrega” y anfitriones de la comunidad “que recibe”.
Convocan a todos a la participación, acompañados de una o varias bandas y en un ambiente de fiesta, y durante el día, se da la participación de grupos de danzantes y bandas que llegan espontáneamente; charlas, conferencias y exposiciones (de Códices, pinturas, fotografías y artesanías de diferentes comunidades).
También llegan a organizarse charlas y actividades para pequeños y adultos, explicando el significado de la ceremonia; talleres y exhibición de juegos tradicionales, hasta la hora de la comida.
Los alimentos por lo general se ofrecen en el mismo espacio destinado para la ceremonia y a todos los asistentes sin excepción. Por la tarde, después de realizar otro recorrido, esta vez con la Bandera Purhépecha y la Piedra Calendario, se da inicio un festival artístico.
A él acuden, de manera voluntaria, danzantes y pireris de toda la región, que concluye cerca de las 24 horas, cuando se espera que las “Tres Estrellas” o el Cinturón de Orión, se encuentren en el Cenit, para encender el Fuego Nuevo.
Poco antes se habrán reunido organizadores y representantes de comunidades que ya han sido custodios y anfitriones de la ceremonia, para ponerse de acuerdo en qué lugar se esperará la fiesta del próximo año, dándose a conocer a toda la concurrencia, la madrugada de 2 de febrero, día de la Candelaria.
Cargueros y organizadores de la comunidad indígena de Santa Clara, serán anfitriones del P’orhepecheri Jimbani Uéxurhini (Año Nuevo Purhépecha), cuyos pobladores, durante el año y con actos de reflexión, celebrarán el reencuentro con una memoria histórica que mantiene viva la raíz cultural, para orgullo de nuevas generaciones.

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