Federico Berrueto
López Obrador es pasado; Sheinbaum, presente. Se pretende caminar de la mano con el expresidente y la presidenta es renuente a actuar en función de la investidura. Sabe de la fuerza simbólica de quien la promovió y no está dispuesta a comprometer la unidad construida en su entorno. Lo peor, el futuro de López Obrador es López Beltrán y, se quiera o no, el ascendiente del padre es suficiente para que el hijo prevalezca en la disputa sucesoria, a pesar de los pesares y de la evidencia de tráfico de influencia.
López Obrador es el activo mayor, pero también el mayor problema. No por la herencia de su gobierno, pésimo en sus resultados, incluso con dimensión criminal respecto a la salud y seguridad. El problema es, como señala Agustín Basave, en el presente y más a futuro el principal factor de cohesión es el poder; para más precisión, los vicios que acompañan a una estructura política sin auditoría social o ciudadana. Los escándalos exceden a los de la ostentación de riqueza; se sabe bien que son finanzas propias y de allegados, así como la situación patrimonial la que convalida la pérdida de brújula del proyecto; el problema no es aparentar, sino el origen, la corrupción. Lo sabe la presidenta y quizá algunos cercanos; sin duda, también, los servicios de inteligencia norteamericanos que rastrean operaciones financieras, los envíos a paraísos fiscales, inversiones en el exterior, además de la información propia del espionaje y de las delaciones de criminales o dobles agentes en el gobierno.
Se dice que el respaldo popular disminuirá por el desprestigio propio de la incongruencia. Otros piensan que las divisiones son el destino, como el PRD y sus tribus. Morena en su segundo piso es inmune a eso y, ciertamente, es el poder lo que los cohesiona, además nunca ha sido partido hegemónico en votos. La minoría mayor no es hegemonía, tampoco requerir de socios para construir una mayoría legislativa no consecuente con la expresión numérica del voto. Morena es minoría, y le espera la misma condición no obstante la disminuida oposición por desprestigio y pobre liderazgo. Morena seguirá siendo no hegemónico en votos a pesar de la connivencia de las élites, la falta de escrutinio social y de la complacencia ciudadana.
De eso se trata la reforma política del comisario Pablo Gómez. Pero el poder no decanta en los órganos legislativos, sino en los ejecutivos: alcaldes, gobernadores y presidente. Eso no cambiará, al contrario, la querencia de Morena es empoderarlos porque su comisario no cree en la representación política sino en la vanguardia revolucionaria, y ésa cabe en un sofá.
A Morena le sucederá lo mismo que al PRI de los 80´s; una derrota se vuelve símbolo de debacle. En 1989, en BC se perdió la primera elección de gobernador, ocho años después la mayoría en el Congreso y tres años más fueron suficientes para ceder la presidencia.
La exitosa manera como López Obrador llevó la sucesión es irrepetible porque los intereses crecieron y la corrupción descompuso el tejido político del proyecto arriba, en medio y abajo. No hay una figura que cohesione y pueda construir una candidatura dominante como Claudia Sheinbaum. Los gobernadores de Morena y de la oposición y muchos alcaldes marcharon junto al presidente, ahora ni los de casa porque las complicidades criminales y los intereses se los impiden. Veinte estados renovarán gobernador y casi todos alcaldes; lo más probable es que Morena no repita la aplanadora de 2018 y 2024; en todo caso parecerá la de 2021 con 34% de los votos y siempre que el PVEM y el PT decidan someterse, asunto incierto, especialmente en la contienda local.
La reforma del comisario Gómez acabará con la autonomía e independencia del INE y afectará sustancialmente la representación proporcional, pero no tendrá el potencial para inhibir lo propio de lo social, impredecible e incontenible: la baja del respaldo electoral en la elección intermedia, constante del sistema electoral después de que Salinas con Colosio en el PRI, en 1991 ganó 289 de los 300 distritos con 61.4% de los votos. El país dio un giro a la democracia electoral en 1996 y de allí en delante ningún partido ha podido ganar con más de 42% la elección de diputados.
López Obrador supo leer la elección intermedia y resolvió la sucesión en ese entonces, además de hacer de los programas sociales la estructura electoral de Morena, como Salinas con Solidaridad. La situación ahora es dramáticamente diferente. La sucesión será el gran problema de Morena, tema de otra colaboración.
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