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viernes, noviembre 22, 2024

“El odio negro de Stalin me ha perseguido”

Luis Alberto García / Moscú, Rusia

* Leonardo Padura escribió con bases históricas acerca de Trotski.
* Persecución y exterminio de la familia Bronstein.
* En 2020, a ochenta años de un crimen ideológico.
* Lev Davídovich se había familiarizado con la muerte.
* El escenario, la mansión-fortaleza de Viena 19, en Coyoacán.
* Episodios transcurridos en México entre 1937 y 1940.

El escritor Leonardo Padura (Finalista del Premio Libro del Año 2009 y Premio Princesa de Asturias 2015), investigó durante cinco años el asesinato de Lev Davídovich Trotski, el líder de la revolución rusa que secundó a Vladímir Ilich Uliánov -Lenin-, como lo asevera el cubano en su novela El hombre que amaba a los perros.

En su obra de 761 páginas, escrita entre mayo de 2006 y junio de 2009, el novelista narra la fértil y vertiginosa existencia no solamente de Lev Trotski, sino de su esposa Natalia Sedova, de su nieto Seva, de su asesino Ramón Mercader, de Caridad del Río –madre del homicida-, y de Nahum Eitingon, el comisario político y supervisor del crimen diseñado por el NKVD.

La “Operación Pato” fue una estrategia planificada e instrumentada por el NKVD, la policía política utilizada por Iósif Stalin para deshacerse de Lev Trotski, su peor o su mejor enemigo –como quiera verse-, que estaría a cargo de Mercader como asesino material, con antecedentes probados como agente leal a la jerarquía del Kremlin, de Moscú y del estalinismo.

Parte de esa historia transcurrió en México entre 1937 y 1940, con paisajes que llevan a Moscú, Estambul, París, Madrid, Oslo y a un planeta en guerra ideológica hasta que Mercader muere de cáncer en 1978, y su mundo acaba en La Habana, tras quedar fuera de la cárcel mexicana de Lecumberri en 1960.

En una mansión porfiriana convertida en museo, hay un muro baleado que, desde 1940, perdura como recuerdo del ataque al que sobrevivió Trotski en el barrio de Coyoacán el 24 de mayo de ese año, previo a otro atentado y a su muerte tres meses después a manos de Mercader, fanatizado agente de la dictadura de Iósif Stalin.

“Ya me familiaricé con la muerte”, aseguró Trotski tras el primer atentado en su casa de Coyoacán, hoy museo magnífico dedicado a los exiliados políticos. En donde reposa una urna con sus restos junto a un monumento que tiene esculpidos la hoz y el martillo, con una bandera roja en la mitad del jardín.

“A través de medio mundo el odio negro de Stalin me ha perseguido”, comentó alguna vez el líder de la revolución rusa, cuyo verdadero nombre, Lev Davídovich Bronstein, poco o nada dice a las nuevas generaciones, desinteresadas en el pasado de los hombres que hicieron y hacen la historia.

En entrevista con Esteban Volkov –Vsevolod o Seva-, nieto de Trostki, quien sobrevivió con sus abuelos Lev y Natalia al primer ataque perpetrado por el muralista David Alfaro Siqueiros el 24 de mayo de 1940, Pablo de Llano, periodista de diario español de El País de Madrid, reveló algo poco conocido.

El 10 de julio de 2016, Volkov detalló en una entrevista historias que había escuchado de su abuelo: en 1926, el perseguido llamó a Stalin “sepulturero de la Revolución”, presagiando que el dictador no solamente lo mandaría asesinar a él, sino a todos los Bronstein.

Arrasó con su estirpe, iniciando la masacre con Zina, primera esposa de Trotski, obligada a suicidarse en un hospital de Berlín; de su yerno, Platón Volkov; de sus hijos Lev y Serguei; de su hermano Alexander Bronstein y su cuñada Alexandra, todos fusilados en distintos años y circunstancias, y por supuesto él mismo, el fundador del Ejército Rojo.
Esa persecución, que cubrió de tragedia a su familia y a Lev, lo empujó a una vida itinerante que llegó a su fin el 21 de agosto de 1940 después de que Ramón Mercader, comunista español que se había ganado su confianza, le clavó un día antes un piolet en la cabeza.

“Para los trotskistas que no son pocos en el mundo, ese fue un crimen ideológico”, refirió el cubano Leonardo Padura, quien investigó al detalle el asesinato para su novela El hombre que amaba a los perros, en la que teje las vidas de Lev Trotski y Ramón Mercader recreando el drama existencial de un escritor que conoce al homicida en una playa de La Habana.

Eran los tiempos de la polarización revolucionaria, en la que Stalin, con puño de hierro, controlaba el poder de la izquierda, y Trotski, también él un fundamentalista, alumbraba como única lucecita con su crítica al régimen soviético, describe Padura en La Habana.

Stalin propugnaba un socialismo en un solo país; Trotski, quien tomó su nombre de uno de sus carceleros en Odessa, defendía la revolución permanente en todo el mundo.

Expulsado de Rusia y del Partido Comunista de la Unión Soviética, Trotski se refugió en México el 9 de enero de 1937, ayudado por el célebre muralista Diego Rivera, quien intercedió ante el presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940).

El líder del movimiento que precipitó la Revolución de octubre y el general Lázaro Cárdenas del Río nunca se conocieron, aunque mantuvieron un intercambio epistolar afectuoso e interesante, como lo documentó el escritor Fernando Benítez en una biografía aleccionadora de quien, dijo, dio a México patria y soberanía ante la agresividad de las empresas petroleras en 1938.

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