Rajak B. Kadjieff / Moscú, Rusia
*Cuando Rusia dejó de serlo y se convirtió en Federación Rusa.
*Burbúlis, Gaidar y Barchuk abrieron puertas a la incertidumbre.
*Espacio basado en una economía liberal y en el libre comercio.
Rusia -en adelante denominada Federación Rusa (Rusia)-, inició sus primeros pasos como Estado independiente tal como Borís Yeltsin había querido: heredó automáticamente el asiento de la URSS en la ONU.
Ucrania y Bielorrusia o Bielarús tampoco tuvieron que solicitar el ingreso en tanto que firmantes por separado de la Carta fundacional en San Francisco en 1945, ni a las demás organizaciones internacionales; pero se preservó el control del arsenal nuclear y las fuerzas estratégicas por un mando aliado que en la práctica era ruso.
En Alma-Atá las otras tres repúblicas con armas nucleares en su territorio, Ucrania, Bielarús y Kazajstán, se comprometieron a adherirse al Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP) y acatar lo que les concernía del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START).
Ese era un principio de desnuclearización que incluía el envío a Rusia para su eliminación de todas las armas nucleares tácticas; sin embargo, a Moscú se le escapó de las manos el control sobre las Fuerzas Armadas convencionales, cuya jefatura provisional había sido transferida por Mijaíl Gorbachov al mariscal Shaposhnikov.
En la primera cumbre regular de la CEI, en Minsk el penúltimo día de 1991, Kravchuk dejó claro que Ucrania aceptaba delegar en Rusia la condición de única potencia nuclear; pero que la creación de un Ejército y un ministerio de Defensa nacionales era inseparable de su condición de Estado soberano.
Con mayor o menor intensidad, las demás repúblicas plantearon la misma pretensión, y la perspectiva, acariciada por Moscú, de un único espacio económico basado en una economía liberal y un área de libre comercio, una armonización aduanera y una zona rublo comunitarios, se quedó en agua de borrajas.
Esto pasó tan pronto como todas las repúblicas se afanaron en marcar sus señas de identidad nacional y en protegerse de unas intenciones rusas vistas con suspicacia (sobre todo a la hora de revisar los precios y cuotas de los suministros energéticos y otros productos esenciales), para lo que levantaron controles y barreras arancelarias de todo tipo y algunas se dotaron de moneda propia.
La consecuencia inmediata fue la aceleración del desplome económico en todas partes, empezando por Rusia, sin más alternativa que la adopción de una terapia de choque económica y un debut internacional de alto perfil
Al despuntar 1992 la comunidad internacional tenía menos dudas sobre la ideología y la estrategia global de Yeltsin que sobre sus intenciones económicas más inmediatas en la empresa, tan colosal como de incierto colofón, de inaugurar en la vasta y complejísima Rusia tendencias positivas en todas las esferas por las que se suele valorar la viabilidad de un Estado.
Así, la entrada en vigor de la liberalización de los precios de los productos de consumo tan indeseada por la ciudadanía, el 2 de enero de 1992, indicó que el presidente se había pronunciado por una transformación radical del sistema económico.
En el equipo de colaboradores de Yeltsin destacaban reformistas sin recato como Guennadi Búrbulis, amigo desde la lejana etapa en Sverdlovsk o Ekaterimburgo y su mano derecha en el Gobierno como primer vicepresidente del mismo y secretario de Estado; es decir, un primer ministro de facto.
A él se sumaba un joven y experto neoliberal, Yégor Gaidar, vicepresidente para Política Económica y ministro de Finanzas entre el 19 de febrero y el 2 de abril, cuando cedió el Ministerio a un hombre de su círculo, Vasili Barchuk, para así dar inicio a un paseo por la incertidumbre y a una noche de terror ante el neoliberalismo, desembozado y por todos tan temido.