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viernes, noviembre 22, 2024

El soplo beat en los tiempos líquidos

Reseña del libro “Cosmos terrenal” de Benjamín Anaya (México, La Cuadriga de la Langosta, 2022)

Por Rafael Serrano

“El poeta tiene una relación secreta con todo lo que ha escrito. Contradice muchas veces lo que el lector y el público piensan…”
Anna Ajmátova
La poesía es una voz del alma colectiva. Es un recurso comprensivo para darnos respuesta al sentido y al valor de lo que hacemos y para lidiar con la incertidumbre de vivir siempre al filo de la navaja: entre el bien y el mal, la vida y la muerte, el amor y el odio; la lealtad y la traición, el egoísmo y el altruismo, la libertad y la opresión; la verdad y la mentira; y un inmenso etcétera. La poesía es revelación y los poetas sus heraldos de los misterios de la vida. Ellos son, en esencia, los mediadores de la memoria colectiva y sus revelaciones, los que nos describen por qué estamos aquí, lo que responde, a la gran pregunta existencial: ¿para qué un breve instante en la tierra?
Según Heidegger, existir es hablar; decir, ser. Se nace en una comunidad que nos otorga el habla, nos nombra y nos da identidad, nos hace pertenecer y ser-ahí-en-el mundo. Pero hay una habla de todas las hablas. Un habla que nos representa a todos, que es la voz de todos; la voz del nos-otros: la poesía y su hablantes. Los poetas, representan esa existencia colectiva, son el habla del alma colectiva. Un poeta es un representante del ser colectivo que somos, del pueblo en estado llano. José Emilio Pacheco decía que la poesía se hace entre todos y el poeta es sólo una parte del verso que requiere de un lector para ser el con-verso. De ahí la palabra con-versación: ser a través del otro.
Como en ningún otro saber, el poeta es un médium, un revelador al estilo de Artaud: un sacerdote que convoca e invoca el mundo, crea el ritual que nos hace encontrar el sentido de existir. Reconocernos en nuestro drama: la poesía no es alabanza ni trinos en el bosque sino luz y sombra sobre la vida. Los poetas son los guardianes de la memoria colectiva, de su patrimonio. Y hay poetas claros, concretos, directos, sencillos y los hay también oscuros, abstractos, indirectos, complejos. Benjamín Anaya es una rara mezcla de estas dos estirpes poéticas.

Benjamín Anaya

 

En su libro “Cosmos Terrenal” vemos a un heraldo oscuro/abstracto/complejo que de improviso se vuelve claro, concreto y directo. Es una voz llena de simbolismos escondidos en habla culterana, habitante de un bosque donde florecen el hipérbaton y los ablativos, una selva lingüística que quisiera exprimir el idioma, hacer un scratch para que el lector rompa con la armonía del habla diacrónica (sujeto/verbo/complemento): “navego adonde alegre/la muchedumbre arrecía en sus festejos/sonando algarabías con todos mis contrastes/mi otrora esfuerzo/ofrendado en aquel frasco de páginas deseantes/ahora fluye hacia el cauce/de un recuerdo/ abismal”. Pero también es una voz que ofrece claros en el bosque: “En estas playas lejanas del norte/lejos de mares y caracolas/que acaso/ despreocupan a tiburones y alacranes/en esta ficción de cielo/tan lejos de olas y arrecifes/ la bruma nos recuesta con su olor matinal”.


Dylan y Ginsberg

“Cosmos terrenal” es un melting pot lingüístico que nos asombra, nos ilumina y nos oscurece… es una historia poética que nos anuncia la llegada de la palabra envuelta en el mito. Es un adviento dice el autor-poeta. El aviso de un mundo nuevo que no se ha “…acostado con la belleza…” pero que proclama “sus encantos más abundantes”. Siguiendo a Lawrence Ferlingghetti: “No me he acostado con la belleza toda mi vida… y mentí con ella también… diciéndome a mí mismo cómo la belleza nunca muere… sino que yace aparte… entre los aborígenes del arte y muy por encima de los campos de batalla del amor.” El adviento en lenguaje cristiano es el tiempo del presagio, la llegada del hijo de Dios a la tierra. Una ocasión para redimirnos y prepararnos para “la llegada”. Adviento es en latín “venida/llegada”. Un renacimiento después de ser abatidos por las fauces del caos, de la nada, del mundo oscuro de la guerra y la muerte: “navego adonde alegre…ofrendando en aquel frasco de paginas deseantes… un recuerdo abismal”.

Después del adviento el poeta nos anuncia el regreso, el renacimiento, la sanación, la trasmutación del alma. Plegarias con paraderos lluviosos y flores minerales que caminan hacia el alma que mueve a un cuerpo frágil, sostenido sincopadamente por las lluvias solares en un páramo incierto: estoy taggeado/con un scratch vandalizado/ banalizado/ con un scratch…(donde) la inocencia escapa/con un mensaje de palomas/prófugo/prodigio…¿el hijo pródigo restaurará la paz? Y el tiempo se vuelve sonido, música en silencio para corear el mediodía de un otoño y como los pájaros de Withman buscar jardines con hojas secas mientras el poeta silba.

Renace gracias a sus madres consteladas en una Tonantzin diversa y ancestral que con sus hábitos sanadores lo llevan a tocar el cielo, dejar atrás los muros llenos de musgo adolorido: puse una épsilon para sanar y un omega para cerrar los tiempos …predije con tino mis presagios … lave mi corazón. Renacer es encontrar una soledad con sombrero seco donde pueda llover una infancia feliz. No deja de ser una melancólica mirada hacia una infancia cuya pureza o ingenuidad tampoco blindan contra las brisas del mar de la tristeza. Recuerdo que cuando niño jugaba cortando ramitas, desprendiendo una hojitas que parecían humanos que morían ahogados en el océano del lavadero de la casa de mi abuela, los contaba y luego el remolino se los llevaba por la atarjea.

Viene entonces la sanación, dice el poeta: la propia vida me ha levantado/al verme temblar/lisiado dentro de un abismo…/con la tristeza de un recluso/que en el año nuevo se abraza a sí mismo…sanar es apelar a la bondad que se niegan los altivos…y que vengan las furtivas lágrimas a llenar el desierto de la soledad y poblar de sirenas extraviadas la existencia. Y el poeta camina a la trasmutación del alma para despojarse del cuerpo como una eucaristía donde el cúmulo de huesos y nervios malheridos se olviden y seamos ráfagas de viento/del bosque perfumado.

Suena a la voz catecúmena de los viejos cristianos que ante el martirio sabían que vendría la resurrección de la carne y la vida permanente. Atravesar inviernos es también atravesar primaveras en el breve instante, la vida, antes de trasmutar hacia el paraíso de lo infinito donde no sabemos si habrá amor u odio… o solamente des-amor o nada. ¿Dios es nada? Nietzche no lo pudo matar. Nos dice la voz del poeta: vaciaré en todos lo precipicios/ el estruendo insaciable del silencio/que lo calla todo.

Y vuelve el viejo Withman, con su barba de hojarasca para hablar, por voz de Benjamín, de las ternuras del bosque, del aullar de los lobos y el ulular de búhos para tener la piel de bosque y amamantarse de gotas de capullos con rocíos de manantial. Y culminar con este soplo beat: tierra de nadie soy… y yo/prefiero que esparzas mis cenizas/ un miércoles de inicio de cuaresma/febril y de febrero/para cerrar un ciclo..

Cosmos terrenal anida en la tradición beat. De la estirpe de Lucien Carr, Allen Ginsberg, William Burroughs y  Jack Kerouac. Cabe recordar que como hijos de de la posguerra estos hombres y mujeres los unía la música sincopada (jazz) y sus corazones cansados y abatidos (beat down) arrojados a los márgenes de las sociedades regladas enajenadas por una productividad paranoica. Fueron una comunidad de rebeldes, out siders. Una generación cansada/abrumada (beat generation) desolada por la destrucción y por las montañas de muertos en guerras insensatas. Una generación de loosers anticapitalistas y obscenamente anticomunistas que se refugiaban, a decir de Kerouac, en la naturaleza de la conciencia misma y en la comprensión insondable del pensamiento oriental (upbeat), en busca de una nueva beatitud que revertiera y se opusiera al cansancio/abatimiento de una sociedad regida por un capitalismo salvaje. Estos poetas civiles de la posguerra ofrecían una resistencia abierta al espíritu del capitalismo y su mantra del trabajo redentor. Anteponían una “humilde comprensión” como lo pedía Withman para alcanzar la plenitud “en la noche oscura del alma o en la nube del no saber” sin encadenar su existencia al trabajo alienante.

Este eco se oye en el ritmo de Cosmos terrenal. La beat generation fue una generación golpeada por el establecimiento judeo/cristiano. Mujeres y hombres fueron tratados como desquiciados y algunos internados en hospitales psiquiátricos. Fueron el adviento que permitió que la liberación espiritual abriera el camino a las libertades de las mujeres, de los homosexuales, del uso libertario de la sexualidad y los derechos de los negros. Fueron los padres de las contraculturas de nuestro tiempo. Su estética se convirtió en música, poesía. Benjamín Anaya es una reencarnación mexicana de estos espíritus rebeldes.

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