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sábado, noviembre 9, 2024

”En el fondo somos guerreros”

Rajak B. Kadjieff / Moscú

*Reflexiones de dos Premios Nobel de Literatura.
*Solzhenitsyn y Alekséieva hablan directo y con dureza.
*La herencia que debió asumir la Unión Soviética.
“Estábamos en guerra o nos preparábamos para ella”.
Aleksandr Solzhenitsyn, Premio Nobel de Literatura de 1970, el autor que hizo imposible que algunos continuasen negando la existencia del Gulag, los campos de trabajo, tortura y exterminio y diseminados en la inmensidad de Rusia, no dudó en manifestar su desprecio “gran ruso” por la cultura ucraniana.
La autoconciencia imperial, bandera de las elites políticas rusas bajo el zarismo, contra la que lucharon incansablemente populistas, socialistas, anarquistas y buena parte de la primera generación bolchevique, fue un legado asumido por la Unión Soviética, como un antiguo sedimento geológico y semántico que nunca parece haber terminado de modelar la superficie.
La educación sobre la importancia del diálogo, la comprensión y el respeto a la alteridad en lugar de la violencia brilló por su ausencia. Y por ello se intenta imaginar la vida que simbolizan las palabras de Svetlana Aleksiévich, Premio Nobel de Literatura:
“En el fondo somos guerreros. O estábamos en guerra o nos preparábamos para ella. Nunca hemos vivido de otra manera. De ahí viene nuestra psicología militarista. Incluso en tiempos de paz, todo era como si estuviésemos en guerra. Más adelante dijo:
“Tocábamos el tambor, desplegábamos la bandera… El corazón se aceleraba… La gente no se daba cuenta de que estaba esclavizada, e incluso le gustaba”.
Y dice más la misma autora con estas ideas:
“En la biblioteca de la escuela, la mitad de los libros eran sobre la guerra. (…) ¿Fue una coincidencia? Siempre estábamos combatiendo o preparándonos para la guerra. Recordábamos cómo habíamos luchado. Nunca hemos vivido de otra manera, y probablemente no sabemos cómo hacerlo.
“No podemos imaginar lo que es vivir de otra manera, y nos llevará mucho tiempo aprenderlo. En la escuela nos enseñaron a amar la muerte. Escribíamos ensayos sobre aquello por lo que daríamos nuestra vida… Ese era nuestro sueño”.
Y así, antes y después de 1991, apareció el neonazismo en la Rusia postsoviética, cuya presencia alentada y protegida por ciertos dirigentes del país, tiene dos aspectos, el práctico y el ideológico.
Comencemos por el primero: los movimientos de extrema derecha, posfascistas y neonazis occidentales han entendido perfectamente la ideología de los actuales dirigentes rusos, porque propugnan los mismos valores y aspiran, con algunos matices, al mismo tipo de sociedad.
Por su parte, Víktor Orban y Marine Le Pen llevan años elogiando las políticas del Kremlin, que les ha respondido con gestos concretos de simpatía, como se ve en las reuniones de la segunda con altos dirigentes rusos, incluido Putin, han dado sus frutos.
En 2014, el Frente Nacional de Le Pen, al borde de la quiebra, recibió préstamos rusos por millones de euros, y uno de ellos, por 9,6 millones de dólares, procedía del First Czech Russian Bank, que según la prensa tenía vínculos con el Kremlin.
El escándalo se desencadenó a raíz de una información proporcionada por el sitio web Mediapart, el medio de informaciones más respetado de la izquierda francesa; pero el banco cerró y la deuda fue transferida a la empresa rusa Aviazapchast, dirigida por antiguos militares.
El rescate financiero del Frente Nacional, rebautizado como Agrupamiento Nacional, se basó en la comunión ideológica entre las dos partes: la civilización cristiana, el hombre blanco, la defensa de los valores tradicionales y el rechazo de la democracia liberal.
Una semana después del inicio de la invasión a Ucrania, a fines de febrero de 2022, el historiador Thomas Zimmer publicó un artículo breve, pero informado en el que enumeraba las declaraciones de la extrema derecha estadounidense y las razones de su entusiasmo por Putin.
“Es una derecha que afirma inequívocamente que Rusia ya no es el enemigo de Estados Unidos, opinó Zimmer, sino su aliado en una lucha por la civilización blanca y cristiana contra «la izquierda militante de Rusia y sus ideales de una sociedad multirracial y pluralista”.
Zimmer cita no solo a personajes como Donald Trump, sino a varios responsables políticos seducidos por el líder ruso: “Es uno de los nuestros”, dice, “lidera una Rusia con hombres de verdad, ni homosexuales ni bisexuales, sino blancos y cristianos”.
En el periódico ruso Nóvaya Gazeta -prohibido en Rusia, se publica en el extranjero-, hay un largo texto del periodista Boris Vishnevsky titulado “¿Dónde buscar a un neonazi? Cómo la extrema derecha europea apoya las políticas del Kremlin”, que comienza con estas líneas:
“La Operación Militar Especial -nombre oficial dado por el Kremlin a la invasión del 234 de febrero de 2022 en Ucrania- se justifica oficialmente por la lucha contra el neonazismo. La propaganda está dispuesta a encontrar «neonazis» en Ucrania en número ilimitado.
“El canal de televisión Russia 24 invitó al «experto en comunicación estratégica» Trofim Tatarenkov, quien sostuvo que el eslogan «No a (…)» es de origen nazi. El propio experto tiene el apodo de «Barbarroja» [nombre en clave con el que Hitler preparó la invasión nazi de la Unión Soviética el 22 de junio de 1941.
Tatarenkov fue fundador del Centro de Simpatizantes Deportivos por la Victoria, asociado a los ultras del club de fútbol Zenit, conocido por su lema “No hay negro en los colores del Zenit” y usa la letra Z -igual que los soldados rusos que combaten en Ucrania- como su marca o insignia para hacer la guerra en calzoncillos sobre su cancha de San Petersburgo.

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