Rajak B. Kadjieff / Moscú, Rusia
*Tres verbos de los francotiradores en combate.
*Anécdotas del mejor fusilero de la Segunda Guerra.
*Una herida lo dejó ciego y fue desmovilizado.
*Lo intervino el más grande oftálmólogo de la URSS.
*En las colinas de Seelow, últimas acciones de la contienda.
En sus memorias, el francotirador soviético Vasili Záitsev refiere cómo se libraba el tenso juego de engaño en el frente: “Pongamos que ves lo que parece ser el reflejo de un mechero al sol y deduces que se trata de un francotirador encendiendo un cigarrillo”.
Tal vez sí, tal vez no; pero se trataba de esperar, apuntar y disparar, pasa el tiempo, acaso un día entero, y por un instante aparece un casco. “¡No dispares! Aunque le des, no sabes en cuál de las posiciones señuelo estará el verdadero francotirador enemigo”.
Al cabo de un día de búsqueda el par de francotiradores dieron con su presa en un bloque destrozado por las bombas. Entre los montones de ladrillos desparramados por el suelo Vasili observó una serie de cajas de munición en apariencia inofensivas, pero tras fijarse un rato en ellas descubrió que a una la faltaba sospechosamente el fondo.
Al sacar la cabeza por el borde del cráter para observar mejor vio el flash de un rifle en su interior y una bala explosiva pasó zumbando a pocos centímetros: habían descubierto el escondite el tirador enemigo.
Sin embargo, este ya los tenía localizados, por lo que dispararle sería un suicidio, por el contrario esperaron pacientemente a que llegara la noche y se escabulleron en la oscuridad.
Esta vez sabían lo que buscaban y descubrieron la caja en la cima de una colina situada a pocos metros del bloque: Alexander Kúlikov izó un casco sobre un palo para que el francotirador se descubriese, sorprendentemente este mordió el anzuelo y abrió fuego.
En ese momento Vasili observó “como el tirador alemán acercaba la mano a la recámara y recogía el casquillo vacío. […] Al hacerlo, levantó la cabeza ligeramente de la mira. Eso dejaba a la vista los pocos centímetros de cuero cabelludo que yo necesitaba para apuntar… y en ese instante sonó mi disparo”.
Una vez abatido el asesino de Sasha, Vasili continuó combatiendo en Stalingrado, hasta recibir un impacto de metralla en la cara durante un bombardeo alemán que lo dejó ciego. La pérdida de tan condecorado héroe habría sido un duro golpe para los soldados del Ejército Rojo.
Chuikov movió algunos hilos y Záitsev fue enviado a Moscú, en donde recuperó la vista gracias a una intervención del mundialmente famoso especialista Vladimir Filátov, el mejor oftalmólogo de la Unión Soviética.
Como parte de un pelotón de artilleros, Vasili terminó la guerra participando en la batalla de las colinas de Seelow, la última derrota nazi antes del asedio de Berlín, con Vasili presto a operar su mortero soviético en una posición a orillas del Dniéper.
Gracias a ello pudo reincorporarse de nuevo a filas como parte del gran contraataque que cambió el signo de la guerra, con una derrota que Adolfo Hitler no aceptó, prefiriendo el suicidio en los sótanos del Reichstag.
Como comandante de un pelotón de morteros -dado que su vista ya no era la misma de antes-, combatió en la batalla de Berlín, contribuyendo así al fin de la Segunda Guerra Mundial y el hundimiento de la Alemania hitleriana.
Con la rendición de los nazis en Berlín y la llegada de la paz el 8 de mayo de 1945, Vasili Záitsev decidió estudiar en la universidad de Kiev, y tras graduarse como ingeniero se convirtió en el director de una fábrica de productos textiles en Ucrania.
El héroe de Stalingrado moriría el 15 de diciembre de 1991, diez días antes de la disolución de la Unión Soviética, a la que había defendido con valor en la Gran Guerra Patria y en las calles bombardeadas de Stalingrado, la ciudad a orillas del Volga que resurgió de sus cenizas ocho décadas después.
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