Los recientes incidentes con fauna silvestre en Playacar no son consecuencia de un solo hecho, sino de una cadena de decisiones humanas que han ido debilitando la frontera entre la selva y la ciudad. Rejas vandalizadas, animales habituados a la presencia humana y una falta de control ambiental conforman un escenario donde todos —autoridades, vecinos y desarrolladores— comparten responsabilidad.
Rejas vulneradas y paso abierto a la fauna
La evidencia señala secciones del cerco perimetral de Playacar cortadas o dañadas, lo que permitió el ingreso de venados a zonas residenciales y de tránsito vehicular. Fuentes municipales confirmaron que parte del cercado fue vandalizado, debilitando las medidas de protección instaladas originalmente.
“Una porción del cerco fue saboteada y eso facilitó la entrada de los animales”, reconoció un documento oficial emitido por la Secretaría de Medio Ambiente Sustentable y Cambio Climático de Solidaridad.
La apertura de estos accesos improvisados rompe la barrera natural que mantenía a la fauna dentro de su hábitat y aumenta las posibilidades de encuentros peligrosos, tanto para los animales como para los residentes.
El hábito de alimentar a los venados
En Playacar, convivir con la fauna se ha vuelto parte de la rutina diaria. En redes sociales y testimonios locales, varios vecinos han admitido que les colocan agua o alimento a los venados, especialmente durante temporadas de calor.
Aunque la intención parece noble, expertos señalan que esta práctica genera un efecto contraproducente: los animales pierden el miedo a los espacios humanos y comienzan a desplazarse hacia zonas donde el tráfico, la maquinaria o la actividad urbana representan un riesgo constante.
En palabras de una residente entrevistada por NewsDay Caribe, “hay gente que les da agua o ramas para que no pasen sed”, un gesto que, sin quererlo, refuerza la dependencia de los animales hacia las zonas habitadas.
Una cadena de responsabilidades compartidas
Los hechos recientes evidencian que los límites entre la naturaleza y la urbanización se han desdibujado. No se trata de señalar a un solo responsable, sino de entender que los factores se entrelazan:
• El vandalismo del cerco permitió el paso de fauna.
• La alimentación vecinal fomentó la permanencia de los animales en el área urbana.
• La falta de coordinación institucional ha impedido una respuesta integral que proteja tanto al ecosistema como a los habitantes.
Ambientalistas y autoridades locales coinciden en que los incidentes con venados en Playacar no son hechos aislados, sino parte de un patrón que se repite cuando las zonas de desarrollo se expanden sin considerar corredores biológicos.
Playacar representa hoy un punto de encuentro —y de tensión— entre dos realidades: la del progreso urbano y la del equilibrio ecológico. La selva no desapareció, solo retrocedió unos metros; los animales, adaptándose, buscaron nuevas rutas, y esas rutas terminaron en los jardines, las calles y las obras.
Las cercas cortadas y los cubos de agua dejados por vecinos son síntomas de un mismo problema: la convivencia sin regulación. Evitar nuevas tragedias dependerá de reconstruir esa frontera, literal y simbólicamente, y de asumir que la responsabilidad de proteger el entorno es colectiva.