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martes, octubre 14, 2025

Fauna en zonas urbanas: cuando la convivencia se convierte en riesgo

La presencia de fauna silvestre en zonas urbanas es cada vez más frecuente. El crecimiento de las ciudades, la fragmentación del hábitat y la pérdida de vegetación nativa han empujado a muchas especies a buscar alimento y refugio en espacios habitados. Aunque para muchos la imagen de un venado cruzando una calle o alimentándose cerca de un fraccionamiento puede parecer entrañable, especialistas advierten que esta convivencia no es segura ni para los animales ni para las personas.

La fauna silvestre no está adaptada a la vida urbana. Los animales que logran sobrevivir en estos entornos enfrentan múltiples riesgos: atropellamientos, ataques de mascotas, estrés por ruido y contaminación, además de la pérdida progresiva de sus conductas naturales. En paralelo, las personas también se exponen a posibles accidentes y transmisión de enfermedades zoonóticas.

De acuerdo con la Ley General de Vida Silvestre, la interacción directa con especies silvestres está prohibida, precisamente para evitar que pierdan su instinto y se vuelvan dependientes de fuentes de alimento humano. Sin embargo, en distintos puntos del país, esta línea se desdibuja por costumbres bien intencionadas pero dañinas, como alimentar o proporcionar agua a los animales.

Playacar: un ejemplo de convivencia alterada

Un ejemplo reciente se encuentra en el fraccionamiento Playacar, en Playa del Carmen, donde en los últimos meses se han registrado incidentes que reflejan los efectos de esta interacción fuera de control.

Fuentes locales confirmaron que las rejas perimetrales que separan el conjunto del entorno natural fueron vandalizadas o cortadas, permitiendo el ingreso de fauna silvestre —principalmente venados— hacia áreas de tránsito y zonas residenciales.

A ello se suma que algunos residentes del fraccionamiento han admitido colocar agua o alimento para los venados, especialmente durante la temporada de calor. Aunque la intención busca “ayudar” a los animales, especialistas explican que este tipo de prácticas altera su comportamiento natural y los incita a permanecer dentro de la zona urbana, donde se exponen a accidentes, perros domésticos o maquinaria de obra.

En publicaciones locales y redes sociales, vecinos han compartido imágenes de venados paseando entre viviendas y jardines, un fenómeno que, lejos de representar equilibrio ecológico, evidencia un ecosistema fragmentado donde las especies silvestres pierden su hábitat original y terminan conviviendo con el entorno humano.

Cuando la buena intención se vuelve un riesgo

La interacción constante con fauna silvestre genera una relación de dependencia. Los animales que asocian los espacios urbanos con alimento dejan de buscar recursos en su entorno natural, lo que puede desencadenar desequilibrios ecológicos más amplios.

“Cada vez que alimentamos a un animal silvestre, aunque sea con buena intención, estamos modificando su conducta y su supervivencia”, explica un biólogo consultado. “El problema no es que los animales se acerquen, sino que ya no puedan volver a comportarse como parte del ecosistema del que fueron desplazados”.

En Playacar, esta combinación de rejas vandalizadas y prácticas vecinales de alimentación ha convertido la zona en un punto donde el límite entre la selva y la ciudad se ha desdibujado. Las consecuencias pueden ser fatales tanto para los animales como para las personas: desde atropellamientos hasta conflictos vecinales por seguridad.

Responsabilidad compartida

El fenómeno observado en Playacar ilustra una realidad común en muchas zonas urbanas del país: la falta de mecanismos de convivencia planificada entre desarrollo urbano y fauna silvestre. Ningún actor —ni las autoridades, ni los residentes, ni los desarrolladores— puede desentenderse de la responsabilidad que implica habitar un ecosistema compartido.

Reforzar los cercos perimetrales, establecer corredores biológicos seguros, prohibir expresamente la alimentación de fauna y mantener campañas permanentes de sensibilización ambiental son acciones que podrían reducir la frecuencia de estos incidentes.

La lección es clara: la fauna no pertenece a las ciudades, y cada vez que una especie silvestre cruza una calle, lo hace empujada por la necesidad, no por elección. Permitir que eso ocurra sin control no es convivencia: es un desequilibrio que nos involucra a todos.

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