Federico Berrueto
El mundo se globalizó profundamente en el último medio siglo; el libre comercio y las finanzas fueron los ejes articuladores del proceso. Las crisis se han resuelto con elevados costos para quienes se desentienden de las reglas del nuevo juego. Como podrá advertirse, la democracia no se incorporó propiamente al cambio; sin embargo, tenía una funcionalidad económica, en el sentido de que, hasta antes del arribo de la ola populista, contribuía a la responsabilidad en el ejercicio del poder político. La democracia premiaba la certeza, con el populismo sucede lo contrario, el voto lleva a gobernantes impredecibles, desentendidos de los contrapesos y de los límites; es factor de incertidumbre.
Hace falta entender las razones profundas del descontento para el arribo del populismo al poder. Economía y corrupción no son suficientes. La profunda crisis del consenso responde a causas más complejas que la racionalidad social implícita en las explicaciones convencionales. México es más corrupto y tan desigual como antes del triunfo de López Obrador y, sin embargo, su proyecto fue ratificado en el poder con una amplia mayoría. Biden cerró su gobierno con cifras espectaculares en materia de empleo, crecimiento y baja inflación; no obstante, en el momento de la elección, presentaba una diferencia negativa de 18 puntos entre quienes lo aprobaban y quienes lo rechazaban. No había manera de ganar la elección, y Trump, a pesar de sus antecedentes, regresó al poder con mayoría en ambas Cámaras.
El descontento lleva al poder a quienes son consecuentes con ese estado emocional. Como suele decirse, venden soluciones simples a problemas complejos, destilan odio y rencor que empata con los indignados. Los populistas ganan el poder a partir de verdades parciales y francas mentiras. Conectan emocionalmente con las mayorías aturdidas por el descontento con el orden de cosas. No se conforman con engañar al elector: se engañan a sí mismos y se convierten en rehenes de sus obsesiones y, con frecuencia, de su soberbia e ignorancia. Lo peor, no están solos: cuentan con la adhesión de la oligarquía, que invariablemente juega al ganador. Se piensan infalibles, destruyen los contrapesos y, de ser posible, todo lo que se les oponga. La tiranía es su destino.
En estas condiciones, el poderoso se convierte en el principal factor de incertidumbre, en la medida en que destruye las reglas e instituciones que limitan su discrecionalidad y frenan la arbitrariedad. El gobernante poderoso e impredecible es causa recurrente de la incertidumbre que afecta la certeza de derechos y, consecuentemente, el entorno de confianza que requiere la economía, particularmente la inversión. México ha destruido las instituciones que contenían el poder presidencial de sus excesos. La realidad de un presidente sin contrapesos en el Congreso, producto del resultado electoral, derivó en una nueva legalidad para una presidencia sin límites, ruinosa para la democracia y la certeza. La pandemia no es la que impidió el crecimiento durante el gobierno de López Obrador, ni la embestida de Trump explica el tránsito a la recesión.
Impensable, ni en la imaginación fantástica, qué pasa en el mundo con Donald Trump. Su carácter impredecible recreó la incertidumbre y la llevó a tal grado que debió dar marcha atrás en sus aranceles ante la profunda crisis desatada, mayor a la esperada, en los mercados y en el posicionamiento financiero del dólar y los bonos del Tesoro estadounidense. El golpe ha sido brutal, sin capacidad para procesarlo, menos para entenderlo. Paul Krugman señala que “en los 129 años de historia del Promedio Industrial Dow Jones, el índice ha cerrado con al menos 1,000 puntos de variación —ya sea hacia arriba o hacia abajo— en solo 31 ocasiones. 4 de esas veces ocurrieron la semana pasada”. Pero allí no acaba la historia del colapso del liberalismo norteamericano, ahora las decisiones impositivas implícitas en los aranceles se harán de manera discrecional, una puerta abierta para la corrupción y el tráfico de influencia.
Trump ha alterado las premisas de la economía global en su pretensión de redefinir la relación de su país con el mundo. Aunque se retractó de parte de los aranceles y establecido excepciones para China con el fin de salvar a la industria y a las empresas estadounidenses, nada volverá a ser igual. El mundo es testigo de que un “rey loco”, y por lo tanto impredecible, tiene el poder para desestabilizar el libre mercado y la economía global. La ausencia de reglas que frenen la discrecionalidad es la causa. Igual en México, aunque por ahora la mesura de la presidenta Sheinbaum contribuye a una atmósfera de tranquilidad rara y rala.
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