FRANCISCO RODRÍGUEZ
La política mexicana está convertida en la casa de los espantos. Oficia un espíritu burlón a quien le da por pasear esqueletos en medio de un hospital repleto de camas de moribundos. En esa línea está inscrita la última incursión del “caudillo” por tierras sonorenses. Flaco favor para el osado que quiera ser su candidato a la gubernatura.
Resulta que en una reunión con tribus yaquis invocó a un fantasma con ochenta años de desaparecido de este mundo. Se comprometió a resolver el asunto pendiente de regresar cuatrocientos cincuenta mil hectáreas de desierto al peculio de los indígenas. Para el efecto, ya se instaló la Comisión de Justicia para los Pueblos Yaquis.
El objetivo es preciso: seguir asustando a la inversión privada. Continuar zapando todo lo que exista. Voltear el mundo al revés, sin lógica, sin idea, sin brújula. Lo que importa es la elección intermedia del 2021, aunque no quede piedra sobre piedra. Ser el rey de un país inexistente, de una población hambrienta, de una jauría de chairos descosidos.
¿Qué significa absorber el apoyo para 500 mil has. a los pueblos yaquis?
Para un estado como Sonora, convertido en un polvorín de reyertas e injusticias, sólo hacía falta que llegara un revoltoso a echar vinagre sobre las heridas. Sin posibilidad de justificación.
Cuando Lázaro Cárdenas repartió las extensiones improductivas, cuando demolió las haciendas feudales para entregárselas a los necesitados, cuando sentó las bases del desarrollo industrial, lo hizo para afirmar la plataforma del capitalismo primario, para lograr la capitalización del sistema con recursos propios.
Se establecieron los mecanismos de crédito y de organización campesina para lograrlo. Un poderoso aparato ágil y comprensivo para realizar un acto de justicia social. Sistemas efectivos de riego, de comercialización, de distribución de beneficios. Precios apropiados para premiar los esfuerzos, apoyo real a las reivindicaciones populares.
Pero, en medio de esta pavorosa crisis, provocada por la Cuarta Decepción, ¿qué significa absorber el apoyo para quinientas mil hectáreas a los pueblos yaquis? Aparte de un alarde publicitario y finalmente demagógico, absolutamente nada, sino distracción, engaño y mentira pura. Para darnos una idea de este último desaguisado, analicemos:
País de los yaquis independiente, desvinculado del desastre nacional
Cárdenas reconoció títulos agrarios de los indígenas yaquis que databan del siglo XVII. Desde entonces, todos los presidentes se han comprometido de verbis, con posturas demagógicas, pero sin poner en jaque a todas las dependencias federales, sobre todo ante los chantajes y extorsiones que practican esos pobladores.
Es una extensión de grande como la mitad de la superficie del Valle de México, medida desde los Volcanes hasta la Ciudad Industrial de Cuernavaca. De ese tamaño es la jugarreta. Aparte de lograr que queden en las manos de las tribus yaquis, aparte del mensaje internacional de franca demencia furiosa, no hay nada que valga la pena, sólo desierto improductivo.
Para echar a andar algún desarrollo ejecutivo, las tribus yaquis necesitarían recursos de un monto inimaginable, superior a cualquier presupuesto que pueda ver junto en todo el sexenio la Cuarta Decepción. Superior a cualquier presupuesto de ese período derrochado en ese organismo quebrado que se llama Pemex.
Significaría casi crear el país de los yaquis, independiente y autónomo, desvinculado del proceso del desastre nacional, por encima de cualquier medida. Un Plan mucho más grande y promisorio que el Plan Badajoz del franquismo decadente para hacer producir la región occidental de España. Una auténtica quimera fantasiosa.
Ni Plan Badajoz, ni Plan Roosevelt, ni Plan Marshall, sólo otro desastre
Significaría, también, derramar una inversión equivalente a la necesaria para proteger, cuidar y desarrollar todas las reservas de la biosfera de los estados de Chiapas, Veracruz, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo. Nada más y nada menos.
Un programa equivalente a cien cuencas lecheras de La Chontalpa tabasqueña, o al que se necesitaría para implementar en todas las regiones del Golfo de México, mucho más costoso que el Plan Roosevelt para el Valle de Tennessee, para sacar al Medio Oeste de la Gran Depresión de 1929. Casi la cuarta parte del Plan Marshall aplicado después de la Segunda Guerra para la reconstrucción europea.
Deja claro que gasta lo que sea para obtener unos cuantos miles de votos
Todo, para que se hagan crónicas las angustias de los encargados de la honorable Comisión de Justicia para los Pueblos Yaquis. Todo, para que al cabo de algún tiempo, al “caudillo” se le olvide lo que prometió y jamás vuelva a pararse por allá a comer panela y coyotas y pasarse los bocados con bacanora.
Todo, para dejar la impronta infame de manejarse por la libre en un país de un sólo dedo. Para recalcar que sólo sus chicharrones truenan, para dejar claro ante el mundo y los grandes inversionistas que aquí en México no necesitamos nada, que aquí somos de otro planeta. Para dejar claro que gastamos lo que sea para obtener unos cuantos miles de votos.
Triste, la panorámica que presentan las giras de recreación del “caudillo”
Así fue el show en los ranchos. La misma tónica: ofrecer en despoblado, ser el mártir del camino. Porque en los pueblos grandes el panorama fue diferente. En Ciudad Obregón, Cajeme, el Caudillo de petate tuvo que salir huyendo de la Zona Militar en la que se refugió, ante los reclamos de los indignados pobladores.
Es realmente triste la panorámica que presentan las giras de recreación del “caudillo”, que de ser un candidato atractivo, se ha convertido en un Presidente vilipendiado. La popularidad ya escasea, la aceptación, en caída libre y sin límite posible. Las mediciones demoscópicas cada vez cuestan más caras.
Por si fuera poco, medalla de plata mundial en el descontrol de la pandemia. No tardan en llegar al país comisiones de científicos realmente preocupados por ese descontrol sanitario que puede ser un foco de infección regional de proporciones mayúsculas. Mientras, el Ejecutivo sigue espantando con el petate del muerto y ahuyentando a todos aquellos que quieran ayudar. Absolutamente vergonzoso.
La política, como en la casa de los espantos. Y hasta el espantajo se asusta
El capitalismo de cuates florece a todo lo que da. La familia feliz sigue resolviendo a montañazos de moches el destino de las industrias estratégicas y de los pocos reductos del dinero.
En su última gira por Veracruz, la gente en las vallas se atrevió a preguntar a gritos: “¿de qué vive su hijo José Ramón?”
El Presidente tragó gordo, y sólo alcanzó a contestar con un chistorete de hígado puro.
Los veracruzanos se lo comieron vivo. En la casa de los espantos hasta el espantajo se asusta.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: Ayer se celebró el Día Internacional de los Pueblos Indígenas instaurado por la ONU en 1982, y en México las políticas integracionistas, elaboradas desde los años cuarenta por los teóricos del indigenismo, esperaban que por medio de reformas agraristas y programas educativos de “castellanización”, las poblaciones indígenas fueran asimiladas en la vertiente cultural principal de la nación. Pero al no haber sido invitadas a la fundación del Estado mexicano, las comunidades indígenas permanecieron arrinconadas en las así llamadas, en ese tiempo, “regiones de refugio”. Sociedades enclaustradas entre los remanentes de la benevolencia religiosa que se pretende beatificar en la actualidad. Si bien por indigenismo se entiende una compleja y extensa interrelación de políticas, acciones y declaraciones de gobierno hacia los pueblos y comunidades indígenas, no existe, ni ha existido, un solo tipo o perfil de indigenismo. El indigenismo es institución, ideología, etnología, sociología rural, cuerpo teórico-práctico de intervención; y su objetivo, filosofía y misión es la integración, asimilación y negación de la civilización de las poblaciones autóctonas. Dicho con mayor fidelidad y elegancia: más que su incorporación al progreso de la nación es la ejemplar penitencia por el pecado original de ser indios. Es mestizaje biológico y evangelización cultural como forma de consolidación de la identidad de los mexicanos.
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