FRANCISCO RODRÍGUEZ
Tengo 67 años. A mi generación le ha tocado vivir las más grandes equivocaciones de este sistema, y casi los más grandes desastres provocados por los mentecatos en el poder desde que tenemos memoria. Un grupito de palurdos improvisados y ambiciosos que han llevado a la ruina a este país, rico y generoso.
Vimos cómo arrasaron con los grandes líderes sociales surgidos de la lucha abierta contra los corruptos, cómo destrozaron las ilusiones de los líderes ferrocarrileros, petroleros, mineros, magisteriales, electricistas, universitarios y urbanos que se opusieron a una modernización ficticia y entreguista.
Cómo dejaron caer la fuerza de un Estado punitivo sobre sus espaldas por medio de delitos medievales construidos exprofeso para demoler toda esperanza: la mal llamada disolución social, la famosa incitación a la rebelión, el motín y la conciencia desde el confort del poder inatacable, figuras retóricas contra el alma mexicana.
Los movimientos surgidos de la desesperación fueron reprimidos de manera impune, descastada, por aquéllos que sintieron peligrar sus privilegios, por aquellos empoderados sólo para hacer prevalecer un estado de cosas inaceptable, en medio de la inmundicia que les confirió un poder prestado y supuestamente al servicio del pueblo.
Revolución institucional que jamás llegó a la mesa de los pobres
Los miembros de mi generación fuimos testigos del salvajismo de los mandarines, por las ergástulas de los inconscientes, por las prisiones malolientes del gorilato rampante. Vimos cómo el apoyo popular se estrelló frente al muro de la incomprensión y de la ignorancia burocrática. Gentuza que desde el sillón presidencial nunca entendió el significado ruin de lo que ordenaban a los sicarios al servicio del régimen.
Todo, en nombre de una revolución institucional que jamás llegó a la mesa de los pobres, de los rebeldes, de los luchadores que enarbolaron las dignas banderas de la justicia. La cachiporra, la bayoneta calada, la tortura y la sangre derramada por los caciques de pistola sucia. Todos los instrumentos de la represión y la traición en manos de mamarrachos.
Vimos cómo se han ido acabando todos los argumentos, cómo fenecieron las ilusiones de las luchas populares en todos los frentes. Vimos cómo se fue derrumbando México poco a poco, cada vez que sus gobernantes se esforzaban hasta el delirio por servirle al patrón del Norte.
Demolieron a un país que todavía no encuentra su identidad
Fuimos testigos y casi siempre víctimas de la intolerancia, del miedo, del odio nacido de una clase de peleles en el poder que llegaron siempre para oponerse a los más elementales criterios de democracia y justicia social. A una clase de hijos de mala madre que sembraron el enfrentamiento entre los mexicanos.
Vimos cómo se desvanecieron las esperanzas de hacer un país mejor, más equitativo y digno, mientras se imponía la cerrazón de los de arriba, apoyados y soportados por medios de comunicación vendidos al mejor postor, sin un solo compromiso con la objetividad, la ciencia y la información.
Vimos cómo endulzaron a golpe de dinero sucio la incipiente politización de las clases medias, cómo succionaron los presupuestos que debían destinarse al campo, a la obra pública, al empleo remunerado, a la investigación, a la cultura y a aliviar la miseria de los nuestros. Vimos cómo demolieron a un país que todavía no encuentra su identidad.
Fuimos testigos de todo lo peor que le pasó a nuestro México
Atestiguamos cómo se acabaron los grandes flujos de la deuda externa en pagar una casta de burócratas consentidos, cómo sustrajeron los fondos presupuestales para aventuras faraónicas, hasta reducirlos a cero, cómo chuparon los vientres petroleros de la Nación para convertirlos en discursos engañosos.
Cómo empobrecieron a las capas vulnerables de la Nación, mientras favorecían a sus compinches en los negocios palaciegos, cómo reprimían toda manifestación de descontento al son de músicas y poemas justicieros, nacidos de nuestras mejores plumas y compositores. Cómo se burlaron del ánimo popular.
Fuimos testigos de casi todo lo peor que le pasó a nuestro México durante las últimas siete décadas. Cómo los agachados triunfaban, mientras los sinceros y honestos fracasaban. Toda el agua pasó bajo ese puente que ahí está, sólo para ser testigo de mayores inmundicias y tragedias.
Cómo festejaron con bombo y platillo el aguante del pueblo, su resiliencia a la necesidad, su arrojo frente a los mamelucos. Cómo cubrieron de tristeza y de llanto las casas y los caminos mexicanos, mientras ellos se enriquecían bestialmente, a costillas de una geografía inacabable, inabarcable para la pobre imaginación de los poderosos.
Y llegaron quienes dijeron que no cometerían los mismos errores
Y aun así, nunca nos abandonó la esperanza en un mejor país. Siempre pensamos que era posible crecer democráticamente a golpe de urna. Confiamos demasiado en los procesos salvíficos electorales cómo razón última de la confianza en el futuro.
Hasta que llegaron los que menos esperábamos. Hasta que se sentaron en la silla presidencial los que jamás pensamos que cometerían los mismos errores, los que pensamos que no eran iguales… ¡y resultaron peores!, los que abonaron el problema cuando pensamos que eran la solución. Los peores entre los peores.
Los que jamás tuvieron una peregrina idea sobre el significado del gobierno, los que hasta la fecha no pueden saber ni dónde están sentados, ni parados.
Los que presumiendo que venían de la izquierda, han comprobado que nunca han estado en ninguna parte. Los improvisados que en nombre de la historia popular han arrasado con toda su genética, los que lograron en unos cuantos meses que nadie ha merecido la pena.
Han sepultado todo bajo su ignorancia y su incompetencia
Los de ahora son quienes han cubierto de miasma el recuerdo de los grandes líderes sociales, los que han traicionado todo lo que se puede traicionar en este y en cualquier país que se respete. Los que en nombre de la patria, la honestidad, la valentía y ¡hasta de los pobres!, han sepultado todos los conceptos bajo su ignorancia e incompetencia.
Los que se han burlado de la confianza del pueblo. Los que no sólo nos han llevado al despeñadero, sino nos han arrojado al abismo del presente y del futuro con una absoluta mediocridad y sevicia. Los que han sepultado bajo escombros de indignidad a la misma patria. ¡Y ahora quieren reelegirse hasta mediados del siglo!
Son los que nos han enfrentado a todos con su retórica ignorante. Son los que deben pagar antes que todos los demás. Porque lo han hecho con premeditación, alevosía y ventaja. No tienen ni merecen perdón. Todo se lo han ganado a pulso de soberbia y de rapiña. Son y siempre serán el extraño enemigo del que habla el Himno Nacional.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: El jueves 19 de marzo, una Jueza ordenó al Gobierno mexicano implementar las medidas preventivas y acciones necesarias para detectar a las personas enfermas de Covid-19 en el país. Fue la Jueza Décimo Tercera de Distrito en Materia Administrativa, Ana Luisa Priego, quien concedió cuatro suspensiones de oficio a amparos promovidos por organizaciones y ciudadanos en los que argumentaron que las autoridades mexicanas han sido omisas al establecer medidas que eviten los contagios del virus. Las suspensiones otorgadas por la Jueza señalan como responsable al Presidente Andrés Manuel López Obrador, al titular de la Secretaría de Salud, Jorge Alcocer, y al Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, por lo que tienen 24 horas para informar sobre cómo cumplirán con las medidas. El acuerdo de la jueza resalta que la inactividad y falta de intervención oportuna puede facilitar que el virus se propague afectando así el derecho humano de la salud y la vida. Transcurridas esas 24 horas, el viernes 20, ni AMLO ni sus colaboradores habían hecho caso alguno. ¿Otro desacato al Poder Judicial como el que dio origen a su desafuero?
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