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lunes, mayo 12, 2025

John W. Gardner

A 80 años de la Toma de Berlín por el ejército rojo

Por

Rafael Serrano

La bandera  de la hoz y el martillo en el Reichstag

(1945)*

Con-texto y preámbulo

 

Este mes se cumplen 80 años de la victoria de los aliados sobre el nazismo. El final de la guerra más cruenta de la historia de la humanidad. Millones de muertos entre soldados y población civil; y, un turbulento río de atrocidades con algunos remansos de nobleza. Que han sido ampliamente narradas por tirios y troyanos. Cada historiador narra de acuerdo a su madriguera ideológica…. pero esa imagen de un soldado soviético colocando la bandera roja con la hoz y el martillo en un Reichstag destruido causa estupor entre la progresía y los reaccionarios del occidente “global”… y entonces  la industria mediática  reescribe la historia, enmienda la plana,  y nos muestra como los aliados occidentales también regaron de sangre las playas de Normandía y de Sicilia donde caían como moscas y que después de cruentos combates liberaron Francia, Bélgica, Los Países Bajos y parte de Alemania. Epopeya real pero narrada para oscurecer o borrar la otra epopeya, la del pueblo ruso. Si la escribe Hollywood, ya sabemos:  la sangre occidental es superior a la sangre oriental.

 

 La realidad siempre compleja y gris nos muestra que en esta Guerra fue una masacre de proporciones dantescas. La guerra arrasó con mujeres, hombres, jóvenes, niños y niñas; judíos, homosexuales, comunistas, gitanos y liberales. Fue y es el verdadero Holocausto de la humanidad, extendido e incluyente; no solo los más de 6 millones de judíos sacrificados que el sionismo re-victimiza ad nauseam excluyendo a los otros muertos: 50 a 70 millones según quien haga la medición. Con un final wagneriano: las bombas atómicas  que extinguieron Nagasaki y Hiroshima. Para los rusos o los soviéticos de antaño, su sacrificio fue enorme, aproximadamente 30 millones de muertos. Le llaman la “Gran Guerra Patria” y se celebra como la refundación del espíritu eslavo con un desfile de la victoria el 9 de mayo.

 

Comandante soviético conduciendo a sus tropas

 

Occidente, ahora “global”, trata de inhibir este sacrificio y en lugar de hablar ecuménicamente  prefiere narrar la victoria aliada como propia y superior a la victoria rusa. Occidente “tiene” el monopolio de las virtudes democráticas y de su discurso; entonces, las redes virtuales y su industria cultural nos inventan  otra realidad, la pos-verdad de la Guerra:  aparecen películas, documentales, podcasts para recordar el sacrificio de los soldados Ryan y nos muestran los cementerios ingleses, americanos en la hermosa campiña francesa con música solemne que habla de quién hizo más y quién “liberó” más, para percatarnos que “sin duda, fue USA”; no solo sostuvo económica/militarmente la Guerra sino que miles de norteamericanos dieron sus vidas para defender la libertad allende el mar. Y se olvida que ese horror no fue solo de los jóvenes yanquis o ingleses sino de millones de seres humano. Fue  una  gran ignominia, un abismo humano. Expresa  el nivel de la reyerta discursiva entre occidente y su némesis oriental.

 

Ante este pleito de narrativas, vale la pena mostrar una micro historia de hombres dolientes y desesperanzados, veteranos de la guerra que no pretendieron ser héroes de nada y de nadie y que lo fueron, muy a su pesar; y dar voz a los que renegaron de la guerra, de su país y terminaron desterrados sin más patrimonio que su justa rebeldía.

 

Cementerio norteamericano en Normandía

 

 

Mínima historia de un héroe renegado

Un muchacho más que hizo su trabajo

 

John Washington Gardner nació en un verano húmedo y cálido de 1920;  en un pequeño pueblo agrícola en medio de los Grandes Lagos: Albion, Michigan. Hijo de un padre metodista y de una madre de origen  aristocrático, Lucrecia Pardue; ambos anglosajones de la Inglaterra profunda. Descendiente de una familia de héroes con la flor del martirio: nieto de Washington Gardner, soldado de la Unión que combatió a los confederados en la Guerra Civil. Su abuelo fue herido gravemente en la batalla de Resaca, en Georgia. Fue comandante del “Gran Ejército de la República” compuesto por veteranos de la Guerra Civil. 5 veces congresista y profesor en el Albion College. Su padre, Benjamin, también fue un ciudadano guerrero, se batió en las infames trincheras de la Primera Guerra Mundial y obtuvo la Medalla de la Victoria por participar en la “gran guerra por la civilización”. En tiempos de paz, su padre era un próspero empresario dueño de una pequeña fábrica acerera. En fin, John era otro Odiseo de la democracia de Alexis Tocqueville.

John W. Gardner con  “Lobo” su perro mexicano

 

John Washington era, además, un hombre hermoso e inteligente: alto, delgado, rubio, de ojos azules; un wasp hecho y derecho. Un hombre americano criado en los manantiales de  la educación liberal. Una muestra de lo que llamaríamos un norteño gringo; la antítesis  de un sureño americano promedio. Un predestinado para continuar con la saga de los guerreros que defendían la libertad americana y la imponían a troche y moche. Y siguiendo el relato de su estirpe o  de su  “destino manifiesto” fue reclutado para combatir en el frente aliado occidental en la Segunda Guerra Mundial. En 1941, contaba con 21 años años, era un muchachón desgarbado con una novia que usaba tobilleras, le gustaba las maleteadas y que paseaba con ella en enormes autos descapotados. Estaba estudiando  en  la Universidad de Michigan en Ann Arbor cuando fue requerido por el tío Sam. Su padre quería que fuera un abogado  para que pudiera hacerse cargo de una pequeña acerera que vendía sus productos en la “Ford de Detroit”. Pero la guerra lo impidió. Tuvo que ir al cuartel  y adiestrarse  para la guerra. Fue seleccionado para la Fuerza Aérea, como “navegante” de un temible Bombardero llamado “fortaleza libertadora” (B-24). Un armatoste letal que en su barriga cargaba toneladas de bombas. A los 21 años lo confinan a una base en Brasil en espera de ser enviado al Frente. Finalmente lo envían Trípoli, Libia, en el norte de África; y comienza el infierno.

El abuelo: Washington Gardner

Patricio americano

 

El infierno de todos tan temido

 

Los jóvenes pilotos y la tripulación de los liberators llegaron en 1943 a la Base Aérea de Wheelus en el desierto de Libia. A siete millas de Trípoli, los británicos la habían  cedido a los Estados Unidos para iniciar, los bombardeos que facilitaran la invasión de la Italia fascista. También conocida como Mellaha, la  base aérea estaba situada en un sofocante desierto que miraba al mar Mediterráneo, las temperaturas oscilaban entre los 40 a los 50 grados centígrados. Era inmensa, las más grande fuera de Estados Unidos, un mall militar. Dice la crónica que “.. tenía un club de playa, el hospital militar más grande fuera de los EE. UU, un multi-cine, un boliche  y una escuela secundaria para 500 personas. También tenia una estación de radio y televisión, un centro comercial y establecimientos de comida rápida y bares”. En su apogeo, más de 15,000 militares y sus dependientes vivían en la base. En realidad, era un oasis gringo que albergaba a los pilotos y sus tripulaciones para mitigar el miedo, terror y pánico que significaba salir a una misión.

 

John W. Gardner había arribado para su bautizo de fuego sin deberla y sin temerla. Era el  “navegante” de un animal volante que vomitaba muerte:

 

“El Liberator llevaba una tripulación de hasta diez personas. El piloto y el copiloto se sentaban uno junto al otro en una cabina bien acristalada. El navegante y el bombardero, que también podían doblar como artilleros de nariz o de orejas onduladas (cañones montados en los lados de la nariz del avión), se sentaban en la nariz, al frente en los modelos anteriores al B-24H con una nariz de “invernadero” bien enmarcada con unas dos docenas de paneles acristalados y con dos montajes de bola flexibles incorporados en ella para potencia de fuego defensiva delantera utilizando ametralladoras Browning M1919 de calibre .30 (7,62 mm) (las versiones posteriores estaban equipadas con una torreta de nariz de ametralladora Browning M2 doble calibre .50 (12,7 mm) motorizada). El operador de radio/radar se sentaba detrás de los pilotos, mirando hacia los lados y a veces hacía las veces de artillero de cintura. El ingeniero de vuelo se sentaba junto al operador de radio detrás de los pilotos; Él operaba la torreta del cañón superior (cuando estaba instalada), ubicada justo detrás de la cabina y delante del ala.”

B-24: el mortal liberador

 

Era un instrumento terrorífico pero también muy vulnerable: de 10 bombardeos que salían en misión regresaban 4, 5; o con suerte, 6 o 7. John decía que los jóvenes que salían a misión solo podían enfrentar este juego fatal de tres maneras:  bebiendo alcohol, fumando mariguana o tomando otra droga  “permitida”:  “ …si regresabas te ibas directo al bar… y cantabas y te ponías eufórico y luego te deprimías y llorabas a solas …”.  De las tripulaciones que no regresaba poco se sabia y solo un parte escueto: desparecidos. Pero se contaban historias de pesadilla: los B-25 eran muy vulnerables a los cazas alemanes/italianos y a las defensas antiaéreas; generalmente los artilleros morían fácilmente y si el bombardero era tocado, la tripulación podía lanzarse en paracaídas y rezar… para que abriera el parachute; para no ser fulminado por un caza mientras tocaba tierra; para no caer en el mar, en un pantano o en una zona boscosa;  y  rezar también,  para no caer en territorio enemigo o en un poblado donde algún  partisano o campesino no te rematara ya que  los aviadores eran odiados por ser aves malignas.

 

Los aliados comienzan el desembarco en Sicilia el 10 de julio de 1943, la operación Husky. John y su compañeros bombardean Sicilia en dos misiones. Regresan con más miedo y con una sensación de no saber que significa aventar toneladas de bombas a los “objetivos” que siempre se definían como cosas: puentes, factorías, carreteras, centros de abastecimiento de gasolina y defensas antiaéreas; nunca o poco, se habla de cuántos hombres, mujeres, niños y niñas habían muerto y cuántos sobrevivientes, sufrientes, mutilados, enfermos, sin comida  y dañados para siempre. las fotos que se tomaban para registrar los destrozos muestran humos y polvaredas donde antes había una escuela, una iglesia o una casa pero no muestran el dolor y la tragedia que trae un bombardeo:  “No queda de otra” decía John, y se toma la sexta y séptima botella de cerveza , listo para siguiente misión. Era el Guernica en su mente.

 

En la tercera misión,  el mal tiempo los hace perder el rumbo  y son atacados por  cazas italianos.  Mueren los artilleros, el operador de radio y el ingeniero de vuelo; pero el piloto, el copiloto, el bombardero están gravemente heridos por unas quemantes esquirlas de granada que a John le han dañado la espalda pero no inutilizado… el avión está a la deriva y John decide aplicarles una dosis de morfina y dejarlos morir,  “al menos sin dolor como dormidos”… él se guarda una dosis y se lanza en paracaídas siguiendo rigurosamente el protocolo. Tiene suerte, cae en un villorrio cerca del estrecho de Messina y afortunadamente los habitantes lo consideran “liberador”… “americano”…trae una esquirla que le quema la espalda y se aplica la morfina… pierde el conocimiento y luego lo recobra en un hospital… ahí se recupera y lo trasladan a Roma. Es un renacido.

 

Ya es 1944, la guerra ha terminado para John. Sin embargo, comienza otra guerra: ¿qué significa sobrevivir a una guerra que nunca quiso ni comprendió?  Ya en Roma, destruida, vio el hambre en los ojos de los niños, a las mujeres vendiéndose por chocolates gringos y sobre  todo el ambiente sórdido, lleno de desazón, con la angustia a flor de piel en cada uno de sus habitantes… decía: “¿qué ha pasado, que hemos hecho, qué han hecho de mi…por qué luchamos?”. Solo el alcohol mitiga sus preguntas y pesares. Los mitiga pero no los acaba. Lo regresan a Estados Unidos. Pero no a su casa en Albion sino a una clínica de “recuperación mental” o de “reinserción social” en Florida. Ahí permanece medio año. Los aliados han ganado la gran Guerra y él ahora es técnicamente un héroe herido en combate. Un “héroe de la libertad”. Le confieren dos medallas, el corazón púrpura y la cruz de vuelo y una bandera.  Es veterano y tiene derecho reconstruir su vida. Pero él esta desecho y sin materiales ni ganas  para la reconstrucción.

 

Regresa a Albion. Lo reciben como hijo predilecto. Pero John trae una alforja muy pesada y dura: un pesimismo como el que describe Albert Camus en La Peste: “el mal existe en el mundo, y nada podemos hacer para eliminarlo de raíz, por completo, pues siempre volverá, como sucede con otras enfermedades más terrenales o naturales”. Decide desterrarse y quemar las naves. “Hasta aquí he llegado” se dice y habla con su padre: “… no puedo seguir viviendo en Estados Unidos…me siento extranjero… no comprendo por qué fuimos a pelear en una guerra a miles de kilómetros contra un mal que nunca vi… lo que vi fue el mal de la guerra: muchos jóvenes muertos que  no regresaron a sus casas, mucho miedo y terror entre los que éramos ·soldados de la libertad  y los que regresamos, somos unas ruinas, con  daños irreparables, porque vimos el mal e hicimos el mal:  por los inocentes muertos que nunca vimos y por la agonía de mis compañeros atravesados por balas de un avión enemigo que era tripulado por otro joven tal vez ya muerto y que nunca supimos quien era… por las bombas que tirábamos sin saber a quien matábamos …” Benjamin Gardner, su padre, lo escuchó serio, consternado y le responde lacónica pero contundentemente: “un héroe  tiene derecho a todo… ¿qué quieres hacer?”. John Washington Gardner contestó: “irme…”. Y compró una moto Indian, unos jeans y una chamarra de cuero y partió hacia el sur; recorrió más de seis mil kilómetros para llegar a la Huasteca veracruzana. Se puso huaraches, se vistió de manta y sombrero de paja y aprendió otra lengua… una manera de combatir lo que Camus criticaba en “El extranjero”:  al ser sin estímulos ni alicientes que traemos dentro… y decidió que lo importante es que uno pase por el mundo y no que el mundo pase sobre nosotros.

 

Epilogo 

John fue condecorado con el  Corazón Púrpura que representa el sacrificio y coraje de los militares estadounidenses que han sido heridos o han muerto en combate. Y la Cruz de Vuelo Distinguido (Distinguished Flying Cross); una condecoración otorgada a cualquier miembro de las Fuerzas armadas norteamericanas, que se haya distinguido por su heroísmo o éxito extraordinario mientras participaba en un vuelo. Todo esta parafernalia la colocó en algún basurero de su memoria (un estante) que nunca se abría. Las tenía en su estudio, un cuartito pequeño y muy bien montado como taller para hacer balas en nuestra casa de la colonia Nueva Santa María en la Ciudad de México. John tenía una colección de revólveres, unas escuadras: una Beretta  italiana y  una Parabellum alemana. No podíamos entrar sin su permiso. Ahí se pasaba horas  oyendo jazz y bebiendo bohemias. Nunca le pregunté por qué le gustaba el jazz… y Miles Davis…después del divorció de mi mamá, abandonó su taller, sus armas, sus medallas y una bandera gringa doblada en triangulo. Años después, 20 tal vez, le pregunté si quería que le devolviéramos sus medallas y sus pistolas. Me dijo: “Mira Hopalong ( así me decía porque yo admiraba a un viejo sheriff justiciero, canoso, con sombrero tejano y vestido de negro)… te pido un favor: ve a la American Chamber  y  en la primera reunión de Veteranos de  Guerra preséntate como mi hijo y diles que les devuelves la bandera… las medallas no se qué hacer con ellas…me las dieron por sobrevivir a una guerra a la que no quise ir ni nunca entendí… te las dejo…tu sabrás que hacer con ellas…” Guarde las medallas y cuando mi padre putativo murió  decidí encontrar a un pariente cercano y encontré a su hija que nunca vio ni conoció  y se las entregué; creo que fue una entrega  inútil e injusta porque habían perdido su significado; no eran un legado ni una herencia, o como diría Robert Musil:  no tenían  atributos…pero las aceptó como quien acepta un misterio excéntrico… Ya viejo,  John se hundió en el sur de Estados Unidos y en el verano de 2000 murió, en el mismo verano de su nacimiento;  en una residencia para ancianos en Kansas, solo y sin Jazz. Era un santo bebedor.

 

 

Pos data

*La icónica foto del soldado ruso colocando la bandera de la URSS en el Reichstag, lo sabemos, está reconstruida. ¿Y? La seleccionamos por  su simbolismo y su estética, por lo que representó la derrota del nazismo: la destrucción del centro del poder del nazismo. Y no porque sea una imagen reconstruida, alterada, retocada, es falsa o demerita el texto y su con-texto.  La fotografía como todo medio comunicación es siempre una expresión subjetiva y refiere de algún modo a la realidad interpretada que no necesariamente a la certeza. Esta imagen transporta una verdad: el triunfo absoluto y brutal/trágico de un pueblo humillado sobre otro pueblo considerado humillante. Por cierto, la foto original que no necesariamente “la verdadera”, sin retocar, apareció  en 2013 y ahora se encuentra en el Museo Judío y Centro de Tolerancia en Moscú. Fue realizada por el corresponsal de guerra soviético Evguéni A. Jaldéi tomada el 2 de mayo de 1945 en el tejado del edificio semi-destruido del Reichstag. Es una de la serie de fotografías que se utilizan ampliamente para ilustrar la victoria de la Unión Soviética en la Gran Guerra Patria. Estas figuran entre las imágenes para mostrar lo que fue  la Segunda Guerra Mundial.” 

 .

En resumen: La invasión aliada a Italia resultó en la pérdida de varios B-24, tanto por combate como por accidentes, lo que demuestra la dificultad de la campaña aérea y la peligrosidad de las operaciones de bombardeo en la Segunda Guerra Mundial.

En la invasión aliada de Italia durante la Segunda Guerra Mundial, incluyendo la campaña de Sicilia, hubo muchos pilotos heridos. En la invasión de Sicilia, los Aliados sufrieron 22.900 heridos. También hubo heridos entre los pilotos del Eje, especialmente entre los italianos, con 32.500 heridos.

Más detalles sobre la invasión de Sicilia y los heridos:

  • Operación Husky:La invasión de Sicilia, conocida como Operación Husky, fue una operación de desembarco aliado en la isla de Sicilia el 10 de julio de 1943.
  • Bajas Aliadas:Los Aliados sufrieron 54.918 bajas, incluyendo 6.697 muertos, 22.900 heridos y 22.000 enfermos.

 

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