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viernes, noviembre 22, 2024

LA COSTUMBRE DEL PODER: México, Ucrania y Palestina: miradas, rostros, llantos, sangre; los humanos de siempre IV/V

Por Gregorio Ortega Molina

Las lágrimas y las ausencias igualan tanto como la muerte. Las primeras saben igual, las segundas producen idéntico vacío, pues en nada difiere de la víctima de similar maldad.

Es mentira esa conseja de que las penas con pan son menos. Cuando el misil o la bala o el derrumbe producto de la explosión o del huracán se lleva a tus hijos, no hay kebab que te ayude a transigir con un profundo dolor moral, paralizante de toda emoción, de cualquier sentimiento.

La perversidad daña a los de enfrente, pero también a los de casa. Recuerdo el título de la novela de Daniel Rops, Muerte ¿dónde está tu victoria? La diferencia en cifras de las pérdidas humanas carece de importancia, lo trascendente es la oscura o clara razón por la cual decidieron matar. ¿En nombre de Dios, por el poder político, venganza, e incluso desahogo de esas pulsiones íntimas que anidan en los perversos y gobernantes?

El desasosiego se intensifica cuando en las imágenes impresas o en las difundidas por Internet y las denuncias públicas de los crímenes de guerra, aparece la sangre en los mantos de las madres que lloran mientras sostienen a su hija o hijo. Es la constatación de que se lo mataron, a pesar de ser menor, de ser civiles, de tener como única aspiración respirar y continuar viviendo, para salir a jugar o acudir a la escuela.

¿Cuántos cientos o miles de risas infantiles se apagan y apagarán durante los conflictos bélicos actuales, tanto en África como Oriente Medio y Asia? ¿Cuántas más debido a los fallecimientos que conlleva la migración, o a fuerza de madurar a golpes, vejaciones y abusos sexuales durante los trayectos o en las estaciones migratorias?

La dimensión del drama, de la tragedia que vive buena parte de la humanidad, infligida por esa otra parte que afirma sentirse bien y segura, rebasa mis entendederas. La respuesta está, quizá, en que los que sostienen que nada deben y por eso nada temen, basan su norma de vida en esa frase tan manida y tan certera: después de mí, el diluvio. Con toda tranquilad ponen la cabeza en la almohada con el siguiente Mantra: lo que no es en mi año, tampoco es en mi daño.

www.gregorioortega.blog                                              @OrtegaGregorio

 

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