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viernes, noviembre 22, 2024

LA COSTUMBRE DEL PODER: Son unos irresponsables

*Se ordena desde el desacuerdo, y mantenerse vivo implica que las heridas abiertas en el ascenso al poder no cicatricen nunca, porque desaparecería esa perversa sensación de saber que se llegó por sobre la razón e incluso en su contra

Gregorio Ortega Molina

Las palabras públicas de las mujeres y hombres que levitan en su parcelita de poder, tienen consecuencias varias, alcances profundos (aunque a veces diferidos) y derivaciones inesperadas. Si Carlos Slim, Carlos Salazar Lomelín, Raquel Buenrostro o AMLO escarnecen, culpan sin pruebas, reclaman o rechazan, no ocurre lo mismo que cuando lo hacemos los mexicanos de a pie.

Es ingenuo pensar que no lo saben. Abren la boca y dicen lo que debieran callar o sólo señalar en los tribunales, porque esperan un efecto calculado con anticipación. La Presidencia de la República asumió el papel de Fiscal de la Nación. Denuncia cada vez que puede, pero hasta la fecha en esa instancia nunca han hecho públicas las pruebas.

El asunto de la justicia tan pospuesta y ten preterida a las necesidades de los barones del dinero, no se resuelve con la palabra proferida en las mañaneras. Hasta en la novela lo saben. Joël Dicker, en La verdad sobre el caso Harry Quebert, nos endilga: “Quiero la verdad. Quiero justicia. La justicia no es la suma de simples hechos: es un trabajo más complejo”; es decir, acusar de corrupción, no necesariamente significa que la hubo entre ese grupo y en ese lugar, pero sí puede significar que la corrupción proviene de quien acusa, y es una de las peores, porque al curarse en salud mancha la moral y deforma la manera de ser del mexicano.

Es momento de preguntarnos qué tan amañadas son esas consultas populares y, si por ese hecho, no son un acto de corrupción más perverso y de peores consecuencias que lo que pretenden contener, destruir, desvirtuar, porque detrás está la manipulación verbal del gran tlatoani, quien inspira respeto y es persona de autoridad, hasta que los otros datos empiezan a demostrar que es un ser humano que también se equivoca, y cuando lo hace, procede con dolo, con esa actitud corrupta tan fea que es epítome de inmoralidad.

La corrupción de AMLO es la peor, porque navega con bandera de honestidad valiente, pero deforma el paradigma de la moral cívica y religiosa. Para entenderlo de manera más clara, está el apunte de Juan José Millás en La vida a ratos, donde señala:

“En el taller de escritura hablamos de la disonancia cognitiva como uno de los estímulos más fuertes de la creatividad (cabe aquí el término poder). Después de todo, se trata de una de las formas posibles de estar en desacuerdo con uno mismo. Y se escribe desde ahí, desde el desacuerdo. Escribir es un modo de colocar unos puntos de sutura sobre la herida que provoca esa situación incoherente. Pero la condición de seguir escribiendo es que la herida no acabe de cicatrizar”.

Y sí, después de mucho meditarlo, considero que lo mismo ocurre con el oficio de mandar. Se ordena desde el desacuerdo, y mantenerse vivo implica que las heridas abiertas en el ascenso al poder no cicatricen nunca, porque desaparecería esa perversa sensación de saber que se llegó por sobre la razón e incluso en su contra.

www.gregorioortega.blog                                    @OrtegaGregorio

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