Gregorio Ortega Molina
AMLO acudirá, el próximo 12 de julio, al Salón Oval. No por razones diplomáticas ni con el propósito de establecer convenios bilaterales previamente acordados, sino como resultado de agravios y polémicas suscitadas para hacerse presente, para decir aquí estoy.
Los antecedentes del comportamiento del tío Andrés Manuel están a la vista. Se negó a acudir a la Cumbre de las Américas con el argumento de que Estados Unidos es excluyente, y para presionar en la propuesta de oficiar las exequias de la OEA y crear un nuevo organismo internacional de entendimiento y cooperación. Los resultados los conocemos.
Como preámbulo a la Cumbre, se hace de palabras con un par de senadores estadounidenses que lo acusan de favorecer al narco. Su respuesta corre en dos vertientes: solicita, para él, lo que es incapaz de conceder en su política interna de terrorismo verbal. Exige que aporten pruebas para su dicho. Él nunca lo hace y difama en total impunidad.
A botepronto se sirve de la imagen de su némesis, Felipe Calderón, para acusarlo de narcotraficante, pero tampoco aporta pruebas de su dicho. Sostiene que no son iguales, a lo que el ex presidente responde: gracias a Dios.
La historia de su hipocresía y sus deslealtades es muy antigua, salvo con las personas a quienes considera de menor estatura y necesitan anidar en la bodega de su pecho, como es el caso de Ignacio Ovalle, cuya gran habilidad consiste en hacerse menor, pequeño, inexistente.
El caso de su relación con el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas es adecuado para figurar en los libros de historia política, lo que convierte en inexplicable la presencia de Lázaro Cárdenas Batel en el entorno presidencial. Él sí mereció una tercera oportunidad, Cuauhtémoc, no.
El desenlace de su inventado desafecto a Porfirio Muñoz Ledo es un suceso reciente, ambos se acusan de senilidad.
El de César Yáñez es el paradigma de las traiciones, copiado de los libros de historia de política a la mexicana. Me explico. En cuanto dieron a conocer el gabinete de Luis Echeverría, pregunté -a un hombre sabio- el por qué habían desplazado lejos del centro del poder, a quienes contribuyeron a auparlo a la silla del águila.
-Muy sencillo, el presidente no quiere testigos de las humillaciones por las que pasó para llegar.
¿Puede, un “político” de esa catadura, pretender jugarle el dedo en la boca a Joe Biden?
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