*La aceptación de AMLO está sustentada en sus dichos. ¿Qué sucederá cuando, con mayor frecuencia, lo confronten con una realidad a la que se muestra ajeno?
Gregorio Ortega Molina
¿Puede AMLO decir cualquier cosa, sin lesionar su aura, su poder, su aceptación, su liderazgo y, sobre todo, la continuidad de la inversión, para asegurar el desarrollo y que sí, en efecto, sean primero los pobres?
Carezco de respuesta, pero son otras las consecuencias que me preocupan, por lo que pueden, o no, indicar sus dichos, sus desparpajadas aseveraciones, las barbaridades proferidas. Nada más alarmante que la respuesta dada a la pregunta sobre la no venta del avión que, en arrendamiento, contrató Felipe Calderón Hinojosa, usufructuó Enrique Peña Nieto, y ordenó guardar el actual presidente de México.
Ahora resulta que es un avión para distancias largas, y me pregunto, a qué edad puede percibirse, sin mucha información, que los aviones, grandes o no, de hélice o a reacción, tienen prefijada su autonomía de vuelo, y lo mismo son útiles para distancias largas que cortas, con o sin escalas, dependiendo de los casos.
Carezco de información especializada, pero puedo sostener que el TP-01, lo mismo vuela de Ciudad de México a Puebla, Villa Hermosa, Culiacán o Tijuana. No se requieren mayores luces para comprender eso.
Además, todos saben que un avión parado cuesta mucho más dinero que uno en constante operación. Entonces, ¿por qué esa decisión y, lo más importante discernir, por qué esa respuesta? El hecho es que el José María Morelos está de regreso. Dejó de ser un símbolo a su favor, para convertirse en una piedra en el zapato. Por lo pronto ya costó a los mexicanos, pobres incluidos, 30 millones de pesos.
¿Se distrae con facilidad durante las mañaneras? Las primeras horas del día son las de la lucidez, la agilidad mental, la fuerza física… de allí la analogía con el mañanero.
Al hablar tanto, los traspiés son naturales, los ligeros, los que no son síntoma o signo de otra cosa, los que no esconden enfermedad. Pero, dar por hecho lo que no es, afirmar lo que es contrasentido o sinrazón, cuando se está a la cabeza de una nación del tamaño de la mexicana, con los problemas que enfrenta, los vecinos que tiene, y el ambicioso deseo de transformarlo todo, de cambiar de régimen, hacer una regeneración nacional y moral, resulta imposible de alarmar y, además, preocupar.
Hace ocho días dedicamos esta columna a la intemperancia verbal y sus consecuencias, y deseo que sólo se limite a eso, pero cuando se regresa de unos pocos días de descanso, cuando el ejercicio del poder transmite vigor, fortaleza y presencia, responder lo que no cabe, no puede decirse o sólo es un despropósito, puede indicar que algo grave sucede en el caletre presidencial, o en su entorno familiar, o el peso del gobierno es demasiado grande.
Deseo que mis lucubraciones sean sólo eso, sin fundamento alguno, porque ya sólo falta que nos orine un perro, aunque digan que, si así sucede, es de buena suerte.
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