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miércoles, octubre 22, 2025

La importancia de llamarse Eréndira Ikikunari

Luis Alberto García / Pátzcuaro, Mich.

*Para algunos historiadores son nombres-insignia.
*Relato sobre el ingenio y valor de una figura femenina.
*Una historia compleja entre lo indígena y lo extranjero.
*Se trata de una narrativa subversiva y también conciliadora.
*Ambos nombres posibilitan siempre su reconocimiento histórico.

La ficción de Eréndira -princesa purhépecha también reconocida como Ikikunari-, acuñada por varones que nacieron en el XIX, es un relato en el que es central el ingenio y valor de una figura femenina en circunstancias especiales, entre peligros y riesgos.
Las desventajas de la protagonista, frente a los invasores y frente a los varones de su grupo, la sitúan en una posición de vulnerabilidad múltiple, a la cual ella responde flexiblemente, ampliando el alcance de sus acciones, entrando en composición con una existencia animal y sorteando los obstáculos que se les enfrentan.
Es, también, un nombre-insignia orgullosamente vivido por mujeres en el siglo XX.
Con la leyenda de Eréndira, los murales y su empleo como antropónimo, estamos ante una historia compleja que habla de la interfase cultural entre lo indígena y lo extranjero, subversivo; pero también conciliador.
Su fuerza imaginativa, su capacidad de crítica política y dignificación de la figura femenina, india y equina, han permitido que la población se lo apropie desde diversos enfoques y con gran libertad.
Como marcador de cambio cultural nos señala un hito importante, un posicionamiento político que desde la autoridad paterna y en un contexto androcéntrico, abre posibilidades y horizontes para las hijas.
Cumpliendo funciones tan importantes, paradójicamente, los antropónimos suelen pasar inadvertidos. Los nombres tienen la misma peculiaridad que observó Merleau-Ponty para el lenguaje en general: su existencia se realiza en su desaparición, como si el encuentro interpersonal fuera inmediato.
Ambos nombres, Eréndira e Ikikunari, posibilitan un reconocimiento histórico de alguien y suelen darle legitimidad a su existencia, marcan la pertenencia a determinado grupo social, hacen legibles a los sujetos ante el Estado, evocan características como sexo, temperamento, virtudes, el comportamiento o destino figurado por quien impuso el nombre.
Y mantienen relaciones interesantes con la persona nombrada: suplantación, representación icónica, identificación o rechazo total.
Para algunos filósofos, los nombres personales no son palabras, no tienen significado, pues la individualidad no puede tratarse como una clase lógica, y un nombre propio no es más que el sonido con que se refiere a la individualidad única e irrepetible.
Para otros, los nombres sí comportan significados, en sí mismos y en sus narrativas, sus usos en la práctica y en la política.
Reconocer la arbitrariedad y contingencia del nombre propio no obsta para explorar, a través de un angosto espectro de las prácticas de imposición del nombre personal, la génesis social y despliegue de una “significación imaginaria” en Michoacán desde finales del siglo XIX, a grandes zancadas por el XX y en los comienzos del XXI.
Para ello, en primer lugar cabe extrañarse ante el nombre de Eréndira impuesto a mujeres (no se han encontrado casos de varones así nombrados) negocios y sitios en Michoacán.
¿Cómo surgió? ¿Cómo se ha venido difundiendo, haciéndose cada vez más común, y entre quiénes? La voz eréndira aparece en el Arte de la Lengua de Michoacán, de Gilberti (“Erendira o risueño”), escrito en el XVI.
Es éste el significado que le da el histioriador y pensador michoacano Eduardo Ruiz Álvarez en su “leyenda”, si bien este autor menciona que la sonrisa de Eréndira tenía algo de gesto altanero.
El llamado Diccionario Grande de la historia michoacana no incluye “erendira”, pero sí incluye el verbo “erendirani” para el cual da la equivalencia “Mostrarse alegre, sonreirse”.
Hoy este significado no es tan claro para algunos hablantes del lenguaje purhépecha, y como lo comentaba Néstor Dimas Huacuz: “…quiere decir que trae algo en la boca, que la boca está como llena de algo, o chueca… es que ni siquiera nos suena bonito”.
Hubo un tiempo en que no se imponía -o no tan frecuentemente- el nombre de Eréndira a niñas.
Su más evidente propagación para los registros actuales fue como nombre de una de las propiedades del general Lázaro Cárdenas del Río, y a diferencia de las personas, las propiedades y negocios con este nombre tienen arraigo en un espacio fijo y público, lo que facilita su visibilidad al tiempo que contribuye a la difusión y aceptación del nombre.
No resulta plausible la hipótesis de que el nombre sea originario de pueblos peruanos o colombianos, arahuacos o guajiros, de donde habría llegado por la costa del Océano Pacífico a tierras michoacanas antes del siglo XVI, como aseguran algunos estudiosos
Esta hipótesis supondría que Gabriel García Márquez, el escritor colombiano ganador del Premio Nobel de Literatura en 1982, oyó el nombre en su infancia, en su país, y lo recuperó para su cuento La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, publicado en 1972.
Sin embargo, en esa nación sudamericana nada ni nadie se llama Eréndira, y además García Márquez ha dicho que escribió sobre su Eréndira en México, visitó Michoacán y quizá conoció los murales de Pátzcuaro pensando que esa leyenda era semejante a las historias de caballería, con Eréndira como una hermosa doncella guerrera.

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