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martes, noviembre 4, 2025

Las relaciones de Rusia con la OTAN y otros países

Rajak B. Kadjieff / Moscú, Rusia

*Estaba sobre la mesa la oposición de Yeltsin a otros ingresos.
*Se trataba de las naciones surgidas del antiguo bloque soviético.
*Argumentos y asuntos sobre la expansión de una organización defensiva.
*La misma existencia se exponía tras el final de la Guerra Fría.
*Reflejos de una malquerencia occidental hacia Rusia.
*Riesgo y peligro por la arquitectura de seguridad del continental.

En relación a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Borís Yeltsin apostaba por trabajar conjuntamente en la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE), un organismo de dimensión continental que no trabajaba con la lógica de aliado e hipotético adversario.
Sin embargo, los miembros de la OTAN articularon con habilidad nuevos espacios de cooperación flexible con los estados no miembros, que sirvieran de antesala de los ingresos de pleno derecho, por lo demás enmarcados en una vasta y ambiciosa reforma de las doctrinas y estructuras de la Alianza para acomodarla a los nuevos tiempos.
El programa de la Asociación para la Paz (ApP) fue pactado por Estados Unidos y Rusia el 22 de octubre de 1993 y quedó listo para su presentación en el Consejo Atlántico de Bruselas del 10 y 11 de enero de 1994.
Inmediatamente después, el día 13, Borís Yeltsin recibió a William Clinton en su primera cumbre en la capital rusa y 24 horas más tarde se les unió con representantes del gobierno de Ucrania para firmar un trascendental acuerdo por el que ese país se obligaba a deshacerse de todos sus misiles estratégicos, confirmando la condición de Rusia como única potencia nuclear de la Comunidad de Estados Independientes (CEI).
Yeltsin protagonizó a finales de 1993 otros eventos constructivos en las relaciones con Occidente, como el regreso a Japón del 11 al 13 de octubre en una visita oficial en la que formuló la necesidad de establecer el tratado de paz bilateral pendiente desde la Segunda Guerra Mundial.
Reconoció como principio de negociación la demanda de soberanía nipona sobre las islas Kuriles, y la firma el 9 de diciembre de 1993, como antesala del Consejo Europeo reunido en Bruselas, de una declaración sobre el futuro Acuerdo de Asociación y Cooperación (AAC) Rusia-UE, cuyo camino había allanado desde 1991 un instrumento decisivo de los mecanismos de cooperación.
Con una previsión de vigencia de diez años, otros acuerdos fueron firmados por Yeltsin y la autoridad comunitaria en el Consejo de Corfú, el 24 de junio de 1994, y aunque no podían compararse a los Acuerdos Europeos de Asociación concebidos para los países solicitantes de ingreso (en Europa Central y Oriental, los denominados PECO) había el apartado de desarme arancelario bilateral.
Este sí incluía una cláusula evolutiva a un área de libre comercio, cuya implementación, en todo caso, no se consideraba factible antes de 1998, como mínimo, y para la Unión Europea (UE), el desarrollo de las relaciones comerciales con Rusia iba a depender del curso de las reformas económicas en el país eslavo.
Por lo que respectaba a la OTAN, el 22 de junio se estampó una firma al documento de adhesión a la ApP en Bruselas y a un anexo especial, que según las traducciones inglesa y francesa era un mero “sumario de conclusiones” y según la rusa un “protocolo”; es decir, un documento con valor jurídico vinculante.
Rusia se amparó en esta interpretación para anunciar que la OTAN había reconocido su “estatus de superpotencia”, que, si bien carecía del derecho de veto sobre las decisiones de la Alianza, sí tendría que ser consultada en un ámbito institucional.
Este acuerdo era sólo un anticipo del marco de colaboración específico entre Rusia y la Alianza, aún por precisar.
Los gobiernos occidentales, con diversos grados, acogieron satisfactoriamente el aplastamiento de la rebelión de octubre, que de hecho incitaron en la convicción de que Yeltsin, con todas las críticas que su gestión pudiera merecer, era la única alternativa a las fuerzas antirreformistas, y tal vez al retorno a un orden neosoviético.
Sin embrago y aunque Yeltsin demostró con hechos que las reformas estructurales no tenían vuelta atrás, también se advirtió un cambio de tono en la percepción de Rusia en la escena internacional.

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