Teresa Gil
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Aunque son metafóricos los dichos, no hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere oír, las frases se hicieron realidad con la pandemia. Los ojos y los oídos pasaron a ser de hecho, dos sentidos que cayeron en manos de la medicina privada con la devastación económica que eso acarreó. Excepción de médicos conscientes, aparte. Pero muchos prefirieron no ver ni oír, ante la crisis. Una simple catarata llegó a costar cien mil pesos en una sencilla operación de media hora, a veces ambulante. De los oídos, no bajaban de 50, 70 y hasta cien mil pesos los aparatos. Había en estos, la promesa no siempre cumplida de que ambos aparatos combinados, podían influir en un impacto cerebral positivo. El hecho de que las instituciones públicas revisen ojos, oídos, y dentadura solo para enfrentar sus enfermedades, ha lanzado aún a los asegurados, a una incertidumbre, en tres aspectos que son fundamentales para la vida diaria. Coincidentemente esos tres aspectos precisan de aparatos que a veces son imprescindibles, lo que ha llevado a un alto porcentaje de la población al desamparo o a la carencia parcial.
OJOS, OÍDOS Y DIENTES, OBSTÁCULOS DE SALUD PARA MUCHOS
En ese recorrer cotidiano en el que la opacidad de los acontecimientos se nos viene encima, se olvida que hay otras opacidades que afectan a millones de personas y que pueden exponer a la ceguera, a la sordera y males digestivos, si no se atienden a tiempo. Cuando se habla de cataratas bueno sería referirse a las cataratas del Niágara o a las de Iguazú que están dentro de las Siete maravillas del mundo, pero la realidad que enfrentan esos millones señalados que padecen cataratas, es en nublos en los ojos, que las instituciones saturadas no alcanzan a resolver. La pandemia agudizó muchos problemas de salud, ante la urgencia de una vacunación que favorecía la vida misma, Y ahora, saturadas de personas, las instituciones están avanzando en una situación que no solo se presenta por la edad avanzada. Según el médico oftalmólogo de la UNAM, Jorge Carmona , que atiende en la clínica de la institución y en la cadena de clínicas Arista, las cataratas no solo se desarrollan en personas de edad, pueden estar en todas las edades incluso en niños que nacen con ellas. De acuerdo a informes oficiales, ese malestar que consiste en ver nublado, se da en 36 por ciento en personas desde los 50 años, en 49 por ciento de los 60 a los 70 años y el 71 por ciento de 70 a 80 años.
EXTRAÑA SIMILITUD EN UNA CAÍDA DE AGUA Y UNOS OJOS NUBLADOS
Los diccionarios siguen con esa tendencia de expresar la definición con lo que es y no por qué es. La palabra catarata, un nombre que solo se puede arrancar en la definición griega, la definen esos presuntos conocedores de la lengua en sus dos acepciones, diciendo que se trata de un salto grande de agua o de una opacidad del cristalino del ojo. Otra definición más completa de esta última es la de Readers Digest, que dice que es el trastorno ocular progresivo en el que el cristalino pierde elasticidad y transparencia bloqueando el paso de la luz. Para los griegos, se deriva el término de la palabra cata que quiere decir hacia abajo y de araseini, que significa golpe. Las cataratas que conocemos, algunas en gráficas, tiran en efecto hacia abajo en un líquido permanente que cae como un golpe. Su homóloga en nombre, la ocular, es no obstante metafórica como los dichos mencionados. Porque es una opacidad que realmente causa un golpe si cae en manos de un médico carero. Todo esto para decir que como asegurada me operan el ojo izquierdo de catarata en el IMSS y que estaré ausente unos das. Nos leemos luego…
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