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viernes, abril 19, 2024

Los difuntos célebres del Panteón de la Piedad

Adrián García Aguirre / Ciudad de México

* Los Torres Adalid, los Casasús, Mauricio Garcés y “Chespirito”.
* Numerosos personajes se han encontrado en el “más allá”.
* Porfirio Díaz, a punto de volver de su exilio en Francia.
* No se ha pagado la perpetuidad de su lote en Montparnasse.
* Misas dominicales en la parroquia de la Santa Resurrección.
* Un gallo dorado contempla un siglo y medio de historia.

En el Panteón Francés de La Piedad, los antiguos enemigos del pasado –imperialistas, juaristas, lerdistas, liberales, conservadores y porfiristas- eran vecinos de cripta y túmulo: políticos, empresarios, profesionistas, oligarcas, terratenientes y militares con sus respectivas familias y descendientes se encontraron no sólo en el en el “más acá”, sino también en el “más allá”.

De entonces proceden los apellidos Casasús, Requena, Escandón, Mancera, Aguirre del Pino, Arango, Torres Adalid, Rivera Torres, Monterde Polo, Verduzco Rosas, B. Zetina, Aguilar y Quevedo, Chelala y Guaida, Robles-Gil, Landa y Ríos, Bolaños Cacho, Ebrard-Maure, González Ulloa, Alatorre, Mier y Terán y parientes de Eusebio Gayosso, primer empresario, cuyas empresas funerarias -“empacadoras de carnes frías”, dijo algún bromista al referirse a ese monopolio nacional- siguen activas y siempre boyantes..

Entre los apellidos distinguidos no faltan los Limantour, Subervielle, Haro y Tamariz, Palavicini y H. Chambon con su pirámide egipcia de la masonería de motivos faraónicos, además de las familias Madero González y Pino Suárez, excepto don Francisco y don José María, cuyos restos están en mejor y honorable sitio.

Hay un mausoleo para los Romero Rubio, parientes de doña Carmen, viuda del general Porfirio Díaz, quien desde el 3 de julio de 1915 está tan lejos de tan abnegada mujer, en el cementerio parisino de Montparnasse, añorado por quienes todavía creen en su pronto y esperado retorno.

Sin embargo, no se descarta esa posibilidad a mediano plazo cuando menos, puesto que, según los administradores de esa necrópolis que es patrimonio nacional de Francia, sus restos podrían volver a México o ir a dar a una prosaica fosa común.

¿La razón? Que su familia no ha pagado la renovación del uso del lote que ocupa el mausoleo del “Místico de la autoridad” –como le llamó el historiador Enrique Krauze en su Biografía del Poder (FCE, México, 1987) dedicada al personaje que gobernó a México de 1884 a 1911-, el “hombre de Oaxaca”, José de la Cruz Porfirio Díaz Mori.

De ese anecdótico y casi pintoresco episodio podríamos ocuparnos debido a lo extraño que resulta más de un siglo después, y también poco conocido porque lo sacaría del exilio al que se vio obligado al decir adiós a México a bordo del buque “Ipiranga” en mayo de 1911.

En las páginas finales de su libro, Krauze refiere que los restos del general Díaz descansaron en el cementerio de Saint Honoré d´Eylau y que tiempo después pasaron al panteón de Montparnasse, aunque “corrió la voz de que en las décadas de 1960 o 1970.los familiares obtuvieron el permiso presidencial de traerlos a México”

“Tal vez esté en la Parroquia de la Soledad –escribe Krauze, quien reproduce dos breves notas cablegráficas aparecidas en la prensa parisina, que dan cuenta del fallecimiento de Díaz-, y que ahí se encuentren; pero de ser verdad, el carácter privado de la maniobra no disuelve y quizá no nunca el exilio”.

Colofón de la historia del Panteón Francés de la Piedad es la presencia relevante de numerosos generales de la Revolución, muertos célebres entre quienes se distinguen los militares antirreleccionistas Francisco Serrano y Arnulfo R. Gómez, asesinados por el callismo y el obregonismo en 1926, lo mismo que Joaquín Amaro y Salvador Alvarado, yerno de don Venustiano Carranza.

No obstante que únicamente pueden ser sepultados aquellos difuntos cuyos familiares tengan su pedazo de tierra comprado a perpetuidad; es decir, para siempre y con pago por adelantado, porque para las empresas funerarias –y el gobierno de la Ciudad de México- morirse resulta un óptimo negocio.

Muchos años después, a esos muertitos célebres los seguirían –aunque parece despropósito que desentona-, el actor Mauricio Garcés. El comediante Roberto Gómez Bolaños “Chespirito” y otros personajes conocidos de la política, la farándula, la cultura y más celebridades que alcanzaron lugar, porque a estas alturas ya nadie cabe en el cementerio que fue de los franceses.

Las misas dominicales, de bodas y de difuntos ya no se ofician en la capilla gótica de la Santa Resurrección de Cristo desde 2012, a tantos años de su fundación, si se recuerda que fue en 1892 cuando fue inaugurada por monseñor Henri Bremond y directivos de la Asociación Francesa, Suiza y Belga de Beneficencia.

Símbolo de esa presencia religiosa es la torre estilizada que surge en medio de las jacarandas con un gallo dorado en la punta, que mira el horizonte citadino como testigo del paso de los más de ciento cincuenta años transcurridos desde 1865, en tiempos de guerra para los invasores franceses que, sin desearlo, ahí encontraron la paz de los sepulcros.

 

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