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miércoles, mayo 1, 2024

Maximiliano de Habsburgo, el soñador austriaco

Adrián García Aguirre / Cdmx

*Fusilado en 1867 sin el indulto de Juárez.
*Edward Shawcross escribió ‘El último emperador de México’.
*Retrata la increíble y fallida aventura del monarca.
*Apareció en el contexto de una lucha geopolítica.
*La disputa entre Europa y Estados Unidos.

Consciente de cómo se debía comportar un noble de su estirpe, de joven, Maximiliano de Habsburgo llevaba consigo una tarjeta con veintisiete aforismos para alentar la buena conducta, entre ellos “Take it coolly” (tómatelo con calma, escrito en inglés), “sé amable con todo el mundo” y “nada dura para siempre”. En su caso, duró poco.
Su mayor sueño, el que le haría resarcirse de las humillaciones de su conservador hermano mayor, el emperador Francisco José de Austria, y emular las gestas de los Habsburgo, duró tres vertiginosos años que por obra y gracia de Napoleón III le llevaron en 1864 a convertirse también en emperador; pero de México.
Un sueño que, si hoy aparece como delirante, entonces formaba parte de la lucha geopolítica entre la decadente vieja Europa monárquica amenazada por revoluciones y el ascendente Estados Unidos republicano de la doctrina Monroe.
América para los americanos, o sea, para una nación que muchos creían que se quería quedar con buena parte del continente tras conquistar medio México –desde Nuevo México a California– con una guerra ilegal e injusta, como diría Ulysses Grant, uno de los generales en ese conflicto.
Un sueño en todo caso que para el carismático, ilustrado y contradictorio Maximiliano acabó de la peor manera: era el gobernador de la provincia austriaca de Lombardía-Venecia de la que le defenestró su hermano, que temía su popularidad.
Había rechazado el trono de Grecia porque ya se lo habían ofrecido a otros y porque México era más importante y allí podría demostrar su valía real, moriría fusilado en junio de 1867 con 34 años y su mujer, Carlota, hija de Leopoldo de Bélgica, y decisiva para su marido, acabó loca en 1927, creyendo que todos la querían envenenar.
Un fusilamiento retratado en un cuadro de Manet en el que la traición francesa final a Maximiliano se traduce en que, el hombre que va a dar el golpe de gracia al fracasado emperador, tiene los rasgos de Napoleón III, sobrino de Bonaparte que llegó a la presidencia de la República Francesa por las urnas.
Pero que, tras cuatro años de popular gobierno, dio un golpe de Estado y se proclamó emperador durante 18 más –“quería casar el orden y la seguridad que trajo su tío con la democracia de masas, en cierto modo era un populista”, dice el historiador británico Edward Shawcross, que publica el fascinante estudio El último emperador de México ( Ático de los Libros, Madrid, 1999).
En esos años, Napoleón III llevó a cabo una aventura colonial ingente, de Indochina a la brutal conquista de Argelia; pero en México quiso una extensión de bajo costo, mantenida por pocas tropas que tendría que pagar el propio gobierno de Maximiliano.
Todo se dio a partir de que los conservadores mexicanos buscaron ayuda europea ante el miedo de ser devorados por la surgiente nación que había logrado su independencia desde 1776, en episodios en los cuales Shawcross compara la operación de Napoleón III, respaldada por los conservadores mexicanos.
“Napoleón el Pequeño intentaría un cambio de régimen donde se ganaran los corazones y las mentes del pueblo, solo que, en vez de convertir una dictadura en una democracia, cambiaban una república por una monarquía”.
Fue una operación, dice el autor inglés, en la que existió la posibilidad de que Maximiliano se consolidara en el poder, pero todo salió mal desde el principio.
Estados Unidos se ha quedado con medio México en 1848, un país que vivía en una violencia política constante que desemboca en una guerra civil que, los conservadores, pierden contra los liberales de Benito Juárez en 1858.
Los conservadores temen a los estadounidenses y buscan ayuda en Europa para volver a ser una monarquía, que es como comenzó el país tras la independencia –trono que Shawcross recuerda que se le ofreció a Fernando VII, “pero no fue el monarca más inteligente del XIX”–, aunque en apenas un año llegaría la república.
Los conservadores, dice el historiador, recuerdan que con los aztecas y con los españoles el país fue una monarquía, y creen que con otra “todos los problemas se resolverían mágicamente, y que la convulsa nación seguiría siendo independiente”.
Napoleón III vio una oportunidad en la guerra de Secesión de los norteamericanos (1861 – 65) y envió sus tropas a tomar México, invadiéndolo sin calcular los costos, y es así como los monárquicos mexicanos buscan ayuda en Europa.
Prometieron que los franceses serán acogidos con fervor y viendo el mal menor en tener, dice Shawcross, una fuerza de ocupación francesa y un gobernante extranjero, en este caso el joven Habsburgo.
La oportunidad apareció con la guerra civil de Secesión; pero no será, dice, bien aprovechada: el ejército que se prepara para ir a México entre Gran Bretaña, España y Francia con el fin de cobrar deudas –en la mente francesa, para tomar el país– tarda mucho en controlar la capital.
La fuerza española, la mayor, comandada por Juan Prim, no intervendrá –“ve que el plan puede acabar en desastre y no involucra a España; sus enemigos dicen que quería ser emperador y, cuando lo vio imposible, se retiró”– y los franceses son derrotados en Puebla el 5 de mayo de 1862.

Fernando del Paso, en su novela histórica Noticias del Imperio (México, 1987, Ed. Diana), escribió que Maximiliano I de México, al llegar a su nuevo país, totalmente desconocido para él, tomará medidas liberales, con educación primaria, descansos en el trabajo o decretos en náhuatl; pero todo quedo en el papel, porque nunca se concentró en arreglar las finanzas ni logró derrotar totalmente a Juárez, quien se negó terminantemente a indultarlo.
Acabada la guerra civil en Estados Unidos mucho antes de lo que esperaba, “a finales de 1865 los estadounidenses dan un ultimátum a Napoleón III para sacar sus tropas de México”, escribió Fernando del Paso en su obra magistral
Acosado también por las deudas de la ruinosa y fracasada empresa, lo hará: Benito Juárez derrotará a Maximiliano de Habsburgo, el pobre austriaco que soñó con un imperio que al final fue una ficción y una corte de ilusos, como ya le había ocurrido a Agustín de Iturbide en 1823.

 

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