Rajak B. Kadjieff / Moscú, Rusia
*Borís Yeltsin quitó argumentos a la Duma desde 1994.
*La fue vaciando de elementos radicales y liberales.
*De ese modo afectó al gobierno de Eduard Chernomyrdin.
*Algunos ministros fueron transferidos a otras oficinas.
*Otros quedaron definitivamente marginados del poder.
*Media docena de oligarcas sí respaldaron al Kremlin.
*Hubo quienes regresaron en función del humor del jefe del Estado.
Con los recambios efectuados por Borís Yeltsin se mitigaron algunos de los aspectos más controvertidos de las reformas -imagen de excesiva complacencia con el capital occidental, desorden financiero y normativo, impacto social de la reconversión-; pero las privatizaciones, pilar básico de las transformaciones socioeconómicas, no fueron cuestionadas.
Sobrio y acomodaticio, durante seis años Eduard Chernomyrdin gozó del favor de Yeltsin por su discreción política y su identificación con el papel de escudo frente a todo tipo de dicterios de los que era objeto el Kremlin, tal como aquel parecía concebir la figura del primer ministro.
El 12 de mayo de 1995 Chernomyrdin constituyó el bloque electoral Nuestra Casa Rusia (NDR) que de signo reformista y centrista y con la vocación de construir una amplia base de apoyos, fue rápidamente calificada desde diversos frentes de partido del poder, posición codiciada después de que la desfallecida DVR de Yégor Gaidar dejara de ser útil a Yeltsin.
Lo que ahora le interesaba a éste era frenar las excelentes perspectivas de hostiles a las privatizaciones, y restarle protagonismo sobre política exterior al desquiciado Vladímir Zhirinovski, así que concedió su patrocinio al proyecto de Chernomyrdin y otras altas personalidades del Ejecutivo.
Ahora bien, los comicios adelantados del 17 de diciembre de 1995 tampoco cumplieron las perspectivas.
El partido de Zyugánov se consolidó como el primero de Rusia con el 21% de los votos y 150 escaños y, pese a su derrumbe, el LDPR todavía sacó más sufragios por el sistema proporcional que NDR.
El partido de Chernomyrdin cosechó unos discretos 10,1% de los votos y 52 escaños, apenas un par más de actas que el LDPR o el Yábloko por separado. La conversión de la DVR en una fuerza testimonial (4,2% de votos y 10 escaños) certificó el eclipse de las fuerzas doblemente comprometidas con el capitalismo liberal y el europeísmo.
El 17 de enero de 1996 los comunistas colocaron a uno de los suyos en la presidencia de la Duma, Guennadi Seleznyov, y consiguieron la cabeza de Anatoli Chubáis, cesado en el gobierno, donde venía sirviendo de primer viceprimer ministro desde noviembre de 1994.
Mientras en Chechenia las perspectivas para los federales no eran halagüeñas, en Moscú la inquietante salud de Yeltsin desató la rumorología sobre si el presidente iba a presentarse o no a la reelección en junio de 1996.
De hacerlo, tendría que vérselas con un Zyugánov no especialmente atractivo pero sí receptor de millones de votos de disciplinados comunistas, y con la estrella ascendente de la política nacional, el carismático general y diputado Alexander Lébed, a quien Yeltsin tenía un temor inocultable.
De voz tronante y verbo lapidario, Lébed ganó una enorme popularidad por sus llamamientos a una regeneración nacional y sus diagnósticos implacables sobre el estado de incuria y corrupción que afligía al Ejército, la administración federal y los gobiernos locales.
Citando a menudo a Augusto Pinochet, Charles de Gaulle o Dwight Eisenhower como modelos a seguir, el varias veces condecorado ex militar planteó una confusa; pero atrayente mezcla para el ciudadano de a pie de autoritarismo resolutivo, nacionalismo y reformismo.
De entrada, consideró urgente solucionar por la vía negociada el marasmo de Chechenia, cuya invasión y ocupación venía evaluando en términos negativos.
El peligro de derrota para Yeltsin, que nunca había estado tan bajo en las encuestas de opinión -en enero de 1996 se le situaba por debajo de Yavlinski-, era real, de manera que en grupúsculo de la media docena de oligarcas afectos al Kremlin arrimaron el hombro con los colaboradores cercanos al presidente.
Éstos eran los no menos influyentes oficiales de la seguridad e intendentes de su administración, para asegurar la reelección de un estadista que les aseguraba, pese a las incertidumbres intrínsecas a su carácter voluble, cambiante y tornadizo, la continuidad del sistema de favores y prebendas en pago a la lealtad y al servicio político.
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