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viernes, mayo 17, 2024

“Vamos contra el enemigo y ya veremos después”

Rajak B, Kadjieff / Moscú, Rusia

*Detractores y contendientes de un líder impulsivo
*Había que exterminar a la clase alta, media y los mujiks.
*Orígenes judíos de la nueva “nomenklatura”.
*Asegurar que el nacionalismo no se volviera contra ella.
*El Holodomor, la gran hambruna de 1933 y 1934.

Muerto Vladímir Ilich Uliánov el 23 de enero de 1924, se especuló con que, desde el principio, si judíos como Lev Davídovich Trotski, y georgianos como Iósif Stalin expresaron su entusiasmo por luchar a favor de la revolución hasta el último suspiro.
Esto también lo pretendió llevar a cabo Félix Dzerzhinski, aristócrata polaco y el primer director de la Cheka, la policía política. Grigori Zinóviev, también judío -como otros jefes de la nomenklatura-, habló tan pronto como en 1917 de la necesidad de aniquilar a varios millones de habitantes del imperio ruso, que a los comunistas les sobraban.
Todas las persecuciones comunistas se centraron en los enemigos de la clase alta y media rusa y el campesinado propietario -los mujiks para exterminarlos-, hasta que con un Politburó igualmente dominado por georgianos, armenios y judíos se lanzó contra los ucranianos, ortodoxos como los rusos, durante el Holodomor, la gran hambruna provocada en 1933 y 1934.
Fue solo después cuando otras minorías, notablemente los tártaros, alemanes y chechenos, sufrieron graves persecuciones debido a las sospechas de que podían ayudar a los invasores nazis.
La obsesión número uno de Lenin y sus sucesores fue asegurarse que el nacionalismo ruso, en el fondo creador del Estado del que se habían apropiado, no se volviera contra ellos. Algo similar ocurrió con el sionismo, visto como un pecado grave muy pronto en un país donde había tantos judíos prominentes.
Muchos de ellos no pudieron evitar la sospecha de tener doble filiación; ello explica por qué la Unión Soviética, que tanto apoyó la independencia de Israel en 1948, pronto cambió de parecer y se volvió hostil.
Otros nacionalismos, sin embargo, fueron fomentados como contrapeso: la República Soviética de Kazajstán recibió numerosas regiones de mayoría rusa que todavía forman el arco norte de su territorio.
Ucrania recibió primero el Donbás ruso y cosaco desde al menos el siglo XVIII y luego Crimea, que Lenin originalmente había dejado bajo la jurisdicción de la República Soviética Rusa; a Georgia le tocaron Abjazia y Osetia del Sur, que habían sido parte del reino georgiano medieval; y Bielorrusia prácticamente se inventó de la nada.
Lenin jamás confió en que los rusos fueran buen material para hacer la revolución mundial con la que soñaba. Cuando murió en enero de 1924, su principal objetivo era llevar el comunismo a Alemania, que consideraba una tierra mucho más fértil para que creciera la semilla internacionalista.
Esa semilla globalista, que tanto se riega en Davos, Suiza, cada año, existe gracias a esa obsesión, se pudo inventar un clásico chiste soviético: “el comunismo es algo tan inútil que no funciona ni en Alemania”.
Para sus detractores y contendientes, Vladímir Ilich Uliánov, Lenin, era impulsivo y cuentan que le gustaba recordar una cita de Napoleón Bonaparte: (“on s’engage, et puis on le verra”) que podría traducirse como “vamos contra el enemigo y ya veremos después”.

 

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