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jueves, septiembre 19, 2024

La Armonía y la Convención Minera en Acapulco

Por Alfonso Caso

La “armonía” es un término que se refiere a un estado de equilibrio, acuerdo, paz y coexistencia agradable y equitativa entre diferentes elementos, también al estado interior que como personas en ocasiones experimentamos.

8 de la mañana del 24 de Octubre, los tres socios de nuestra empresa aosenuma decidimos viajar a Acapulco para participar en la convención minera. Daniel prestó su BMW recién salida de la agencia. La idea era además, llevar a cabo nuestra reunión anual de planeación estratégica, por lo que el trayecto en automóvil serviría de preámbulo para este propósito.

El apartamento que alquiló Fabián en la Isla veía a un enorme jardín con una gran alberca rodeada de palmeras, árboles, bonitos senderos y en una esquina alcanzábamos a ver el entonces apacible mar. Teníamos al frente dos grandes edificios recién terminados y uno en construcción que mostraban el empuje que ha tenido Punta Diamante.

Como a todos nos convenía estar a dieta, Fabián había organizado unos menús dignos de cualquier spa de Miami que sin pensarlo resultaron ser parte de nuestra salvación.

La tormenta tropical se dirigía a Coyuca de Benítez y no había ningún elemento perturbador o noticia que nos hiciera prever la situación que enfrentaríamos. Fabián tenía una infección severa en un pie y usaba una bota ortopédica – mantener su pie relativamente seco y medicado no fue tarea fácil-, razón por la cual no nos acompañó al registro a la convención, evento al que asisten más de 8,000 personas y en la que participábamos como panelistas.

Eran las 6 de la tarde y comenzaba a llover, las guapas edecanes revisaban los últimos detalles de los stands, la inauguración se llevaba a cabo sin la presencia de la gobernadora y nadie de los que estábamos ahí tenía el más mínimo indicio de que Otis estaba cambiando su curso y ya a esa hora era un huracán categoría 3.

Regresamos al apartamento, nos pusimos a trabajar y a las 9:30 después de una deliciosa cena light nos fuimos a dormir. Como a las 10:30 me cambié de lado en la cama pensando, inconsciente como soy, que si se rompía la ventana, no me caerían encima los vidrios por las cortinas. Una de las ventanas se abrió, entrando ráfagas de agua, misma que logré cerrar.

Como a las 11, al ir al baño, ya sin luz, me di cuenta de que el departamento estaba inundado y los truenos y las ráfagas de viento eran de otro nivel. Daniel salió de su recámara y al asomarnos por la sala nos dimos cuenta de que las cosas estaban escalofriantemente mal. Fabián nos alcanzó y un fuerte tronido nos hizo tomar la decisión de encerrarnos en un baño que estaba atrás de un vestidor. Afortunadamente tenía zapatos, lámpara y mi celular – mis años de cazador rendían sus frutos- me gritó: ¡ya métete! Todavía empujé con todas mis fuerzas la puerta de la recámara, puse llave y a resguardarme con ellos en el baño. Nos llovía adentro, y el sonido de crujir de ventanas y estructuras nos hacían imaginar lo que afuera estaba sucediendo. De repente, la pared posterior del baño empezó a abombarse de manera preocupante, al igual que el plafón del techo. Tuvimos momentos de ansiedad, todos vigilábamos la puerta en la oscuridad para ahorrar la pila de la lámpara, el tiempo se hacía eterno, hablábamos poco, nos comportábamos como equipo y cada uno de nosotros en su silencio profundizaba en su espacio reflexivo de meditación hacia el futuro.

Eran las 2:30 de la mañana cuando después de varios intentos logré comunicarme a mi casa y de milagro me contestó Andrés, mi hijo, y le di un mensaje breve y claro: estamos bien, encerrados en un baño Daniel, Fabian y yo. Tenemos agua y comida, creo ya pasó lo peor. Y terminó la comunicación.

Daniel también pudo mandar un mensaje de texto a través de su celular a su esposa y creo Fabián hizo lo propio. A las 3 de la mañana decidimos salir de nuestro refugio.

Las ventanas de la recámara estaban destrozadas, al igual que el pasillo en donde el viento había arrancado la pared y estrellado la puerta de la entrada; la recámara de Daniel estaba completamente destruida. Muebles movidos, pedazos de Tablaroca, vidrios y lamina por todas partes, afortunadamente la sala estaba relativamente bien, y después de una inspección y de salvar las computadoras, y las carteras, limpiamos unos sillones donde ellos se quedaron y yo quité los vidrios y sacudí la arena de una cama y me dormí mojado; no había nada más que hacer hasta que tuviéramos luz.


A las 6 de la mañana, al asomarme por el balcón, tuve el primer golpe de realismo alucinante y desolador; los edificios de enfrente completamente desnudos, el jardín era un lago con árboles y palmeras despeluchadas y caídas. Pasado un tiempo alguien gritó: ¿¡todos bien!? –Sí–. Como a las 7 bajamos a ver qué había pasado. Yo me fui a la casa club que estaba parcialmente destruida, tomé algunas salchichas y regresé al departamento. A las 8 habría una reunión de los que ahí estábamos para organizar los pasos a seguir. La primera noticia fue que habían arrancado la caja fuerte de la casa club, y que convendría organizar rondines de seguridad por el posible saqueo. Cuatro personas golpeadas, dos viejitos que no se podían mover, y se promovió el levantamiento de un inventario de agua y víveres.

Qué poco vale ser economista en medio de una tragedia – Daniel y yo – por decir lo menos, completamente inútiles. Afortunadamente un grupo de ingenieros mineros tomó la coordinación y puesto que Fabián no podía caminar mucho por su pie, nos convertimos en soldados diligentes a recibir instrucciones y a ayudar en lo que se nos pidiera. Daniel fue a ver el estado de su camioneta: dos ventanas rotas e inundada, y yo regresé al apartamento. Nueva junta a las 17.00 hrs

Armonía:

Primero: Como no sabíamos cuánto tiempo íbamos a permanecer en el departamento, nos pusimos a limpiar y a trapear para contar con un lugar digno; sin escombros y vidrios, buscando rescatar nuestras cosas y encontrar las llaves de la camioneta.

Segundo: Ordenamos nuestras provisiones y decidimos hacer dos comidas al día, la que estaba congelada la utilizaríamos como refrigerante. Se limpió la cocina y Fabián nos preparó un opíparo desayuno con las salchichas que había yo tomado en calidad de préstamo. Todo como debe de ser: la mesa bien puesta con platos, cubiertos y servilletas, como si estuviéramos en Au Pied de Cochon.

Tercero: Un baño común y cada uno tendría el suyo en las recámaras.

Cuarto: Trataríamos de establecer comunicación y sólo con una confirmación fidedigna emprenderíamos el viaje de regreso.

Regresamos a las 5 de la tarde al sitio de reunión, se acordó que un grupo saldría en la madrugada para ver si había paso a México y habría otra junta a las 7.00 de la mañana para plantear el regreso. Por otra parte, se organizó la lista de rondines nocturnos y se estableció un protocolo.


De repente me di cuenta de que el exdirector del Sistema Geológico Nacional, el Ingeniero Raúl Ríos estaba ahí, nos dijo que pasó la noche en un precario refugio habilitado en la convención y que no había probado alimento desde entonces. Un hombre delgado con dificultad para caminar y sobre todo subir escaleras.

Después de que todos fuimos asignados con tareas de vigilancia, y puesto que no habría luz en pocas horas, decidimos invitarlo al departamento a que cenara con nosotros. Esta vez unos aguachiles de camarón y salmón con ensalada nos permitieron tener una velada inolvidable. Al empezar la noche, en la oscuridad, en un departamento empezaron a cantar Cielito Lindo, y en cada uno de los departamentos comenzamos a cantar una estrofa. Fue un momento de solidaridad festiva muy propia de los mexicanos, que cuando nos ponemos de acuerdo, podemos afrontar cualquier situación con independencia de su severidad.

Raúl se relajó, se sentó en un sillón y se quedó profundamente dormido. Qué importante es para los seres humanos la compañía y no pasar la oscuridad en soledad.

Dieron las 9 de la noche, Daniel y yo nos dirigimos a nuestro rondín de vigilancia y acompañamos a Raúl al departamento que le habían prestado.

Automóviles volteados, pedazos de metal retorcidos, vidrios, techos rotos, se convertían en un paisaje ya para entonces cotidiano para nosotros. Con otros compañeros escuchamos historias de verdadero terror, y así caminamos hasta que cumplida la tarea.

Para nuestra sorpresa, a las 7.00 am, un grupo de ingenieros mineros de telecomunicaciones estaba montando un módem con una batería de automóvil, y alrededor de las 8.00 de la mañana, conforme un orden establecido, nos pudimos comunicar vía celular.

Cambiaron nuestras vidas. Fue muy satisfactorio saber, además, que en nuestra oficina se había montado un protocolo de emergencia, y Alessandro y Mafer coordinaban ya el envío de una camioneta para sacarnos de Acapulco.

A las 8.30 un grupo decidió regresar a México, se estableció un chat de comunicación y con la gasolina de los coches dañados iniciaron el viaje.

A las 10:30 llegaron unas personas de Puebla para revisar el estado de sus departamentos y nos confirmaron que había paso a México, por lo que decidimos emprender nuestro regreso en la camioneta de Daniel sin dos ventanas y una llanta dañada, hecho que supimos hasta Cuernavaca, lo que nos obligó a comprar una nueva. Nos abastecieron de gasolina previo piquete de abeja a Daniel. Raúl y Pepe Báez, abogado minero Zacatecano, se vinieron con nosotros, y después de sortear algunos sobresaltos eléctricos por la inundación interna de la camioneta, emprendimos el regreso.

Las vistas del saqueo de muebles y enceres domésticos conforme salimos de Acapulco daba cuenta de la descomposición social y la delincuencia organizada que hoy vive nuestro tan querido México.

Por fin, llegamos con bien y hoy podemos platicar lo que significa vivir la furia de la naturaleza y suscribir que el cambio climático es real, que nos obliga a una reflexión profunda de lo que significa la sustentabilidad.

Armonía: En términos de coaching vivimos una experiencia que, sin duda, fortalece a nuestra empresa y es estratégica para nuestra planeación futura.

Pero quizá lo más importante es el aprendizaje personal; cómo me siento, tuve miedo, asumí en términos de mi edad y de mi entorno lo que ocurría, ordené a profundidad mis verdaderos afectos. Fue mucho tiempo el que pasamos en ese baño que, por lo menos para mí, me dio herramientas para vivir, al menos por un rato, en armonía.

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