Fernando Irala
Algo tiene el régimen contra la cerveza.
El antecedente es la increíble cancelación de permisos a una planta cervecera en Baja California que llevaba dos terceras partes de su construcción, con una consulta popular de las que ya sabemos: vota quien quiere pero sobre todo quienes obedecen a la voz de su amo; son unos cuantos pero su veredicto es definitivo.
Ahora, con motivo de la contingencia sanitaria, la industria es obligada a cerrar en todo el país.
No es un sector prioritario, dice el epidemiólogo de moda, quien incluso se confronta con la Secretaria de Agricultura, que sólo les había pedido a las cerveceras cumplir con sus compromisos de compra de cebada a los agricultores.
En cambio, las refresqueras y productoras de otras bebidas azucaradas tienen vía libre para su actividad.
Está muy cuesta arriba demostrar desde el punto de vista nutricional que refrescos o jugos y otros productos industrializados sean más aconsejables que una cerveza.
El alcohol siempre es mal visto. Pero incluso si se quiere moderar su consumo en los hogares en donde ahora todos vivimos en confinamiento, la desaparición de la cerveza va a producir, entre quienes buscan las bebidas etílicas, el consumo de destilados y otros brebajes de mayor graduación, con las consecuencias que se pretende evitar, de conflictos y violencias intrafamiliares.
Si está demostrado y publicitado que la epidemia viral es particularmente mortal cuando la infección se asocia con morbilidades como la obesidad, la diabetes y la hipertensión, ésos serían criterios para prohibir la venta y distribución de cualquier bebida alta en azúcares, carbohidratos y grasas, y por supuesto de cualquier producto de tabaco.
Eso no está ocurriendo, pero en cambio hay una especie de fijación contra el consumo de cerveza, la bebida de moderación en México más extendida, habida cuenta de los mínimos consumos de vino de mesa.
¿Qué les está pasando a nuestras autoridades?
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