*Es cierto, la procuración y administración de justicia están pervertidas, pero hoy y debido al mal, las pervierten más para garantizar la impunidad de los que gobiernan y jalar, sin temor, los bigotes al tigre
Gregorio Ortega Molina
La narrativa del mal no es única ni universal. Está determinada por la fe religiosa y la confianza en la humanidad; también por las disputas para imponer culturas y hábitos civilizatorios, o simplemente para hacerse con ese poder que a muchos embelesa.
Tampoco anida exclusivamente en las palabras. Basta con observar atentamente la mirada del presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, al tiempo que escucha al gobernador de Querétaro descalificar los dichos de Emilio Lozoya Austin. El mal es una actitud en la alteridad.
La descripción de Margaret Atwood en Los testamentos es magistral. “En la jerarquía del poder, a los únicos a los que se les permite bromear es a los de arriba, y cuentan sus chistes en privado”. La intolerancia y la mala leche de quien manda se muestra en la descalificación a la torpe e ineficaz crítica a su familia. Olvida que, al hacerse con el poder, sus seres queridos adquieren el estatus de personas de interés público. Lo hagan bien o mal serán criticados.
La maldad es escarnio, intolerancia, descalificación, elegir a unos por encima de otros. Recurramos a Atwood de nueva cuenta: “¿Coinciden conmigo en que los seres humanos son desgraciados cuando se encuentran sumidos en el caos? ¿En que las reglas y los límites promueven la estabilidad y, por consiguiente, la felicidad? ¿Me siguen, por ahora?”
El mal en política cabe en las descripciones que Simone Weil hace de esa actitud de los malosos: “El mal es ilimitado, pero no infinito. Sólo lo infinito limita lo ilimitado”.
“Monotonía del mal: nada nuevo, todo en él es equivalente. Nada real, todo en él es imaginario”.
“Merced a esa monotonía, la cantidad desempeña un gran papel… El mal es la licencia y por eso es monótono: todo hay que sacarlo de uno mismo. Mas no le es dado al hombre crear. Trátase de un intento fallido de imitar a Dios”.
Si abrimos los oídos y las entendederas al discurso matutino y a las confrontaciones que inicia y/o atiza todas las mañanas, podremos establecer equivalencias y analogías para saber que más que el huevo de la serpiente, lo que se incuba desde el poder es la imitación de una deidad olímpica, pero monótona en sus acusaciones y en la ausencia de soluciones reales, verdaderas y a largo plazo.
Ese mal sienta sus reales en los símbolos, que nada más alientan un imaginario colectivo a pesar de ser ajenos a esa realidad que es necesario conocer y aceptar para, al menos, modificarla un poco, un poquito, porque los cambios radicales no existen. Destruir un modelo de desarrollo, una formación cultural, exigen muchos años de tesón y trabajo unido entre sociedad y gobierno, lo que hoy no es el caso.
Es cierto, la procuración y administración de justicia están pervertidas, pero hoy y debido al mal, las pervierten más para garantizar la impunidad de quienes gobiernan y jalar, sin temor, los bigotes al tigre.
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