*Es ahora que me pregunto si fue Peña Nieto quien lo instruyó, o la responsabilidad recayó en Guillermo Galván Galván, o en Luis Videgaray; quizá fueron los representantes de las agencias estadounidenses en México los que lo ilustraron sobre lo que de él se esperaba, y ya después confirmó con el jefe de las Fuerzas Armadas
Gregorio Ortega Molina
La globalización debe obligarnos a modificar otros conceptos además de los de soberanía y Estados nacionales. Así como desaparecen las fronteras con el libre comercio, la Comunidad Europea se convierte en un gran Estado supranacional, y se trabaja en el proyecto de América del Norte, son las incubadoras para alumbrar una manera distinta de vivir la vida.
Es así que supongo que el general Cienfuegos Zepeda percibió que su línea de horizonte se amplió, pues si la colaboración estrecha con las agencias de seguridad y antidrogas de Estados Unidos funcionó en ambos sentidos, trasladarse a Los Ángeles equivalía a viajar dentro de su zona de confort.
Si el tema de la línea de horizonte es una suposición, el de la línea del tiempo es una certeza. Estoy seguro de que Salvador Cienfuegos Zepeda si sintió y gozó de la satisfacción del deber cumplido, aún en contra de todo pronóstico, pues la tarea no fue fácil. Las mismas autoridades estadounidenses lo reconocieron. Sintió entonces que ancha le resultaba Castilla, y que su futuro en paz y tranquilidad estaba asegurado. Quizá se comparó con el presidente Miguel de la Madrid, al que no le ladraron ni persiguieron como al innombrable.
Eros y civilización ofrece una explicación sencilla para comprender el por qué el general Cienfuegos Zepeda se sintió seguro: “La distribución del tiempo juega un papel fundamental en esta transformación. El hombre existe sólo parte del tiempo, durante los días de trabajo, como un instrumento de la actuación enajenada; el resto del tiempo es libre para sí mismo”. Salvador Cienfuegos creyó haber logrado esa libertad después de haber cumplido como militar, primero, y como servidor público después.
Todavía falta que nos esforcemos por discernir lo fundamental de esta historia. Obvio es que para convertirse en general secretario de la Defensa Nacional fue invitado por Enrique Peña Nieto. Es ahora que me pregunto si el entonces presidente electo y pronto a asumir el cargo, ya sabía bajo su exclusiva responsabilidad las tareas que habría de encomendar a un miembro de su gabinete, capaz de estar en el compromiso de Estado y no delegar no abrir la boca.
Fue Peña Nieto quien lo instruyó, o la responsabilidad recayó en Guillermo Galván Galván, o en Luis Videgaray; quizá fueron los representantes de las agencias estadounidenses en México los que lo ilustraron sobre lo que de él se esperaba, y ya después confirmó con el jefe de las Fuerzas Armadas.
Este tema nunca quedará claro, como tampoco nunca sabremos con certeza quién instruyó a Oliver North sobre la encomienda de “liberar” Nicaragua, o los secretos que mi padre se comió para llevarlos con él a la paz de los sepulcros.
De resultar cierta esta hipótesis de trabajo, lo primero que se destruye es la idea de la responsabilidad histórica, del servicio al Estado, del deber cumplido, sobre todo si el Estado al que serviste se desentiende de tu futuro.
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Los hechos indican que Pío López Obrador la libra, como debe ser en un país donde el combate a la corrupción se simula y la impunidad es una garantía para los fieles y la familia. Todo continúa porque todo sigue igual.
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