Adrián García Aguirre / Cdmx
*Desde su niñez en Zacatecas mostró interés por la el pasado.
*Códices, piedras y voces fueron su material de trabajo.
*Profesora normalista, su obra fue notable y trascendente.
*Su más polémica labor fue el estudio de los restos de Cuauhtémoc.
La antropóloga Eulalia Guzmán Barrón nació en 1890 en San Pedro Piedra Gorda -actual ciudad Cuauhtémoc, Zacatecas-, donde creció en una época de profundos cambios, debido a una revolución que se encendía en las calles y en los corazones.
Desde pequeña, mostró una curiosidad insaciable por el pasado, por las raíces que daban forma a la tierra que pisaba, por las historias que yacían enterradas en los códices, en las piedras y en las voces de los pueblos.
No era fácil para una mujer abrirse paso en un México que aún no concebía a las mujeres como protagonistas del conocimiento y la exploración científica; pero Eulalia no se doblegó y su vocación como maestra fue su primera trinchera.
En las aulas rurales, entre pizarras gastadas y niños de ojos curiosos, sembró la semilla del pensamiento crítico, del amor por la historia y la identidad mexicana, y no solamente enseñaba a leer y escribir, sino a mirar el mundo con ojos propios, a cuestionarlo y soñarlo distinto.
Su sed de saber iba más allá, transformándose en una de las primeras arqueólogas mexicanas, abriéndose camino en un campo hasta entonces dominado por hombres y extranjeros, para entrar a estudiar en la Escuela Nacional de Maestros y después viajó a París para continuar su formación.
Eulalia Guzmán entendió que la arqueología no debía quedarse encerrada en los museos, entre vitrinas polvorientas, sino que debía hablarle al pueblo, devolverle sus raíces.
Su trabajo más polémico y apasionado fue, sin duda, la búsqueda de la tumba de Cuauhtémoc, el último huey tlatoani mexica en Ixcateopan, Guerrero, lugar en el que Eulalia Guzmán defendió con vehemencia al asegurar que allí reposaban los restos del emperador.
Aunque la comunidad científica de la época la desacreditó, su lucha no fue en vano, y su empeño despertó un fervor popular que aún hoy resuena, recordándonos que la historia no es solo propiedad de los académicos, sino también del pueblo que la vive, la sufre y la honra.
Eulalia fue una mujer de pasiones encendidas, una defensora incansable de la educación laica y popular, una arqueóloga que veía en cada piedra una memoria viva, un puente entre el pasado y el presente.
Murió en 1985, pero dejó una estela luminosa de amor por México, por sus pueblos originarios, por la dignidad de las mujeres y por la enseñanza como acto revolucionario.
“Su vida nos sigue enseñando que el conocimiento no es neutro ni apolítico, que la arqueología y la educación pueden ser herramientas de liberación, y que a veces, aunque la verdad histórica sea esquiva, vale más el acto de buscarla con el corazón abierto que rendirse al olvido”, afirmó alguno de sus más distinguidos alumnos.
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