Sergio Gomez Montero*
Cuando me escribe yo le escribo
cuando alguien me piensa yo lo pienso
E. Bayley: “Es infinita esta riqueza abandonada”
Resultado, sin duda, de la acelerada evolución social contemporánea, la manera en que hoy incide en la vida social el papel de las mujeres, ello ha modificado sustantivamente tanto la política contemporánea, y lo que es lamentable y triste, también la seguridad social, convirtiendo al Estado, por esa razón –vuelto el Estado un patriarca- en un verdadero patrón.
No quiero aquí, desde luego, hacer una reseña de los diferentes significados que la “cultura” ha tenido a lo largo de la historia. Entre otros, Geertz ya lo hizo; pero sí quiero mencionar el libro de Bauman La cultura como praxis en donde nos explica porque ella, la cultura, entre otras cosas debe ser entendida como conciencia y como energía, en tanto en un caso nos permite conocer más ampliamente al mundo y, en el segundo caso, la cultura sería la vida de la sociedad. Por eso una historia de la familia (que también hay varias) y otra de la economía nos ayudaría mucho a entender cómo la función de la mujer en tanto tal ha sido altamente significativa a lo largo del desarrollo humano. En tiempos muy remotos luchó junto con el hombre en todas las tareas de sobrevivencia tanto del clan como del grupo familiar. Luego, más adelante, hasta la edad media, ella fue vital para el manejo de los recursos domésticos, papel que se fue opacando en la medida en que el capitalismo surge y obliga a la familia (a todos sus miembros) como núcleo pauperizado a incorporarse al trabajo (tomo I de El Capital). Aunque, en la medida que hombre y mujer se incorporan al trabajo, crece y se consolida el consumo y con el consumo surgen la moda y la publicidad, dándole así al comercio una dimensión enorme y ocupando la mujer allí un papel relevante, junto con el hogar.
Pero, ¿qué está pasando hoy, cuando el género se ha tornado un factor de relevancia que enfrenta en términos de humanos al hombre con todo aquello que no es él (mujer, homosexual, lesbiana) y dejando atrás así, en México, la ya muy vieja tradición machista (hombre imponiéndose por la fuerza a la mujer), aunque siempre conservando la mujer un lugar privilegiado dado que, sin ella, no hay reproducción y por ende conservación de la especie. El piropo no es pues, entre los mexicanos, sino el reconocimiento, sin límite, que se le da a la reproducción.
De allí que hoy no se entienda plenamente la extensión del feminicidio como práctica social, a menos que se le quiera asumir como dificultad actual existente para acceder a la mujer, toda vez que la población femenina es ya mayor que la masculina en el país, pero el acceso a ella, al hombre, se le dificulta cada vez más, pues la mujer depende cada vez menos de la manutención del hombre y se ha vuelto menos dependiente de él. Libre ella, el hombre asume eso como un reto y de allí primero el bullyng en contra del género contrario y luego de allí el feminicidio y los homicidios de género.
En la medida en que las sociedades como un todo se vuelven cada vez más igualitarias se vuelven, unas (como la japonesa actual) autocomplacientes, en tanto que otras, como la mexicana, descargan su furia contra la mujer. ¿Se correrá el peligro de convertirnos en una sociedad hembrista (matriarcal), ante un exceso de venganza por parte de la mujer?
En cualquier caso, compleja evolución cultural de las sociedades contemporáneas.
*Yo, con Michelet, respeto a las brujas
Profesor jubilado de la UPN
gomenoka@yahoo.com.mx
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