*AMLO debe darse cuenta de que, si quiere significarse como jefe de Estado, tiene que hacer a fondo la reforma del Estado y olvidarse del presidencialismo, pero no la hará, pues durante sus noches en vela soñó en ser como GDO, LEA o El Innombrable. Ya no se puede
Gregorio Ortega Molina
El equilibrio de poderes de ninguna manera significa que quienes lo detentan lo comparten. Ejecutivo, Legislativo y Judicial tienen, fijadas en la Constitución, sus propias tareas. En cuanto a los tres niveles de gobierno: municipal, estatal y federal, también tienen perfectamente definidas sus responsabilidades. Ese balance vital del quehacer político es lo que conocemos como democracia.
Entonces, ¿a qué nos referimos cuando queda establecido que el poder no se comparte? Creo que es suficientemente claro que las funciones de los poderes no deben invadirse, pues de hacerlo se crean desequilibrios y un gobierno democrático se convierte en uno autoritario, dictatorial o incluso totalitario.
Crearon sus métodos para evitar las fracturas en los autoritarismos y las dictaduras: el gulag, la guillotina, los juicios amañados, el crimen político, el destierro e incluso los pactos de silencio amarrados con la garantía de impunidad.
Todo lo anterior se desajustó al decidirse adelgazar al Estado. Los gobiernos se vieron en la necesidad de establecer alianzas que crearon los poderes fácticos. Lo mismo los barones del dinero que los de la droga, fueron incorporados a la toma de decisiones, como si se tratara de un directorio corporativo, en el cual lo primero que cuidan los integrantes, es no perjudicar los intereses de los accionistas. Y AMLO no es la excepción, aunque tarde se dio cuenta de que el florero es parte del decorado nacional, que puede moverse, pero no eliminarse.
Por eso aparecen ya las fisuras dentro del movimiento de regeneración nacional que lo llevó al poder, porque los grupos no podrán obtener sino una ínfima parte de lo que se les ofertó, y porque insistir en un cambio de modelo político, primero, para instrumentar pronto un cambio de régimen, lleva a una confrontación cuyo costo a pagar nadie desea.
Por ejemplo, el outsourcing permanecerá, con una maquilladita, pero continuará como la clave del empleo; de una u otra manera abrirán las puertas a los delegados gringos, para que puedan calificar el orden laboral de sus “socios” mexicanos. La política migratoria que pregonó recibir a los que, a como dé lugar, desean llegar al paraíso terrenal de allende el Bravo, se transformó en una de contención, golpeteo y abuso de los derechos humanos por parte de las autoridades migratorias mexicanas y los tratantes de personas. Es el muro que tanto anheló Donald Trump.
En cuanto a la política energética, las magnas obras del aeropuerto, el tren maya y Dos Bocas, pronto seremos testigos de las exigencias empresariales para su participación en esas áreas, o de lo contrario la caída de la inversión fija durante 2019, que fue de 4.9 por ciento, quedará corta para lo que debiera haber sido la de 2020. Hoy todo es incierto.
De lo que se trata, entonces, es de que AMLO ha de darse cuenta de que, si quiere significarse como jefe de Estado, debe cambiar el modelo político, hacer a fondo la reforma del Estado y olvidarse del presidencialismo, pero no lo hará, durante sus noches en vela soñó en ser como GDO, LEA o El Innombrable. Ya no se puede.
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