*De ser algo más que un accidente de la naturaleza, el Covid-19 nos coloca ante transgresiones que todos aceptan y a las que todos se acomodan, porque de otra manera morirían como ocurrió con Sócrates y Jesús, y a estas alturas ya nadie tiene madera de mártir
Gregorio Ortega Molina
Están empeñados en que nos distraigamos en torno a las consideraciones de si es, o no, una guerra económica, para ocultarnos el fondo del problema, en caso de que la pandemia no tenga su origen en un accidente de la naturaleza. Significa el cambio de paradigma moral y ético, porque no es la razón del conflicto lo que importa, sino el arma usada.
¿Debemos aceptar, como si nada, que se haya escalado más allá de la guerra química, para adentrarnos al horror de la guerra viral y/o bacteriológica, por medio de una supuesta inoculación contralada de ese mal, para destruir a enemigos imaginarios o reales?
De ser así, las religiones y sus parámetros morales fueron rebasados, sus prelados y pontífices y jerarcas y rabinos quedan pasmados e impedidos de decir esta boca es mía; en cuanto a los filósofos, los líderes morales, todos aquellos cuyo asiento de poder está en las masas, ¿sabrán lo que enfrentan? Olvídense de las consecuencias del narcotráfico, de las drogas de diseño, del desempleo, de la violencia, de todo lo que hemos dado por sabido y de todo con lo que a través de la televisión y de las redes sociales tratan de conformar nuestro criterio.
Sí, los seres humanos estamos en proceso de transformación moral y ética, y no sé si eso es bueno, o malo, y también desconozco a dónde nos conduce esta modificación del paradigma iniciado con los filósofos griegos y consolidado con el cristianismo. Estamos ante un panorama incierto, tan terrorífico como las consecuencias de la conflagración atómica.
Retomo un párrafo de Juan José Millás al que ya recurrí hace algunas semanas:
-En la antigüedad -dice, refiriéndose a mi juventud-, la gente no daba limosna porque creía que era un modo de perpetuar la injusticia. Ahora que la injusticia forma parte de la normalidad, la gente no da limosna por vergüenza.
– ¿Por vergüenza? -pregunto extrañado.
-Sí, les da apuro que alguien conocido les sorprenda en ese trance. Ayudar a un mendigo implica en cierto modo identificarse con él. Es una cuestión de imagen.
Vivimos ya la normalidad de la injusticia, pues qué es, si no, la impunidad. Y a los niveles en que se mueven para vivir y decidir lo que ha de ser el mundo de hoy, Donald Trump, Vladimir Putin y Xi Jinping, modifican los escenarios presentes y futuros, construyen los nuevos parámetros, las actuales y perversas ideas, los riesgosos paradigmas que determinarán la reordenación geopolítica del mundo.
De ser algo más que un accidente de la naturaleza, el Covid-19 nos coloca ante transgresiones que todos aceptan y a las que todos se acomodan, porque de otra manera morirían como ocurrió con Sócrates y Jesús, y a estas alturas ya nadie tiene madera de mártir.
De Elena Fernández del Valle
Transcribo, por inteligentes y luminosas, las observaciones a mi miedo al Covid-19.
Creo que atribuyes al gremio médico poderes extraordinarios. Aún los mejores de entre nosotros, trabajando en condiciones ideales, están muy lejos de poder evitar la muerte de un paciente anciano que se enfrenta al virus con un corazón fatigado por la hipertensión y la aterosclerosis, unos riñones que funcionan con sus últimas reservas, unos pulmones estragados por la contaminación ambiental o el tabaco, un cerebro que se desorienta si le faltan un poquito el agua o el alimento. El destino de este anciano está sellado ante todo por el desgaste físico propio de su edad, que lo deja sin recursos (fisiológicos) para enfrentar la infección. Aún si hubiera lugar para todos en la UCI, sus probabilidades de salvarse serían pobres.
En cuanto a los recursos materiales, estamos mal y no sólo porque el gobierno no quiera gastar. No hay respiradores suficientes en ninguna parte del mundo. China compró todos los que encontró cuando comenzó la epidemia. Te enlazo un artículo del NY Times sobre el tema: https://www.nytimes.com/2020/03/18/ business/coronavirus-ventilator-shortage.html? searchResultPosition=8.
El dilema moral del médico que se siente obligado a dar atención de calidad muy alta, sin contar con los recursos necesarios es desgarrador; lo empuja al burnout, al desgaste de la propia defensa inmune ante la tensión continua. Muchos trabajan sin equipo protector, se contagian y mueren. Aquí el “sin remordimientos” aplica sólo en casos de burnout extremo, cuando la falta de sueño, el hambre y la impotencia desembocan en cinismo y depresión melancólica. – En cuanto a los políticos, tú sabes mucho más que yo.
¿“Destinatarios de una muerte segura”? Eso desde luego, aún sin razones sanitarias. No será mala idea poner nuestros asuntos en orden. La Cuaresma es para desprendernos de lo superfluo y mirar de frente al sufrimiento y la muerte, esperando una nueva vida que tal vez no sea la mía, sino la de otro que tomará mi lugar.
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